El tren se aproxima a gran velocidad. Será el último en mucho tiempo y Uruguay no quiere pasar ni un segundo más en la estación. Pero precisa la ayuda de sus vecinos para subir, y este lunes 26 de abril se empieza a jugar todos los boletos.
La flexibilización del Mercosur –o en otras palabras, la habilitación a que los socios negocien de forma bilateral con países ajenos al bloque–, es un anhelo que Uruguay arrastra desde comienzos de siglo, pero el presidente Luis Lacalle Pou lo ha tomado como una de sus máximas prioridades.
En un contexto de incertidumbre política en los dos principales socios –Argentina y Brasil– y un consiguiente escepticismo entre políticos oficialistas, diplomáticos y expertos en comercio exterior respecto a las probabilidades de éxito, una propuesta concreta de flexibilización presentada por Uruguay será uno de los dos temas arriba de la mesa en la sesión del Consejo del Mercado Común (CDC) –órgano decisor que congrega a cancilleres y ministros de Economía de los países miembro– junto al planteo de revisión del Arancel Externo Común (AEC).
La propuesta de Uruguay, de la cual ya se envió un borrador a los socios, contiene diversos escenarios y modalidades a través de los cuales los países del bloque podrían avanzar, cada uno a su ritmo, en acuerdos comerciales con terceros. El documento incluye la identificación de potenciales mercados en los que podrían aplicar “diferentes velocidades”, y no hace mención a la resolución 32 del año 2000, cuya extendida interpretación es que los países del Mercosur no pueden negociar acuerdos con terceros de forma individual, a pesar de que nunca fue refrendada.
Por estas horas, en Cancillería mantienen contacto permanente con los equipos técnicos de los países del bloque, pero en especial con autoridades de Brasil, con quienes esperan juntar fuerzas para lograr algún resultado.
Contexto y perspectivas
Las decisiones en el Mercosur se toman por consenso. Uruguay, principal impulsor de la flexibilización, tiene en principio el apoyo de Brasil –aunque tanto en el gobierno como en la academia saben de los reflejos proteccionistas del país norteño y su cancillería en momentos decisivos–, y la negativa, a priori, de Argentina y Paraguay.
En su afán de lograr la flexibilización, Uruguay buscó desde un principio a Brasil como principal aliado. De hecho, en la última cumbre del Mercosur que terminó con el duro intercambio entre Lacalle Pou y el presidente argentino Alberto Fernández, Uruguay y Brasil se negaron a firmar una declaración conjunta del bloque que no incluyera un llamado a la flexibilización, como finalmente ocurrió.
El escepticismo respecto a la actitud que asumirá Brasil –actor indispensable para los objetivos del gobierno– viene dado, por un lado, por la inestabilidad del gobierno de Jair Bolsonaro, que entre otras cosas costó el alejamiento del canciller Ernesto Araújo, aliado de Uruguay en sus pretensiones aperturistas, y principal interlocutor de la cancillería conducida por Francisco Bustillo.
En su lugar asumió Carlos Franco França, un cuadro de Itamaraty que en una intervención en el Senado brasileño este viernes se limitó a decir que su país concuerda con echar mano “cuando sea necesario, a flexibilidades que aseguren que los tiempos y sensibilidades de algunos no perjudiquen deseos de los demás de avanzar”.
Más enfática es, en cambio, la postura del ministro de Economía Paulo Guedes, que en la misma sesión del Senado adhirió a muchos de los conceptos que, según supo El Observador, integran la propuesta uruguaya de flexibilización. “Tenemos que tener esa libertad de tener ritmos diferentes (...) Es claro que si estamos juntos somos más fuertes. No obstante, (...) es importante que haya libertad para que cada miembro tenga posibilidad de hallar qué es lo más conveniente”, dijo Guedes. Palabras más, palabras menos, esa suele ser la línea argumental de Lacalle Pou al exigir la flexibilización.
Guedes fue más allá y, también apegado a la visión del presidente uruguayo, dijo que el Mercosur "se convirtió en un obstáculo a la prosperidad". "Nos quedamos encapsulados en una gran herramienta que era la avenida hacia la globalización pero que terminó siendo una burbuja que nos aisló", afirmó.
Tanto Guedes como Franco França participarán de la reunión del próximo lunes. Lo que teme el gobierno es que, además de la resistencia de parte de Argentina y Paraguay, prime en Brasil la postura conservadora de Itamaraty, más reacia a la apertura y más preocupada por la rebaja del AEC, el otro asunto en el orden del día y que sí encuentra a Brasil y Argentina en un mismo bando.
Ignacio Bartesaghi, doctor en Relaciones Internacionales, dijo que una estrategia “razonable” para Uruguay es condicionar su apoyo a la revisión del AEC a un voto favorable a la flexibilización. En el gobierno dicen que esa es una posibilidad, pero que la negociación obliga a no cerrar ninguna puerta y que no se debe ir con posturas "rígidas".
Bustillo espera que la instancia de este lunes sea el “principio” y no el final de la discusión de la propuesta uruguaya.
Bartesaghi acota que “a la flexibilización le quedan seis meses de vida”, y que la única chance de lograrla es en el segundo semestre de este año, cuando el Brasil de Bolsonaro asuma la Presidencia Pro Témpore.
“Alberto Fernández espera a Lula. Uruguay lo cierra en 2021 o pierde el tren otra vez”, señaló el académico. El escenario más previsible, coinciden protagonistas y analistas, es que la reunión del lunes solo dilate la discusión. Si la realidad le gana a los pronósticos, el gobierno probablemente tendrá razones para festejar.