¿Usted sabe lo que es la cáscara de arroz? Quizás no había escuchado nunca que existiera. Sin entrar en demasiados detalles, se puede decir que se genera tras la molienda del grano de arroz proveniente de los campos de cultivo.
¿Y qué tiene que ver con esta historia? Es que en la Plaza de Deportes de Artigas, en los primeros años de la década de 1960, en las dos canchas que había, no solo no existía el césped, sino que la tierra estaba llena de piedras que lastimaban a los gurises que jugaban al fútbol.
“Pasábamos todo el día jugando en la calle. A esas canchas que había muchas piedras, le ponían una apa de 30 o 40 centímetros de cáscara de arroz y no te lastimabas. Eso sí, pateabas y saltaba de todo”, dice sonriendo Mario Saralegui a Referí.
Mario se imaginaba que el Estadio Centenario sería diferente cuando escuchaba en su casa junto a su padre Tidio, a Carlos Solé transmitir los partidos de Peñarol. Claro, eran épocas que la televisión no había llegado a sus pagos y tampoco se emitían los encuentros.
“Me hice hincha de Peñarol por mi papá quien, además, había jugado al fútbol y luego fue relator de La Voz de Artigas y terminó siendo Juez de Paz. Hizo de todo mi viejo”.
Su mamá María era maestra y profesora de historia y siempre le inculcó el estudio, por lo que se destacaba en la escuela. Es el mayor de cinco hermanos y hoy tiene a María Angelina, su hija de siete años a la cual denomina “mi reina”.
“De niño, dormía con camiseta de Peñarol puesta. En aquella época, también tenía la de Inter de Porto Alegre, porque en Artigas también llegaba mucho fútbol desde Brasil”, explica.
Era la época de Spencer, Abbadie, Joya y Rocha entre tantas estrellas que tenía Peñarol, y todos ellos eran sus ídolos, solo por escucharlos en la voz de Solé. No obstante, de niño, él tenía a otro ídolo.
Mario jugaba al baby fútbol en un club que fundaron en el barrio y que le pusieron de nombre Vélez Sarsfield.
“Yo jugaba de arquero, me tiraba y decía ‘Atajó Mazurkiewicz’. Una vez, contra Peñarol de Artigas, estaba al arco, me habían hecho dos goles y pasé al medio porque quise y me quedé para siempre. Ahí me llevaron a Peñarol de Artigas y me junté con Venancio (Ramos), Ruben (Paz) y Manolo (Anzorena)”.
Peñarol de Artigas tenía un lugar donde se juntaban los dirigentes y había una churrascaría que se llamaba “Oro y Negro”.
“Tendría 12 años y lavaba los vasos y los platos, hacía de mozo y controlaba la caja. Me daban alguna propina. Me gustaba y ganaba algunos manguitos”, recuerda.
Aquel botija fue creciendo y lo llamaron de la selección juvenil de Artigas con la que ganaron el primer torneo nacional. Eso le sirvió para que Raúl Bentancor lo citara a la preselección uruguaya de 35 futbolistas, junto a sus tres amigos y compañeros.
“Tenía 16 años, me subí al ómnibus de la Onda y me fui llorando a Montevideo. Teníamos la idea fija de jugar al fútbol”.
Pero ya con 14 años había jugado en la selección de mayores de Artigas.
Un día enfrentó a un combinado de exjugadores de la selección uruguaya entre los que estaban Tito Goncálves, William Martínez, Alcides Ghiggia y Julio Pérez, entre otros.
Así lo explica: “Ese partido lo jugué de lateral izquierdo. Era un gurí y me tocaba marcar a Ghiggia. Y con Julio Pérez, tal como pasó en el Mundial y en la final de Maracaná en 1950, se entendían de memoria. Mirá que tenían sus años, ¡pero cómo jugaban! A Ghiggia no le hice muchas faltas, pero en un momento se me fue la pierna y levanté por el aire a Julio Pérez. Tuvo que salir de la cancha y todos me puteaban. ¡Me dieron un baile!”.
Allí conoció entonces a Tito Goncalves quien lo fue a buscar a él y sus tres amigos y compañeros para llevarlo a Peñarol. “Le ganó de mano a (Luis) Cubilla y al Maño Ruiz que nos querían en Nacional. Peñarol pagó $ 20 mil por cada jugador, era un montón de plata”.
