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16 de noviembre 2025 - 23:15hs

De la extrema cautela al descontrol de la desesperación. Con muy poco juego y con una actitud gobernada por los nervios, Peñarol logró derrotar a Liverpool para superar la semifinal de la Liga AUF Uruguaya y ahora se citará en las finales con Nacional.

El objetivo cumplido no puede tapar lo mal que juega este Peñarol o, al menos, lo mal que puede llegar a jugar este equipo, tal como se vio este domingo contra Liverpool.

Jugó mal porque Diego Aguirre armó mal el equipo. Jugó con dos nueves y tres volantes de contención pero experimentó -como ya lo hizo en tramos de este Torneo Clausura- con Maximiliano Silvera de extremo derecho e Ignacio Sosa de extremo izquierdo.

Eso le jugó a favor a Liverpool que nunca tuvo que preocuparse de que Martín Rea y Enzo Castillo tuvieran que jugar mano a mano por dentro con Matías Arezo y Silvera, teniendo a un pasador de excelencia cerca como lo es Leonardo Fernández (más allá de que este domingo el 10 fue el abanderado de la imprecisión, los nervios y la impericia).

Aún fuera de puesto, Sosa fue el mejor del primer tiempo de Peñarol. Le hizo sacar amarillas a Castillo y Kevin Amaro y evitó que este pasar al ataque con claridad.

Sin afán de salir a presionar al rival, sin la voracidad ofensiva que caracterizan a los equipos de Aguirre, Peñarol tuvo el mérito de tener menos la pelota y de no recibir una sola chance de gol en contra. Y eso se debió, en gran parte, a un majestuoso primer tiempo de Javier Méndez que en determinado momento fue un frontón en el área.

Además de jugar sin extremos capaces de abrir la cancha y de darle profundidad al equipo, Peñarol tuvo laterales sin ambición de pasar al ataque. Maximiliano Olivera lo hizo una sola vez en los 90' reglamentarios, al minuto 31, sacando un centro que no trajo consecuencias. Pedro Milans se descolgó al ataque a los 88' y llegó a rematar al arco desperdiciando una clara chance de gol.

Fernández, que metió un par de tiros libres peligrosos en el primer tiempo, ambos bien resueltos por Sebastián Lentinelly, fue una oda a la imprecisión en cada ocasión que Arezo, Silvera, Remedi o Trindade se le arrimaron para asociarse.

Hubo una jugada que graficó su primer tiempo: intervino en una buena secuencia de pases y quiso filtrar a espaldas del lateral Sosa. La dejó corta. Luego hizo gran esfuerzo defensivo para cubrir la banda derecha, pero cuando quiso disputar pelota hombro con hombro con Nicolás Vallejo terminó por el piso.

La expulsión de Castillo, a los 51', puso de manifiesto todas las carencias que Peñarol tiene para elaborar juego. Porque Liverpool le cerró filas, se refugió y a Peñarol no se le cayó una idea.

Arezo tuvo una escapada donde enganchó y tiró ante un Amaro que plegó el codo contra el cuerpo y bloqueó el tiro. Olivera corrió varios metros para protestar penal. No fue. Méndez protestó en forma histérica un cabezazo en una pelota que pegó en el muslo de un rival y donde el zaguero protestó como si hubiera existido mano. Claro, los mensajes que instala el presidente Ignacio Ruglio, acusando a los jueces y a la AUF de montar una estructura para perjudicar sistemáticamente a Peñarol y para favorecer sistemáticamente a Nacional, tarde o temprano terminan perjudicando a sus jugadores que se salen de foco viendo fantasmas (o manos) donde no las hay.

Pero el control lo tenía Liverpool que supo generarle, sobre todo a través de ese gran jugador que es Vallejo, muchos más córners (10 A 7) a Peñarol. Y por esa vía, ya en alargue, tomó ventaja con un gol de Abel Hernández.

El que perdió la marca fue Méndez, conjuntamente con Maxi Olivera. Los mismos directos responsables de la eliminación de Peñarol contra Racing de Avellaneda, en octavos de final de Copa Libertadores.

Sí. A Peñarol se le revolvió en el estómago el fantasma de la pelota quieta. Y en una semana deberá enfrentar a Sebastián Coaets, Julián Millán y Maximiliano Gómez en ese tipo de jugadas. Y en detalles, como las pelotas quietas, se definen partidos cerrados, parejos y disputados como suelen ser los clásicos.

El aurinegro lo pudo ganar y empatar porque Liverpool no solo jugó 70 minutos (sin contar las adiciones) en inferioridad numérica sino que físicamente se fue derrumbando: Vallejo sentido desde el primer tiempo, Hernández fundido, Sosa y Milano acalambrados. Demasiado.

Con los cambios, Liverpool perdió y Peñarol ganó, sobre todo con Diego García, que en el alargue se hizo dueño del partido jugando por izquierda, hacia adentro, abriendo la calle para la subida de Lucas Hernández y con el arco entre ceja y ceja para leer las ventajas que le permitieran patear.

Lentinelly le atajó el primer intento. El segundo tras descarga de Arezo, fue un golazo.

Leandro Umpiérrez fue más claro para pasar por calle central que Fernández que terminó estacionado por derecha y con movimientos totalmente imprecisos, presos de sus propios nervios. Hubo una jugada que encaró para afuera por derecha y se terminó yendo solito sin poder sacar ni el centro.

A Peñarol lo rescató una mano de Facundo Bregante. Mano separada del cuerpo que planchó una pelota pero que no evitó que la misma llegara al receptor de Peñarol, Stiven Muhlethaler (otro que entró bien y que ya ha demostrado que en este Peñarol es totular porque tiene desborde y velocidad y porque es capaz de meter alguna pelota al área) llegara a culminar la acción. Andrés Matonte cobró penal.

Y Fernández, en una rotunda demostración de la clase de partido que jugó, necesitó patearlo dos veces para poder meterlo. En el primero Lentinelly se adelantó y el VAR, acertadamente, hizo repetir la ejecución. Fue una incidencia muy fina, milimétrica, pero es algo que se cobra a nivel mundial y lo que sancionó el equipo arbitral fue incuestionable.

Así ganó Peñarol. Más por el empuje de su propia desesperación que por esa actitud de cuadro grande de querer llevarse de a prepo al chico. Más por el derrumbe físico y numérico de Liverpool que por sus propias virtudes. Más por actores de reparto que por el peso de sus figuras porque el partido de Arezo fue muy terrenal y el de Leo Fernández fue muy malo.

Brayan Cortés, Maxi Olivera y Leo Fernández terminaron muy sentidos.

En siete días se viene Nacional que tiene una semana de ventaja para esperarlo. Y que tiene además, mucha más profundidad de recursos en su plantel.

Lo bueno para Peñarol es que si repasa cómo jugó estos 120 minutos contra Liverpool, saben todos los errores que no podrán cometer ante Nacional que colectivamente puede ser mucho menos que Liverpool pero que individualmente le planteará a Peñarol partidos, que como todo clásico, serán parejos y disputados.

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