Había incertidumbres. Había preguntas en el aire. Había riesgos. Y había una promesa: los Oscar, por primera vez luego de varias ceremonias soporíferas, estiradas e interminables, no serían aburridos. Serían, nos dijeron, como una película. Sí, una película de tres horas amena, llena de estrellas, de humanidad, una película que nos haría olvidar el mal trago mundial que ya lleva unos cuantos meses con nosotros. Pero lo cierto es que hay películas y películas. Y esta, la que tuvo lugar en dos puntos diferentes de Los Ángeles, que casi no mostró tapabocas y que encontró la forma de incluir al Zoom de una manera estética, fue de las otras. De las que es mejor olvidar. Esas que quizás tienen algún que otro momento memorable que, tiempo después, revisaremos en Youtube, pero que, pasando raya, deja más bien poco. Más bien nada.
Es cierto: los Oscar del 2021 pandémico empezaron siendo diferentes. Una especie de travelling que seguía a la actriz y directora Regina King ya hablaba de que las cosas no iban a ser como siempre. De que, al menos, había cierta intención de cine. Pero luego de su presentación —que incluyó especificaciones sobre los protocolos de la ceremonia, las vacunas de los asistentes y demás detalles tranquilizadores— y de que se revelara el extraño escenario en donde estaban dispuestos los nominados y asistentes —una especie de café concert con mesitas distanciadas—, se puso en práctica el sistema que perduraría durante toda la noche y que estacionaría, otra vez, una ceremonia que parece estar condenada a ser siempre un bodrio.
Porque a pesar de que los presentadores apelaban a lo íntimo y a la humanidad del momento, el extraño y lisérgico diseño del lugar y una especie de baja energía perpetua —¿una muestra de respeto de parte de la Academia al momento actual del mundo?— conspiraron para empantanar todo lo que siguió. Y lo que siguió fue, si bien no tan largo como siempre, igual de pastoso.
Aun así, en medio del tedio, hubo historia: Chloe Zhao, en uno de los premios más cantados de la noche, se llevó el galardón a mejor dirección por Nomadland, y se convirtió así en la segunda mujer en la historia de la Academia en llevarse el premio. La anterior había sido Kathryn Bigelow en 2009 por Vivir al límite. Fue, aunque evidente y previsible, un batacazo y un triunfo histórico.
En ese sentido, su película —que tiene fecha de estreno en Uruguay para cuando abran los cines— era la gran favorita a llevarse buena parte de los premios a los que aspiraba, y si bien al final su bolso solo cargó tres de seis nominaciones, terminó por alzarse como la ganadora más importante: además del premio de Zhao, se llevó el premio a la Mejor película y le dio a Frances McDormand su tercer Oscar como actriz. En su pasaje por el escenario, la talentosa intérprete incluyó hasta un aullido que sacó de su lugar, por un rato, a los espectadores.
Nomadland, además, fue la protagonista de uno de los giros inéditos de la ceremonia: se entregó antes el premio a Mejor película que el de los actores principales. ¿Qué se quiso intentar con esto? Todavía no está claro, más aún si se tiene en cuenta la situación que provocó al final de la ceremonia. Pero ya llegaremos a eso.
El resto de los premios importantes se repartió bastate y hubo lugar para alguna que otra sorpresa: Florian Zeller, que adaptó su propia obra teatral al cine en El Padre, sorprendió con el premio a Mejor guion adaptado, y la debutante Emerald Fennell se llevó el de mejor guion original por Hermosa Venganza.
Casi en consonancia con el tedio de toda la ceremonia, los premios a los actores de reparto tampoco dejaron demasiadas cejas levantadas: fueron merecidamente entregados a Daniel Kaluuya (Judas y el mesías negro) y Yuh-Jung Youn (Minari), que a esta altura de la noche ya tenían su nombre rotulado en las estatuillas.
Justamente, la poca frescura de la ceremonia quedó, como siempre, en manos de algunos de los ganadores y sus discursos, entre los que se encontraron algunas reivindicaciones raciales, denuncias contra los abusos policiales y estos dos últimos nombre mencionados: Kaluuya hizo una irreverente evocación celebrando la existencia y la vida, y hablando de sus padres teniendo sexo, mientras que Yuh-Jung Youn se emocionó al aproximarse a Brad Pitt, que fue quien le dio su galardón. La emoción, además, apareció durante el sentido homenaje del director danés Thomas Vinterberg le hizo a su hija, que falleció durante la filmación de la película que le dio el premio a Mejor película extranjera, Another round.
Al final, el último premio fue el de Mejor actor. El ganador del 2020, Joaquín Phoenix, subió al escenario, balbuceó unas palabras sin demasiadas ganas y dijo el nombre del último ganador. Al contrario de lo que se esperaba —un premio póstumo para el malogrado Chadwick Boseman por La madre del Blues era lo más probable—, fue Sir Anthony Hopkins quien a sus 83 se llevó el premio por su increíble actuación en El padre. Segundo y merecido Oscar para el octogenario actor. El anterior había sido por su magistral interpretación de Hannibal Lecter en El silencio de los inocentes, en 1991.
Y así como se anunció el ganador, Phoenix explicó que Hopkins no estaba entre los presentes y que la Academia aceptaba el premio en su lugar y su honor. Y con esas palabras se llegó al final, en un cierre deslucido y olvidable para una de las ceremonias más tristes y menos destacables de las que se tengan memoria, incluso habiendo tenido varios premios históricos entre sus ganadores. Cómo será la cosa, que los Oscar pandémicos hicieron ver a otros años con nostalgia. Sí, incluso ese que usted está pensando: cuando ganó Green Book, al menos ese año la indignación superaba al sueño. Acá ni eso.
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