Al principio fue complicado vivir en Montevideo. Primero con la preselección se quedaron en la sede de Liverpool con otros futbolistas del interior como Hugo De León y Amaro Nadal. “Fue duro por el tema de la comida que éramos muchos, sufrimos mucho al principio la parte física. Pero después, nos permitió ganar el Sudamericano de Venezuela 1977”, comenta.
Dice que Bentancor era “muy metódico, muy buen entrenador, trabajaba la salida y cómo nos movíamos. Jugábamos 4-3-3”.
Después del Mundial de Túnez en el que fue cuarto con Uruguay, volvió a Montevideo y se presentó en Peñarol, más precisamente, en Las Acacias. Pero hubo un torneo en Toulon y volvió a irse con la selección juvenil.
A la vuelta sí ya se pudo presentar oficialmente en los aurinegros y estaba Dino Sani de técnico. “Nunca vi a un tipo pegarle a la pelota como le pegaba él. Descalzo, te hacía un cambio de frente de 50 metros y te la dejaba en el pie. Por algo fue campeón del mundo con Brasil”.
Tuvo la suerte de que no vivía solo, ya que su abuela vivía en Rivera y Jackson, y lo recibió en su casa. Después se fue a vivir con Anzorena en un apartamento alquilado y con el tiempo, se compraron uno.
Su historia en Peñarol es tremenda: ganó seis títulos uruguayos, la Libertadores y la Intercontinental.
Habla Saralegui: “Peñarol nos abrió la puerta al fútbol, aprendimos muchas cosas, había gente grande, Mazurkiewicz, el Indio (Olivera), Morena, Unánue, Ildo (Maneiro) que vino después, fueron personas que nos marcaron. Estuve casi nueve años seguidos hasta 1985 y con el tiempo, volví. Estar con esos jugadores, era como si fuera una película, una cosa increíble, la sensación de estar en el mejor lugar. No podía creer estar con Mazurkiewicz que yo de niño jugaba a ser él”.
Hugo Bagnulo fue el técnico que llevó a Peñarol a ganar la Libertadores y la Intercontinental de 1982. Así lo define Mario: “Era bravo, obsesivo. Era un buen tipo, pero las cosas eran como él quería, te controlaba, te mantenía alerta. Si te tenía que echar de las prácticas, te echaba. Era cascarrabias. Pero era muy ordenado. Yo jugaba con Miguel (Bossio) y nos dividíamos la mitad de la cancha”. Bagnulo era muy conocido por la cantidad de cábalas que tenía. “A mí me decía Trastornado. ‘¡Trastornado, mirá que no te saco porque no tengo a otro!’, me gritaba y yo capaz que había jugado un partido bárbaro; no te dejaba respirar, pero lo hacía para incentivarte. Era muy cabalista. Había un gato en Los Aromos y siempre antes de irnos a jugar, él lo saludaba. Un día, el gato no aparecía por ningún lado y se nos iba la hora. Si no saludaba al gato, no nos íbamos. Por suerte, allá a las cansadas apareció”, cuenta a carcajadas.
Hay una anécdota que pinta lo que significaba Saralegui en aquel equipo total de 1982.
“Había jugado contra River y me empezó a doler mucho el pie, entonces no viajé con el equipo a Brasil para enfrentar a Flamengo porque no podía caminar. Bagnulo me pidió igual desde allá y viajé a los dos días con (Washington) Cataldi y me infiltraron por abajo y por arriba con seis pinchazos y en el entretiempo otros seis más. Aguanté lo que pude y después ingresó por mí el Tato Ortiz. Ganamos 1-0 con aquel golazo de Jair de tiro libre. Al regreso (el médico Walter) Rienzi me dijo que lo mío capaz que era gota y me dio un medicamento. A los dos días se me fue el dolor. Tenía gota. Por eso, después pude jugar las finales”.
Salir campeón de América “fue lo máximo que me pasó como jugador. No lo podíamos creer porque fue un torneo que fuimos de menos a más con rivales muy complicados como River, San Pablo, Flamengo. Cobreloa era un equipo muy aguerrido. Jugamos mal acá y allá se cerró el partido y terminamos con esa jugada e Venancio en la hora. Fernando (Morena) era un predestinado. No había tocado la pelota en casi toda la final y anotó ese gol”.
