Es el tercer hijo de María Delia Núñez y Juan De la Cruz Viera, y pasó momentos complicados como cuando su hermanita de 13 años, María de los Ángeles falleció y él la vio caerse de una escalera. “Tuvimos una desgracia con mi hermana que se cayó de una escalera y murió. A veces paso por esa casa y me paro a mirarla. Yo era más chico y la vi. Empecé a gritar como loco. Eso me quedó”, recuerda en diálogo con Referí.
Diego Battiste
Su otra hermana, la mayor, María Nira, le inculcó el amor por el piano. “Estudié piano durante mucho tiempo, seis años. No llegué a recibirme de profesor de piano porque tocaba y tocaba y los gurises se iban a jugar a la cancha de Barrio Unido y un día dejé todo lo del piano para ir a jugar a falta de dos años”.
Tito dice que tocaba “tangos como Derecho Viejo, La Cumparsita, el vals del Recuerdo del Príncipe Kalender. Me faltaron solo dos años para recibirme. ‘¡Seguí tocando el piano que nos vamos a jugar al fútbol, Tito!’, me gritaron mis amigos y me fui. La que se recibió fue mi hermana mayor. Mi viejo le había comprado un piano con mucho sacrificio”.
Era muy buen estudiante. En matemáticas le iba muy bien, dibujaba de muy buena forma, aunque “me costaba un poco idioma español. Fue una buena infancia como mucho sacrificio de mis dos padres. Nunca nos faltó nada. No pasamos hambre”.
Antes de entrar en Peñarol, hizo la escuela industrial “en Gonzalo Ramírez y Minas y me recibí de oficial lustrador de muebles. Tengo el diploma desde los 19 años. Trabajaba en mueblerías y ayudaba en casa porque vivía ahí. Si cobraba $ 10 mil, dejaba $ 4 mil en casa. Ya estaba en esto y allí fue cuando me fui a Peñarol. También ayudaba en casa. Teníamos un terreno y plantaba perejil, ajo, todo lo que me enseñó mi viejo”.
Por intermedio de Gastón Guelfi y del arquitecto Peyrou que hizo el club Bohemios llegó a Peñarol. La esposa de este último era modista y trabajaba junto con la madre de Tito. Guelfi lo citó en el Palacio. “Fui a trabajar a Las Acacias y me llevaron enseguida a Los Aromos porque Manolo Facal estaba con un dolor en la cadera”, cuenta.
“En mi casa eran todos de Peñarol, menos mi padre. A él le dio mucha rabia, discutió con mi madre y ella le dijo: ‘La culpa es mía, vos cállate la boca’. Él no era de ir al estadio, pero cuando ganaba Nacional un clásico, me buscaba por todos lados para embromarme”, recuerda.
Aquellos ídolos que conoció por el relato de la radio, sobre todo, en la final de la Libertadores de 1966 cuando le dieron vuelta el partido a River argentino, después no solo los conoció en persona, sino que los vistió para jugar.
Así lo vivió: “Cuando entré en el club, darle la ropa a ellos, Chiquito Mazurkiewicz, Rocha, no lo podía creer. Tres años antes de entrar, los había escuchado por la radio. Cuando le daba los zapatos a Rocha pensaba: ‘¿Yo estoy loco? ¿Estoy al lado de Rocha?’ Y sí, era cierto. Increíble”.
Diego Battiste
Esa final la escuchó en el fondo de su casa "de la calle Las Violetas y Ariel, en Sayago y cuando terminó el partido, me fui con todos los gurises en ómnibus a 18 de Julio a festejar, sin saber lo que tenía deparado el destino para mí. Mi padre me felicitó. Aparte si no lo hacía, mi madre capaz que lo echaba de la cama (se ríe), porque ella lloraba por Peñarol”.
Es incalculable la cantidad de títulos que vivió con Peñarol en estos 49 años desde dentro. De memoria surgen las Copas Libertadores de 1982 y 1987, la Intercontinental de 1982, el segundo quinquenio y muchos más.
Cuando se le consulta sobre un jugador en todos estos años, más allá de los fenómenos con los que trató, se acuerda de Lorenzo Unanue.
“De los últimos tiempos los grandes fueron Antonio Pacheco, Pablo Bengoechea y Gabriel Cedrés. Fernando Morena también, pero teníamos otro trato. Los primeros tres cada tanto vienen por casa. Pero un fenómeno fue Lorenzo Unanue. Está en México y siempre me manda un regalo para mi cumpleaños. Como persona, impresionante”.
Entonces también mete en la charla a Ildo Maneiro y al brasileño Dino Sani, el técnico de entonces.
