El partido cerrado. 105 minutos, al final del primer tiempo del alargue. Neymar, que se perdió la mitad del torneo por lesión, habia sido bien marcado toda la tarde, por un Croacia que cerraba espacios y no dejaba resquicios.
Pero Neymar es Neymar. Tomó la pelota en tres cuartos de cancha. Tiró pared con Rodrygo, que se la devolvió para que siguiera haciendo magia.
Fue un pinball, en el que ni tuvo que eludir a nadie, porque la que corrió fue la pelota, y los defensores croatas, que desesperados dejaban espacios.
Llegó a la medialuna y descargó con Paquetá, que le devolvió una pared divina, un mural que hubiese pintado Miguel Angel. Y así con la confianza de por fin haber abierto el cerrojo, fue imparable.
Uno de los zagueros croatas le tiró un viaje, pero el crack bancó la embestida, y hasta se pasó un metro. Frenó, sin pensar en la lesión. Tuvo tiempo hasta para aguantar un instante, que llegara la pelota, eludir en un espacio ridículo al arquero y, casi sin ángulo, y pegarlo arriba para meter, lo que es, por calidad y por importancia, el mejor gol del mundial.
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