Opinión > Hecho de la semana / Miguel Arregui

Mirar y cuidarse de Brasil

La rebelión del ciudadano común frente a las imposiciones del Estado
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02 de junio de 2018 a las 05:00
El pueblo brasileño parece el colmo de la resignación. Tolera cosas que nadie en este mundo. Pero en mayo el gasoil aumentó 12,3% y estalló la revuelta más paralizante de las últimas décadas.

El lunes 28 el diario Folha de São Paulo publicó una formidable autocrítica, que habla de la prensa pero también del gobierno y de la sociedad: "Ningún reportero demostró tener entre sus fuentes a un líder de los transportistas. No era tarea sencilla. Es una categoría pulverizada, sin liderazgo único, con sindicatos concurrentes, muchos autónomos y con grandes empresas de transporte organizadas. Y la articulación se dio esencialmente por aplicaciones de mensajería instantánea, estrategia cada vez más común y que dificulta la investigación (...). Los periódicos fueron atropellados por la huelga...".

Es un tipo de fenómeno cada vez más frecuente en el mundo: enormes fastidios sociales, que se subliman y emergen en cualquier momento, que se organizan sin líderes, o con cabecillas instantáneos, en sentido horizontal, mediante mensajes electrónicos.

Ha ocurrido en Uruguay, aunque menos completo: los tamberos que salieron a las carreteras del sur en enero de 2016; los camioneros cuando la zafra del arroz, en marzo de 2017; la explosión de los productores rurales en enero de este año; los cortes de rutas, desde Salto a la Interbalnearia, en protesta por accidentes o crímenes.

Las personas comprueban que tienen enormes posibilidades de movilización y protesta, aunque sostenerlas luego, y darles sentido, sea más complicado.

En Brasil los problemas son muchísimo más graves: una crisis económica profunda de más de tres años; un gran déficit cubierto con una deuda agobiante; la corrupción más amplia imaginable, puesta al descubierto por el Lava Jato; un gobierno que no representa a nadie; la falta de partidos y líderes de alternativa a los caídos; vacío de poder; sueños rotos.

Ya en junio de 2013 centenares de miles de jóvenes brasileños protestaban en las calles de las principales ciudades. Luego, en 2016, los manifestantes pedían la cabeza de la presidenta Dilma Rousseff. Más tarde otros salieron en defensa de Lula. Pero todo eso fue minúsculo al lado de la furia y eficacia de los camioneros.

Los huelguistas se apropiaron de algunas banderas de la izquierda, como el "Fora Temer", contra un presidente cuya popularidad está bajo cero. Y cuando el gobierno envió soldados para desbloquear las carreteras, fueron bien recibidos con una consigna de la extrema derecha: "Intervenção já!".

Las Fuerzas Armadas conservan mucho prestigio en Brasil, por encima de la justicia y la prensa. En el último escalón están los partidos, el Congreso y los políticos.

La gigantesca huelga de los camioneros fue llevada por pequeños y medianos empresarios que ven cómo sus ganancias se han evaporado. Y puso de manifiesto la crisis de la relación entre representantes y representados, el "sentimiento de descrédito en las instituciones democráticas" y el creciente "poder y la importancia del ciudadano común frente a las imposiciones del Estado", según la consultora de opinión pública Datafolha.

Uruguay está relativamente a salvo, al menos por ahora. El prestigio del sistema democrático y de los líderes ha caído, pero todavía es alto –de hecho, el más elevado de América Latina–. Las Fuerzas Armadas no son alternativa para casi nadie. El gobierno es fuerte, aunque esté a la defensiva y sin mucho margen.

La gota que rebasó el vaso en Brasil fue un gasoil a 31 pesos uruguayos por litro. Aquí cuesta 40,4 pesos y está pendiente una suba. Es harto probable que el gobierno no se atreva a subirlo mucho y cargue la factura a las naftas de los automovilistas.

El año pasado Marina Arismendi, titular del Mides, comparó a los camioneros del arroz con los huelguistas chilenos de 1973 y los menospreció porque, dijo, "están peleando por el lucro". Típico razonamiento de burócrata. ¿Por qué otra cosa debería pelear un empresario que vive encima de su camión, un tambero entre la bosta o el almacenero de la esquina?

Lo que está detrás de las incipientes protestas y los bloqueos en Uruguay son la inseguridad, los negocios sin lucro, la precariedad de los empleos más bajos, y los impuestos y las tarifas abusivas. Esas cosas enloquecen a las personas. Después, como ocurre en los comentarios de las páginas web de los medios de comunicación, en Facebook o en los grupos de WhatsApp de "autoconvocados", se suman oportunistas y radicales obsesos de derecha e izquierda, por ahora con poco éxito.

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