“Morena era muy goleador. Pero también estaba Ildo Maneiro quien había jugado en Nacional: ¡un fenómeno! Dirigía Dino Sani y los dirigentes le dijeron que no pusiera más a Maneiro porque ganaba mucho y cuando terminara el contrato, lo iban a cesar. Unanue le dijo a Sani (y yo lo escuché): “¿Usted lo precisa a Ildo?”. “Sí, pero va a jugar algunos partidos más porque los dirigentes no lo quieren porque me dijeron que gana mucha plata”, contestó Sani. Y el Pajarito (como le decían a Unanue) le retrucó: “Si lo precisa, déjelo, porque yo corro por él y por mí, hago el trabajo de los dos, porque él tiene cosas en la cabeza que yo no tengo y que tampoco tienen Morena ni otros”. Y se quedó.
Reconoce que Sani era complicado y que nunca vio patear descalzo a una persona como él. “Un día reunió a todos en la mitad de la cancha en Los Aromos y le dijo a Morena: ‘Vos no sos más el capitán de Peñarol. En mis equipos, el capitán es el jugador más querido y vos no lo sos’. Morena se quedó frío. ‘El capitán a partir de mañana va a ser Ildo Maneiro’, –dijo el brasileño–, y Morena se levantó, abrazó a Maneiro y le indicó a Sani: “Muy bien, maestro”, porque así lo llamaban.
Según Tito, “uno de los que no lo quería ni saludar a Morena era Venancio Ramos porque a Venancio le tiraban la pelota por la punta, dribleaba al rival y Morena se metía en el área y cuando se la pasaba, estaba en offside. Entonces un día lo agarró Maneiro y le pidió para hablar a Venancio: ‘¿Por qué nosotros cobramos los 4 o los 5 de cada mes con Cataldi?’, le preguntó. ‘Porque ganamos siempre’, dijo el puntero. ‘¡Ganamos, no! ¿Vos hacés los goles? ¿O le pega en la cola a Morena y entra? ¿Por qué no le pasás la pelota?’. Maneiro era muy cerebral. A partir de ahí, Venancio siempre le empezó a pasar la pelota a Morena”.
Diego Battiste
Entre tantas cosas, compartió tiempo en Peñarol con muchísimos técnicos. Sus preferidos son Hugo Bagnulo y Gregorio Pérez.
“El Canario (Gregorio), cuando quería un cambio, me los pedía porque los suplentes estaban en el vestuario, los iba a buscar, y cada uno que entraba, o metía un gol, o daba un pase de gol. No sé si tenía la varita mágica. Aparte, un fenómeno trabajando en el quinquenio. Hizo cosas que no le vi a otros. Tenía mano dura. Otro que tiene mano dura es Diego Aguirre, que si viniera a Peñarol, cambia muchas cosas en Los Aromos. Con él se acaba la jodita que pudiera haber en algún plantel. Es un tipo muy firme, pese a su juventud”.
Sobre Bagnulo recuerda que tenía “una gran personalidad, un fenómeno. Un día fui al baño de madrugada y lo vi todo enrollado. ‘¿Qué le pasó Hugo?’, le dije. ‘Callate, Negro, voy a tapar a Morena y a Quevedo porque son los que me ganan mañana el partido’. Fue el que descubrió a Quevedo y lo puso de puntero y no de ‘9’ porque estaba Morena”.
Una vez lo fueron a buscar de la selección uruguaya para que trabajara allí, pero cortésmente dijo que no.
“Me fueron a buscar pero había que trabajar en Los Céspedes y yo no quería. Un compañero me dijo: ‘¿Vos sabés la plata que te vas a perder?’ En 1990, Tabárez era el técnico, Gregorio Pérez era el ayudante y me fueron a buscar. ‘¡Pero, Tito!’, me dijo Tabárez, como diciendo, ‘no puede decir que no’, y le dije que no porque no me gustaba trabajar ahí. Capaz que me perdí un platal”, explica.
En 1987 viajó a la final de la Libertadores con el plantel. Vivió una experiencia inolvidable. Así lo vivió: “Cuando hizo el gol Diego Aguirre, no faltaba nada. Fue un triunfo increíble. Por eso siempre digo que Aguirre tiene suerte. Capaz que se me tira toda la gente arriba, pero yo lo discuto con otros técnicos que saben más que él. Hay otros técnicos que saben más que él, pero no tienen su suerte. En 2011 llegamos a la final de la Copa con mucha suerte. Peñarol le ganaba corriendo en todos los segundos tiempos con un gran preparador físico como Fernando Piñatares. Hay algunos técnicos que sabían o saben más que él como Hugo Bagnulo o Luis Cubilla quienes ya fallecieron”.
Vivió el segundo quinquenio de Peñarol. “Todos los partidos los daba vuelta Gregorio con Juan Carlos De Lima que él lo fue a buscar. El Canario era un fenómeno. Una vez le dijo a (Marcelo) Otero que se fuera para la casa. Y ganaron con un gol de Darío Silva. ‘Un partido lo gana el grupo, no lo gana una sola persona’, dijo en Los Aromos cuando sacó al Marujo Otero”.
“Gregorio un día me invitó a correr y le dije: ‘Vos sos el único que me podés ganar porque andás muy bien físicamente’”.
