Minuto 90’+5 de un partido en el que no se habían dado tregua. Allá se fue a pelear la última pelota sin saber que el destino le tenía reservado un lugar especial. ¡Bah! Sin saber no, porque hace un año en el Franzini ya lo había elegido para marcar el gol que le dio el primer lugar en la Tabla Anual.
Esta vez, como aquella, Peñarol estaba a un minuto de quedar más lejos del tricampeonato Uruguayo que al comienzo de la última fecha del Clausura.
Cerro Largo, ese sacrificado participante del torneo de fútbol de la capital, se había encargado de demostrar por qué le peleaba hasta la última fecha el primer lugar a los grandes.
El Campeón del Siglo latía como nunca. Los hinchas empujaban. Los jugadores de Peñarol resolvían como podían. El partido se apagaba. Peñarol le regalaba a Nacional la ventaja para las finales. Hasta que una corrida de Gabriel Rojas –como tantas veces por ese mismo carril al que llegó para hacer olvidar a Lucas Hernández–, la última del partido, se transformó en el último centro, en el último esfuerzo y el último cabezazo de Ignacio Lores que le dio a Peñarol el grito de gol que todavía sigue resonando.
La victoria de Peñarol 2-1 sobre Cerro Largo en la última pelota del partido, le permitió a los aurinegros igualar a Nacional (que ganaba en el Estadio Centenario) en el primer lugar del Clausura y forzar una finalísima por el tercer torneo de la temporada.
La recta final del Clausura se hizo cuesta arriba para Peñarol. Las ausencias de Walter Gargano (baja por seis meses) y Christian Rodríguez (con una lesion muscular) le quitaron el equilibrio que el equipo tenía en el mediocampo, donde había sostenido la reacción después de la crisis de mitad de año. Allí donde Matías De los Santos se sentía tan cómodo, y Facundo Pellistri le sacaba lustre a su fútbol.
El último partido no pudo ser menos de sufrido para los aurinegros, porque los nervios y la ansiedad le pasaron factura. Incluso cuando a los 6’, Luis Acevedo, que sustituyó al lesionado Xisco, anotó un golazo desde afuera del área.
Ese 1-0 en el marcador, y el 0-0 en el Centenario entre Nacional y Juventud, parecían ayudar a los aurinegros a encauzar tanto nerviosismo.
Sin embargo, Cerro Largo se encargó de llevar a los aurinegros a desquiciarse futbolísticamente. A perder el control en el mediocampo. A correr a los rivales sin conseguir el objetivo tener la pelota.
Cerro Largo jugó a lo que acostumbró a los hinchas en 2019. Porque este equipo de Danielo Núñez sabe qué hacer con la pelota, que corre y desorienta a sus rivales, y que le adosa profundidad en su juego y descarga para quienes vienen de frente al arco para probar al golero.
Esta vez, Peñarol se encontró con Thiago Cardozo, que una y otra vez tapó pelotas de gol. La ausencia de Kevin Dawson, por lesión, fue bien disimulada. La única que se le escapó fue el misil de Hugo Dorrego.
En ese escenario, el partido fue incómodo para Peñarol y se desarrolló en la línea que los arachanes querían.
Tanto que Pellistri, que suele ser desequilibrante, fue disminuido, controlado y desactivaron la velocidad con la daña a sus rivales.
Cerro Largo llegó a este partido después de una semana atípica: en siete días viajó 1.200 kilómetros (el viernes Melo-Montevideo, el lunes Montevideo-Melo, el miércoles Melo-Montevideo) y solo realizó tres entrenamientos para jugar en el Campeón del Siglo. Sin embargo, no pareció pasarle factura en el aspecto físico, porque Hugo Dorrego jugó un partidazo y desde el mediocampo no solo manejó los hilos del partido sino que con sus misiles anotó el empate y generó preocupación en el juego defensivo de los aurinegros. Porque Assis, Téliz, Dos Santos y Luna, se encontraron para jugar y hacer del fútbol un espectáculo.
Diego López sufrió toda la noche porque no le encontró la vuelta.
El 3-0 de Nacional en el Centenario, y el 1-1 en el marcador del Campeón del Siglo, significaban una carga muy pesada para el equipo aurinegro.
Hasta que el entrenador apeló a recursos conocidos. A la experiencia de Fabián Estoyanoff para abrir la cancha por un lado, y a lo que sabe que le puede dar Lores por el otro, que con su incursiones en el área es capaz de sorprender con lo que más necesita su equipo: el gol. También se jugó la última carta para encarar el cierre del partido. Sacó a Guzmán Pereira que había sufrido toda la noche en la mitad del campo. Y finalmente apeló a lo que tienen los jugadores de equipos grandes, ese plus que en los instantes finales, impulsados por las tribunas, son capaces de dar algo más para torcer lo que parece imposible.
Finalmente, sucedió el milagro del gol de Lores (que estuvo dos meses ausente por lesión y en el último mes jugó 69 minutos en tres partidos), el triunfo, otra prueba al corazón del hincha y una finalísima ante Nacional.
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