Filippo Mastriani festejó sus 4 años el 1° de abril, en plena cuarentena

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Mastriani: “Cuando creí que cumplía mi sueño de ir a Europa, fue lo peor que me pasó”

Un día, después de hacer dos goles con asistencias de Luis Suárez, Mastriani se cayó en un pozo del Complejo Celeste con el auto, una metáfora de lo que fue su carrera futbolistica en Italia
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10 de abril de 2020 a las 05:00

Gonzalo Mastriani logró a los 26 años el mejor semestre de su carrera deportiva. En Guayaquil City, el tercer club (detrás de Barcelona y Emelec) de una ciudad que sufre como pocas en Sudamérica la pandemia del coronavirus, el delantero uruguayo cerró el 2019 marcando 14 goles, 11 de ellos convertidos de julio en adelante. Una actuación que le valió la extensión del contrato hasta 2022 después de cuatro o cinco años en los que pasó mal, se decepcionó del fútbol y necesitó la ayuda de un psicólogo para seguir adelante.

Desde su casa en el norte de Guayaquil, cerca del barrio Samborondón, donde residen las personas con mucho dinero de la sociedad guayaquileña, aquel delantero zurdo que deslumbró en Cerro a partir de 2011, contó su historia a Referí. Desde que se cayó con el auto en una zanja del Complejo Celeste después de hacer dos goles con pases de Luis Suárez, la Navidad sin plata en Crotone, el peor partido de su vida, el llanto por una lesión que lo sacó de la selección, hasta llegar a este presente de toque de queda y goles en Ecuador.

Hace cuatro semanas que Mastriani, su esposa Daniela y sus hijos Francesco y Filippo están adentro de la casa. Es más, Filippo festejó sus cuatro años en cuarentena. Aislamiento que se le agrega en Ecuador un toque de queda a partir de la hora 14: “Tenés que estar encerrado y si te agarran hay tres pasos: la primera vez  te ponen una multa de US$ 100, la segunda vez la multa es de un sueldo básico y la tercera la cárcel”, contó.

“El tema está salado”, dijo Mastriani, que en el último mes salió solo dos veces para ir al supermercado, después lo solucionan con el delivery. Eso sí, “hacés el pedido hoy y te llega a los dos o tres días, con suerte”. O sea que de lo que pasa en las calles de la ciudad se entera por la televisión o las redes sociales. “Lo que yo sé es lo mismo que llega a Uruguay. Lo nuevo son los cajones de cartón (para las personas fallecidas), que los dejan tirados en la calle, es una locura”.

Hace un año que vive en la segunda ciudad más grande de Ecuador, después de la capital Quito. Por lo que tiene una visión parcial de lo que está sucediendo y sus motivos: “Están muy marcadas las clases sociales, es lo que veo por encima, tampoco quiero dar una opinión tan profunda porque no lo sé realmente. Pero es un tema cultural, la gente sigue en la calle, ahora está tomando consciencia porque es una locura lo que sucede, pero tampoco hay recursos. Los hospitales están colapsados, leí que los médicos no tienen insumos, no hay forma de protegerse ellos mismos y hay un montón que están contagiados. En los últimos días salió un decreto donde pedían no usar el tipo de mascarilla que usan los enfermeros para que no haya desabastecimiento. Están faltando las cosas y los que más sufren son los que intentan ayudar”, expresó.

Entre la humedad y la altura

En el patio de su casa intenta seguir la rutina de entrenamientos que envía el cuerpo técnico: “Nos mandaron planes para todas las semanas, trato de hacer casi todo lo que me dicen. Lo que no puedo hacer busco la forma de cumplirlo de otra forma. No es simple, no es lo mismo hacer un entrenamiento solo en un patio con 15 metros que en una cancha o un espacio verde donde correr tranquilo”.

Antes de llegar a Guayaquil jugó en Tampico, México, por lo que no le costó tanto adaptarse al calor y a la humedad. Pero sí a la altura de las ciudades donde tienen que subir cada dos semanas para competir por la liga local. “Acá es el calor y humedad, después vas a la costa donde hay tres equipos y hace más calor todavía y luego vas a la altura de donde son la mitad de los equipos, de 2.500 metros para arriba”.

Hay un partido que no olvidará jamás. “Fue contra Mushuc Runa, en el estadio Echaleche, a 3.200 metros de altura. Ese lo padecí. En el calentamiento me sentía mareado y en cancha no podía moverme, trataba, pero eran movimientos súper lentos, cada pique o trote era un ahogo. Fue el peor partido de mi vida porque no pude hacer nada, no gané un duelo, fue durísimo. Me sacaron a los 65 o 70 minutos”.

