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4 de octubre 2024 - 5:00hs

La sustancia viene con ruido previo. En el pasado Festival de Cannes se llevó el premio a Mejor guion y una de esas ovaciones de varios minutos que son a esta altura un cliché de estos eventos. Trae escándalo, porque hubo un estudio que no la quiso estrenar, asustado por su contenido. Y llegó a Uruguay como un pequeño fenómeno.

La película de la cineasta francesa Coralie Fargeat se estrenó la semana pasada en salas y este fin de semana suma la pantalla de Cinemateca. Las funciones incluyen a personas que se paran y se van, otras completamente asqueadas que aguantan como pueden, otras que se matan de risa. Hay posteos en X de usuarios argentinos (donde se ha convertido en fenómeno de taquilla de forma sorpresiva) que relatan vómitos, desmayos, personas que se mean encima en plena sala.

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Suele pasar que cuando una película shockea tanto, el fenómeno va más por el impacto en sí mismo que por la calidad que pueda tener la historia. La sustancia es una excepción a esa norma.

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Este cóctel compuesto de humor negro, body horror, suspenso y la puesta en escena de algunas imágenes muy perturbadoras dialoga con buen criterio con algunos fenómenos culturales y sociales actuales, como la “droga mágica” para adelgazar Ozempic, debates contemporáneos sobre género y los cuerpos o la obsesión de esta época anti-age por luchar todo lo posible contra el envejecimiento.

De qué trata La sustancia y quiénes son sus protagonistas

La sustancia empieza con el foco puesto en Elisabeth Sparkle, una actriz de Hollywood con una historia llena de logros como el premio Oscar y la fama masiva, generada también con un popular y longevo programa televisivo de ejercicios, cual Jane Fonda. Pero el avance del reloj hace que todo se quiebre.

Para sus superiores hombres, Elisabeth ha llegado a los 50 años, ya no sirve más y la echan sin muchas vueltas. Sin rumbo y señalada como “vieja” por el mundo del espectáculo, descubre una posible salvación en la sustancia del título, una droga ilegal que genera una especie de clon más joven y presuntamente perfecto de la persona que la toma, con el que el consumidor altera siete días de consciencia y debe seguir una serie de reglas estrictas y claras para evitar el desastre.

Después de una escena que remite al parto, al nacimiento del xenomorfo de Alien y al cine de David Cronenberg, entra en escena Sue, este yo alternativo que le permitirá a Elisabeth recuperar la fama y el deseo ajeno. De a poco se irá generando un duelo entre estas dos identidades que irá escalando hasta desmadrarse.

Esta dupla está encarnada por Demi Moore y Margaret Qualley. Las dos dan grandes actuaciones aunque hasta se puede pensar que su trabajo en este proyecto es un ejercicio de casting metaficcional: Moore tiene 61 años, su etapa de mayor exposición y celebridad estuvo concentrada en las décadas de 1980 y 1990 y acá se anima a jugar un poco con su propio mito. Qualley es una actriz en ascenso y uno de los nombres más buscados por el Hollywood actual.

Y por detrás de cámaras está la directora y guionista Coralie Fargeat, que ya había llamado la atención con su anterior (y primera) película, Venganza siniestra. Estrenada en 2017 y disponible en Netflix, sigue el camino de venganza de una joven agredida sexualmente por un grupo de hombres.

En Venganza siniestra ya había algunos puntos que en La sustancia están refinados o ampliados, como la apropiación desde una perspectiva feminista de ciertos géneros cinematográficos, o a nivel visual los colores vibrantes y saturados.

Miedo y asco en Los Ángeles

A esta estética pop se suma un ritmo aceleradísimo —aunque la película es extensa, con dos horas y veinte de duración, y podría durar menos— y una progresión narrativa que desemboca en un festival de gore y absurdo, que suele ser el momento en el que se producen las reacciones más viscerales y físicas de la audiencia.

Recepciones divisivas aparte, es también el momento en el que la película corona y cierra con una explosión casi literal el universo que construye desde el principio, donde hay referencias e influencias reconocibles como El resplandor de Stanley Kubrick (los baños no daban tanto miedo desde entonces), el ya mencionado Cronenberg, algo de El hombre elefante y de historias clásicas como El retrato de Dorian Gray.

Fargeat sabe bien en qué cancha quiere jugar, recorriendo el camino del cine de género, sea terror, sátira o ciencia ficción, quizás el más adecuado para hablar del presente aunque tantas veces se ambiente en el futuro.

En ese sentido, la obra de Fargeat se puede conectar con otras autoras de distintas ramas del arte que en los últimos años han apelado al género para hablar sobre, justamente, género, o que han traído una mirada femenina a estos rubros, esa tradición que ya venía de la escritora Margaret Atwood y su El cuento de la criada, hasta lo que hoy hacen Mariana Enríquez en la literatura o la también directora francesa Julia Ducournau.

Todas esas intenciones quedan claras en el cine, donde se hace presente el asco que genera la vejez puesta al desnudo, y en lo que sucede en la pantalla, donde se explicitan de forma poco sutil pero efectiva los mandatos sociales de la sociedad moderna hacia las mujeres, los conceptos que mandan sobre el cuerpo, la belleza, la juventud y la celebridad.

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