Respecto a la final de Tokio cuando le ganaron la Copa Intercontinental a Aston Villa, dice que “con el tiempo se valora más, pero en aquel momento ganar la Libertadores fue lo máximo. Tokio era un lugar raro, extraño. La Libertadores fue más fuerte”.
Pero lo de Mario no se queda solo allí. También ganó la Libertadores y la Intercontinental con River Plate argentino en 1986, luego de un pasaje por Elche de España.
Dice que “lo de River fue impresionante porque nunca había ganado la Libertadores. Tenía un equipazo, tres jugadores que habían ganado el Mundial 86. Pumpido, Enrique y Ruggeri, y además, Troglio, Gorosito, Gallego, el Beto Alonso, Caniggia, Goycochea, los uruguayos Alzamendi, Rubens Navarro, Jorge Villazán y el Tano Gutiérrez”.
Para Saralegui “fue tremendo ganar porque los argentinos le dan mucho más color, son diferentes a nosotros. El vestuario siempre con las puertas abiertas para los periodistas, nosotros acá no dejábamos entrar a nadie. Son mucho más relajados que nosotros, para jugar incluso. El Bambino (Veira) era el entrenador, había mucho glamour”.
Y define al Bambino: “Era un crack, veía muy bien el fútbol, hacía una lectura muy buena del fútbol, un tipo vivo, inteligente. ‘No quiero que me hagas de poste, quiero que gires y vayas hacia el arco’, le decía a Funes. Un tipo muy natural. Cenaba y se iba de la concentración, nada que ver con el Hugo (Bagnulo). El Beto Alonso de repente se levantaba y hacía una pizza a las 2 de la mañana. Y eso lo transmitía él. Yo jugaba de 5 en lugar de Gallego”.
Recuerda además que “la platea de River era brava, le gustaban los lujos. Después, en Estudiantes con Cacho Malbernat, el equipo era más guerrero aunque teníamos a Trobbiani, Russo e Insúa”.
Saralegui estudió la carrera de psicología. La comenzó mientras jugaba, luego mientras dirigía y terminó de cursarla en Salto. “Me queda la tesis final para recibirme”.
Pocos recuerdan que fue campeón de la Copa América 1983. “No viajé a la final contra Brasil porque me expulsaron con Perú acá”.
Había debutado con la selección mayor en un amistoso contra Milan (0-0) en el que se estaba despidiendo Gianni Rivera y en un equipo en el que jugó Fabio Capello, y en el banco estaba un juvenil que haría historia como Franco Baresi. “Nunca más me voy a olvidar porque fue mi debut y porque concentré en Los Céspedes”.
Al Mundial de México 1986, Uruguay llegaba con un plantel de grandes jugadores y con Omar Borrás como técnico. Sin embargo, no le fue bien. Tras clasificar apenas, se encontrarían con Argentina en la segunda fase.
“Cuando nos dimos cuenta que estábamos en el Mundial, quedamos afuera. Una lástima porque teníamos un equipo bárbaro. En las Eliminatorias, contra Ecuador en la altura de Quito, yo había hecho un gol con la nuca de saque de banda de Diogo que era una jugada que teníamos en Peñarol”, dice.
Contra Argentina se perdía 1-0 y las cosas no salían. Borrás estaba suspendido y manejaba los cambios con un walkie talkie desde una cabina. En cierto momento, a Mario y a Rodolfo Rodríguez -quienes estaban en el banco- se les ocurrió hacer un cambio ofensivo y le dieron ingreso a Ruben Paz que estuvo a punto de cambiar la historia.
“No se oía nada o ya no funcionaba el walkie talkie y mandamos a Ruben a la cancha. Tenía que entrar, a pesar de que no jugó como titular porque había estado con fiebre alta unos días. Lo hicimos nosotros el cambio”, explica.
En 2005 jugando, ya como coordinador de las inferiores de Peñarol, jugó un clásico a beneficio junto a Pablo Bengoechea, el Vasco Aguirregaray y otros. Y sin darse cuenta, tuvo un infarto.
“Fue bravo. Jugamos un partido en Rivera a beneficio. Yo estaba estudiando, era coordinador de inferiores de Peñarol y jugando el partido sentí un dolor en el pecho y fue un infarto. No fue una cosa grande de esos grandes- grandes. Me pusieron tres stents porque tenía las arterias tapadas, y no tuve problemas”, dice.