Pero no pidió el cambio, su salida fue una decisión del entrenador: “Traté de soportar, tampoco quería perjudicar al equipo, porque aparte habíamos tenido un cambio a los cincos minutos por la lesión de un compañero. Traté de hacer lo que más pude, pero mi cuerpo no me rendía”.

La altura no es un mito y también la sienten los que viven en los países que la tienen: “El ecuatoriano que no juega en la altura le tiene un poco de pánico, o sabe que tiene que ir a la altura y va con otras precauciones, hay algo que incide en los futbolistas. Lo que explican acá es que el que juega en la altura también se ahoga, pero como está más adaptado, se recupera más rápido que el que no está acostumbrado”, contó Mastriani.

Pese a todo y después de pasar esa mala experiencia en el estadio conocido como Echaleche pero que en realidad tiene un nombre más productivo, “Cooperativa de Ahorro y Crédito Mushuc Runa”, el 2019 fue su mejor año deportivo: “Logré la continuidad en el segundo semestre cuando empecé a jugar de titular y no salí más, hice goles, generé confianza y pude hacer mi juego que hacía mucho tiempo que no lograba, que no convertía tantos goles; la única vez fue en Cerro cuando debuté. En lo personal fue muy bueno porque me ayudó un montón en la confianza que no venía del todo bien”.

Comparado con los gigantes de la región, Barcelona y Emelec, Guayaquil City es un equipo chico: “Hace cinco años que está en Primera y hace tres cambió de nombre, antes era River Ecuador. Es un equipo que intenta seguir un proceso de trabajo, el entrenador es el mismo hace tres años, la dirigencia también. Fueron sumando gente al trabajo, tratan de mantener una idea de posesión de balón. Jugar con el balón acá en Ecuador es muy complicado, acá se juega mucho al hombre, uno contra uno, duelos individuales, lo físico predomina en cuanto al juego y nosotros tratamos de hacer algo diferente, y mal o bien a partir de la mitad del año pasado hasta ahora se notó una mejoría importante. El equipo no venía bien y quedamos décimo primeros cuando en un momento del torneo pasado estuvimos a punto de meternos entre los ocho para jugar el playoff. Este año arrancamos muy bien, jugamos cuatro partidos, ganamos dos y empatamos uno, le ganamos a Emelec de visita y hoy día se escucha del avance y la mejoría del equipo en cuanto a juego y resultados” contó con ilusión.

La diferencia de presupuesto con los dos gigantes de la ciudad es grande, por eso el equipo celeste trata de competir desde otro lugar: “Lo bueno es que la forma que tenemos de jugar es diferente para hacerle frente a eso, obviamente si pones hombre por hombre adentro de la cancha, es muy difícil que nosotros consigamos ganar, pero jugándole de una forma diferente es posible y es lo que intenta hacer Guayaquil City. De todas formas es un club que necesita vender, que necesita tener rentabilidad. El año pasado al jugador que más me asistió (Jonathan Perlaza) lo vendieron a Querétaro y casi todos los años venden uno o dos jugadores para subsistir. Necesita de la venta, no tenemos hinchada, gente que compre taquilla y la forma de ser rentable es con patrocinadores, que ayudan a pagar el salario y después con la venta de jugadores”.

En ese sentido están apostando a la formación de futbolistas con la colaboración del técnico uruguayo Camilo Speranza, quien trabajó varios años en España.

El buen rendimiento personal hizo que el club le ofreciera una renovación de contrato de tres años: “Hacía mucho tiempo que no me sucedía de tener un gran año. Me ofrecieron renovar y buscar la estabilidad me pareció acorde para mí y mi familia. Normalmente venía jugando en un equipo por año o seis meses, entonces estaba bueno intentar mantener el nivel. De titular jugué solo seis meses, la idea es lograr una continuidad a lo del año pasado para después intentar mejorar”.

De sueño a pesadilla

La carrera de Mastriani comenzó con la promesa de grandes sueños, pero la realidad fue diferente: “Cuando creí que cumplía mi sueño de ir a Europa fue lo peor que me pasó. Fui a un club que estaba quebrando (en 2015 el Parma tenía una deuda de US$ 200 millones y se declaró en bancarrota). No cobraba, me pasearon por toda Europa, fueron muchas experiencias negativas y me costó verle el lado positivo. Me dejaron en un lado vacío, en un lugar del que me costó mucho salir. La verdad que es muy difícil apartarse de la gente que uno quiere, estar solo; por ejemplo en este momento en una situación de pandemia mundial estoy con mi esposa y mis hijos que son mi familia, pero estamos en este lugar que uno no sabe lo que puede pasar, que ve cosas que no están buenas, pero es lo que le toca y lo que tiene que soportar por el sueño de llegar a un lugar de ser alguien importante y jugar al fútbol”.