Tiene un recuerdo muy especial con Bengoechea y Cedrés. Cuando falleció su madre en 2004, le dieron una mano. “Me sacaron para afuera del velorio y me dieron determinada plata. Yo de eso no me olvido. Es gente que te dio una mano”.
Diego Battiste
En Peñarol, vivió desde adentro más de un centenar de clásicos. “Me gusta ganarle a Nacional. Con Morena, Peñarol no perdía nunca. Vi gente de Nacional romper los carné de socios cuando se iban del estadio y yo la gozaba. Dicen que de chico él era de Nacional, pero nunca le quise preguntar. Él quiso venir a Peñarol y rompió lo que podía haber sido un quinquenio de Nacional en 1973”.
A la hora de elegir cuál fue el mejor presidente con el que trabajó explica: “Damiani padre era muy bravo, pero un gran pagador, que era lo que siempre le decía a Juan (Damiani). Ahí había diferencias. Y si el viejo te agarraba mal parado, estabas liquidado. Guelfi era muy bueno, demasiado bueno. Dejó pasar muchas cosas. Pero de Damiani no te escapabas de nada. ¿Por qué hay un ascensor en el Palacio Peñarol? Porque cuando se cayó y lo operaron de las caderas, no podía subir a la sala de sesiones. Cataldi era medio mentiroso, medio bravo. Yo le decía, ‘no nos mientas a nosotros, mentile a la Ámsterdam’. Un día tuve que ir a Punta Gorda hasta la casa para poder cobrar una plata que me debía. Me senté en el cordón de la vereda a esperarlo. Tuvo una gran habilidad para sacar campeón a Peñarol”.
Como toda su vida, hoy sigue tomándose dos ómnibus para ir a Los Aromos. Consultado acerca de cómo le gustaría que lo recordaran, dice: “Con los años que tengo de trabajo, espero que me recuerden bien. Barrera sigue hasta 2020 y me dijo que en 2019 cumplo los 50 años en el club. Y me comentó: ‘Capaz que llamamos a la prensa y te hacemos una medalla de plata y oro’. Yo le dije: ‘¿No te enojás? Dame $ 500 mil que es lo que me sirve’. ‘¡Pará, no los gano yo como abogado penalista!’, me contestó”.
Muchas tardes iba a ver al Tito Goncálves a Las Acacias ya de grande y charlaban horas. Tuvo y tiene muchos amigos entre funcionarios del club, jugadores, técnicos. Peñarol “es importantísimo, la mitad de mi vida, significa mucho para mí. La gente, los jugadores, los dirigentes, los veteranos que me enseñaron como Manolo Facal , Delgado. Hoy no están, pero Facal me dijo una vez: ‘Un día vas a quedar solo trabajando en Peñarol. Yo no tengo sangre roja, es amarilla y negra’. Un gallego bárbaro, una gran persona. Y me di cuenta lo que es Peñarol: una institución espectacular que te da todo”.
EL ESPECIALISTA EN 200 M QUE DEFENDÍA A STOCKOLMO
A Tito se lo ve correr aún hoy con 73 años que cumple este domingo 4 como si fuera un joven. Todo el mundo recuerda sus corridas por la Platea América cada vez que tenía que ir a buscar a un jugador suplente y se lo pedía el técnico.
Es que tiene un pasado de atleta. Con 17 años era especialista en 200 m y defendía a Stockolmo.
“Acá no me ganaba nadie, ni el de Albion, ni el de Olimpia. Ninguno. Un día vinieron argentinos y brasileños y gané yo”, explica Tito.
Y agrega: “Vino un tipo a hablar con mi padre porque me quería llevar a correr a Brasil, pero se necesitaba mucho dinero para la alimentación y mi viejo le dijo que no. Hoy soy viejo y tengo la velocidad porque andaba bien en aquellos tiempos”.
También dice que era “medio malo porque dejaba pasar a dos rivales y después los pasaba y les decía ‘chau’. Era un mal deportista (se ríe), lo hacía adrede, porque tenía un buen remate final”.
“LA HINCHADA DE PEÑAROL ME TENDRÍA QUE ECHAR PORQUE NUNCA ME GUSTÓ TOMAR VINO"
Tito dice que no es abstemio, pero que no toma vino ni tampoco fuma y que mucho que ver con eso tienen las malas experiencias que vivió con su padre.
“La hinchada de Peñarol me tendría que echar porque nunca me gustó tomar vino. Porque vi a mi viejo siempre caerse de borracho y eso me mató. Nunca fumé en mi vida porque vi cuando le amputaron una pierna a él y quedó en silla de ruedas, por el cigarro. Nunca fumé ni tomé vino. Marcelo De Souza cuando jugaba en el club me relajaba: ‘¿Qué te voy a invitar a mi casa si no tomás vino? ¡Estás deshonrando la raza. No sos negro vos!’, me decía en broma. A veces tomo cerveza, vermú o alguna grappamiel”, dice.