Pero su caso fue diferente a muchos, ya que explica cómo sucedió.
“En el encuentro ese no sentí nada. A los tres días, tenía que terminar un trabajo para la facultad. Estaba solo en mi casa de la calle Jackson. Entregué el trabajo y me fui a Impasa porque sentía que algo no andaba bien, y ahí se dieron cuenta. Si uno se pone a pensar en la muerte, es el padre y la madre de todas las frustraciones que tenemos, hay que disfrutar la vida dentro de lo que son los parámetros”.
Con Barcelona de Guayaquil llegó a su cuarta final de la Copa Libertadores -además de las ganadas con Peñarol y River argentino, perdió la de 1983 con los aurinegros- y cayó ante Olimpia de Luis cubilla.
Tuvo la esperanza de volver a Peñarol, pero no pudo y lo hizo en 1993 para coronarse campeón uruguayo con Gregorio Pérez, en lo que fue el primer año del segundo quinquenio mirasol. “La felicidad son momentos en los que uno se siente mejor. Todo es una lucha”, agrega.
Durante 10 años integró el Opus Dei del que dice que aprendió “mucho”. Y añade: “La gente no tiene mucha idea cómo es. El tema de ser católico, de estar muy metido en la religión, se prioriza mucho el trabajo, tratar de buscar la excelencia en el trabajo. Conocí un montón de gente. Conocí gente maravillosa, dejé de frecuentar, pero uno nunca deja de ser parte. Me sirvió mucho en la rigurosidad del trabajo, el tema de la fe, de creer, que es uno de los elementos que tenemos todos para superar los malos momentos”.
El año pasado ocupó una banca en Diputados tras ingresar como suplente por el Partido Nacional.
“Me fue bien porque en Artigas fue histórica la votación. Tenía un lugar totalmente segundario en la lista, pero me dio para ir al Parlamento. No es lo mío, no soy político, para serlo hay que dedicarse 100% y ser especial en un montón de cosas. Hay que hablar mucho con la gente, ceder un montón de cosas que capaz no estás de acuerdo”, comenta.
Y dice: “Me gustaba Wilson (Ferreira Aldunate), era fanático de él. Mi mamá también. Me gustaba mucho cómo hablaba, tenía una parte muy revolucionaria, muy del pueblo”.
Consultado acerca de si siente que fue mejor jugador o técnico asevera que “el problema es que como jugador dependés de lo que hacés, y como entrenador hay un montón de cosas que las podés manejar, pero relativamente, porque son los jugadores los que juegan. También la dirigencia que a veces cambia y te condiciona. Como jugador llegué mucho más lejos que como técnico. Como entrenador tuve muchos momentos, pero no me pude consolidar”.
Dirigió a muy buenos jugadores “como Tony (Pacheco), Carlos Bueno, el Lolo (Estoyanoff). (Nicolás) De la Cruz fue un jugador bárbaro. ¿El mejor? Estaría entre Bueno y Pacheco, pero el Tony me parece que está un poquito más arriba”.
Fue quien hizo debutar en la Primera de Peñarol al Canario Agustín Álvarez Martínez.
“Había estado en Primera y lo habían bajado no sé por qué. Alguien me lo nombró y había hecho dos goles en Tercera en un clásico. Hicimos un entrenamiento y fue lo que es hoy, de los mejores 9 que han salido. Está en una racha negativa, pero le pasa a todos los delanteros. Vivió todo muy rápido, pero en cuanto encuentre el gol de nuevo, se va a estabilizar”.
Hoy sigue viviendo en Artigas y es muy feliz en familia mientras le encanta el carnaval de su ciudad que se celebra justo estos días y en el que dos por tres sale con el grupo Emperadores de la Zona Sur.
Inicio de sesión
¿Todavía no tenés cuenta? Registrate ahora.
Para continuar con tu compra,
es necesario loguearse.
o iniciá sesión con tu cuenta de:
Disfrutá El Observador. Accedé a noticias desde cualquier dispositivo y recibí titulares por e-mail según los intereses que elijas.
Crear Cuenta
¿Ya tenés una cuenta? Iniciá sesión.
Gracias por registrarte.
Nombre
Contenido exclusivo de
Sé parte, pasá de informarte a formar tu opinión.
Si ya sos suscriptor Member, iniciá sesión acá