Con contrato en Parma desde 2013, jugó en préstamo en Crotone, Nueva Gorica de Eslovenia y en Olhanense de Portugal. “Fue malo, en ese momento estaba con mi esposa, recién había nacido nuestro primer hijo, yo tenía 20 años, no me pagaban, de los dos años cobré cuatro meses y me estaba paseando por toda Europa pensando que se iba a solucionar el tema por el que pasaba Parma. Tenía muchas ganas de volverme a Uruguay, imaginate, prefería pasarla mal en Uruguay que en otro lugar que no conocía. Me decepcionó mucho jugar al fútbol, no jugué tanto como hubiera querido, no me sirvió en ese aspecto y me costó después recuperarme y confiar en una transferencia. Volví a los dos años a Uruguay porque ya quedaba libre y me decían ‘vamos a este lado o a este otro’, pero yo no quería ir a ningún lado, no quería salir más de Uruguay. Me costó un montón salir de ese lugar. Después me fui a México (a Tampico Madero) y tampoco me fue bien, sobre todo en lo deportivo. Como equipo no nos fue bien, a los seis meses volví y me encaminé un poco, traté de dejar atrás el pasado cuando fui a Boston River. Ahí con la ayuda de un sicólogo traté de relajarme un poco, de no pensar tanto en lo que pasaba extra fútbol, de meterme solo en la cancha y hacer las cosas bien para conseguir otras cosas”.

Aquellos meses sin cobrar, pasando de club en club por Europa, dejaron sus huellas: “Soy una persona que me interesa el ahorro, no me voy a gastar más de lo que tengo en lo posible nunca y creo que fue así como subsistimos ese tiempo. Con mi esposa éramos chicos y nunca fue que estando en Italia se me dio por comprarme un auto caro o ropa cara, nunca lo hice y con esos cuatro meses que cobré, además cuando iba a préstamo los clubes me daban el alquiler, viví esos dos años”.

Haciendo magia, claro: “Cuando llegué a Crotone el club me había depositado un solo mes y nada más. Estábamos en Navidad y no nos quedaba nada, íbamos a comer unos fideos con queso y yo dije, ‘no puede ser que en Navidad estemos pasando así, en Italia, supuestamente cumpliendo un sueño, no puede ser’. Entonces llamé a mi representante, que consiguiera que me pagaran, que no podía ser y me pagaron un mes que nos dio tranquilidad, pero hasta ese punto llegaba la situación”.

La anécdota con Luis Suárez

Después de la pesadilla europea, jugó en Boston River y en Sud América de Uruguay, pero no regresó a su club de origen: “Me fui mal de Cerro, fue un tema de la dirigencia que estaba en ese momento (el presidente albiceleste era Stalin Keuroglian), de los representantes de ese momento (el argentino Mariano Estevez) y yo estaba en el medio. Yo tenía 19 años y lo que veía no me gustaba mucho. Me había lesionado y no me querían pagar la operación de meniscos, me ofrecieron renovar el contrato y nunca me llamaron para firmarlo en siete u ocho meses. Fueron muchas situaciones que llevaron a que la salida fuera mala. Después nunca hubo un acercamiento, de mi parte quería volver en algún momento, porque fue uno de los mejores clubes en los que estuve, en Uruguay me fue muy bien, Cerro me dio a conocer, pero en todas oportunidades que volví a Uruguay nunca me llamaron y pareciera que siguen molestos conmigo. Creo que la relación no es buena para que vuelva”.

Por la lesión de meniscos se perdió el Sudamericano sub 20 de Argentina en 2013. “Me lesioné tres semanas antes de que se jugara, lo que lloré no tiene nombre, estaba con el Pájaro (Juan Carlos García), el médico de la selección cuando fuimos a ver la resonancia. Para el Mundial (en Turquía) Cerro no me dejaba jugar porque había firmado con Parma; estuve convocado pero no tenía actividad, entonces Verzeri no me pudo llevar”. En aquellos meses Mastriani fue descendido a Tercera divisón.

De esa época de entrenamientos en el Complejo Celeste con la selección juvenil recuerda una anécdota que incluye a Luis Suárez: “Ese día Suárez estaba entrenando con la sub 20 porque era una doble competencia de Eliminatoria y en la primera fecha estaba suspendido. En la práctica hice dos goles, con dos asistencias de él. Cuando terminamos de entrenar y me iba porque había pedido permiso para estar en la primera ecografía de mi hijo, salgo marcha atrás con el Celtita. Miro para adelante y veo que me había llegado al celular un mensaje de mi esposa, pero el auto siguió para atrás. El volante se torció solo y cuando me di cuenta ya estaba en la mitad del pozo, donde está el puentecito en el Complejo. Frené pero fue imposible, me caí. En ese momento se iba Suárez, vio que me estaban ayudando a salir del auto y se mataba de la risa”.

"Es la mejor anécdota que tengo de mi carrera", finalizó Mastriani, y también sonrió.

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