La lista sigue y es probable que, con el correr del tiempo, muchas de estas historias sean solo un número más en una estadística de esas noticias que —a veces por unos días, a veces por unas horas o minutos— ocupan la crónica policial. Y es probable que Francisco, ese niño modelo de la escuela 10 de Mercedes sin problemas de aprendizaje ni conducta, pase desapercibido para quienes no lo conocieron. Lo mismo Alfonsina que con solo dos años ya se perfilaba para seguir los pasos aplicados de su hermano mayor.
La estadística oficial, esa que lleva el SIPIAV, dice que al menos 13 niños murieron por violencia vicaria entre 2023 y lo que va de 2025. Es un escenario de “mínima”: porque deja por fuera el asesinato de niños en que, por más hostilidades en la casa, no pudo comprobarse que el objetivo sea pegarles a la madre de los niños donde más duele.
“Golpear donde más duele”, así se llama el libro de la psicóloga argentina-española Sonia Vaccaro, quien hace más de una década definió la violencia vicaria: “Aquella violencia que se ejerce sobre los hijos/ as para herir a la mujer. Es una violencia secundaria a la víctima principal, que es a la mujer. Es a la mujer a la que se quiere dañar y el daño se hace a través de terceros, por interpósita persona. El maltratador sabe que dañar o asesinar a los hijos/hijas es asegurarse de que la mujer no se recuperará jamás”.
Es viernes 5 de setiembre en la noche de España. La psicóloga Vaccaro lee la noticia de lo ocurrido en Uruguay y, en diálogo con El Observador, deja en claro:
—Lo ocurrido en este caso cuadra en la definición de violencia vicaria más extrema, aquella en que se da el asesinato, el secuestro o la desaparición de los hijos. Y le da al sociedad una bofetada para darse cuenta que el caso es irreversible y hemos fracasado. Pero hay otras violencias vicarias, más habituales e invisibilizadas, sobre las que sí podemos actuar.
España, donde ella reside, incorporó en 2017 el concepto de violencia vicaria dentro de los instrumentos jurídicos; no necesariamente con la intención de que sea una agravante de las penas (como suele reclamarse desde las tribunas cada vez que un caso doloroso está a flor de piel), sino como una protección a los niños. Una protección, aclara, reducida porque solo se denuncian una de cada cuatro agresiones contra mujeres.
Pone el ejemplo de la necesidad de que los jueces lo tomen en cuenta en las definiciones que adoptan sobre las tenencias compartidas, los regímenes de visita o cuán libres son los niños cuando, en pocos minutos y a las apuradas alguien les pregunta: ¿Vos querés seguir viendo a papá y la familia de papá? Aunque ese mismo papá —tildado de “es un buen padre”— haya trompeado a su madre delante de ellos. "Es habitual que solo se pongan medidas de protección a la madre, cuando el violento es el padre".
De este lado del océano, más cerca de los que está pasando en Uruguay, María Elena Mizrahi, la coordinadora del Sipiav, coincide y da un paso más: “La ley de tenencia compartida no piensa en el interés superior del niño, sino en los adultos”. Lo dice en sentido de que pesa más el derecho de un padre (violento) a ver a sus hijos que si eso protege a los hijos o los deja expuestos a más violencia (incluso psicológica).
Violencia que excede domicilios
Unicef presentó hace una semana los resultados de una última encuesta en que se muestra el porcentaje de niños y adolescentes sometidos a disciplinamientos violentos en Uruguay. La cobertura se centró, sobre todo, en los grandes números, en cómo la violencia física es más frecuente en hogares más pobres y la psicológica en los hogares más ricos donde incluso se les revisa las pertenencias a los adolescentes sin siquiera preguntarles qué les pasa, cómo se sienten, qué necesitan.
Pero la misma encuesta, mucho más en silencio, cerca del final del informe da un dato clave: “En Uruguay el 18,3% de los niños, niñas y adolescentes (casi 1 de cada 5) viven en hogares donde su madre u otra mujer a cargo de su cuidado ha sufrido violencia de su pareja o expareja en los últimos 12 meses”.
Y el vivir en un hogar con violencia tiene sus consecuencias.
El profesor de Psicología Clínica Michel Dibarboure lo ha estudiado y lo ve en sus consultas. “Cuando se habla de ‘buen padre’ es la mirada social. Porque el que es violento con la madre es violento con los niños, aunque no les haya pegado o gritado nunca”.
Incluso ese “buen padre” para la sociedad o para el juez que un día secuestra y asesina a los hijos para causarle dolor a su expareja, no necesariamente tenga una patología, una depresión o un cuadro psicópata. “Es que acaba pensando que no tiene nada que perder”.
Por eso problematiza el concepto de “buena padre” y explica que los niños expuestos a violencia intrafamiliar tienen consecuencias en su identidad, porque “no se reconocen como sujetos de derecho, sino como objetos de uso”.
La psiquis tiene leyes no escritas. Esas que nos van enseñando a entender que matar está mal, que el incesto no es aceptable, que uno no puede hacerle al cuerpo del otro lo que no le gustaría que le hicieran al suyo y un largo etcétera de mandamientos que permiten regularse. “En niños o adolescentes expuestos a violencia en sus casas esa ley reguladora empieza a fallar”.
A veces se demuestra en retracción, o en cambios de conducta en la escuela, o “en que son diagnosticados con déficit atencional cuando en realidad sus mentes están en un constante estado de alerta”.
Distintos indicadores muestran que esa violencia contra las madres de los niños no ha cedido y contra los niños mucho menos. No lo dicen grupos feministas, lo dicen las estadísticas oficiales (cada día ingresan un promedio de siete nuevas situaciones de violencia que involucra a niños).
Dibarboure colabora en un programa reciente para atender a otra afectación (grave) en niños que tiene la violencia de género: los menores huérfanos por femicidios. Solo en 2024 se contabilizaron al menos 21 casos.
“Son casos en los que no se aborda solo la pérdida, sino hablar de qué pasó para, poco a poco, lograr un desbloqueo”. ¿Qué significa? “Hay casos en que han tardado un año y medio en poder hablar de su madre o en otro donde no perciben las situaciones de riesgo y se descuidan (como si hayan tirado la toalla), y poco a poco hay que lograr el cuidado”.
En su último informe de situación, en el capítulo referido a esta temática, el Sipiav cita a Bob Dylan: “Cuántas veces puede un hombre mirar al costado fingiendo no haber visto (…) Cuántos oídos debe un hombre tener para poder escuchar el llanto de los demás Cuántas muertes tomará hasta que él entienda que han sido demasiadas”.