Los últimos huesos encontrados en el Batallón 14 son de Chumbito, como le decían de pequeño. Son de Beto, como lo llaman sus hijas. Son de Ignacio, por su seudónimo en la clandestinidad. Son de Luis Eduardo Arigón Castel, según figura en los registros oficiales.
Cuando fue secuestrado, media hora antes de la una de la madrugada del 14 de junio de 1977, Arigón tenía dos hijas, doble militancia (en el Partido Comunista y en el sindicato de empleados de comercios), y dos trabajos (como librero y traductor en Internacional Book Service).
Por eso durante los mediodías, entre turno y turno de sus empleos, iba a almorzar a su casa en Parque Batlle, en el segundo piso de un edificio ubicado a una cuadra y media del Estadio Centenario, tomaba una copa de vino como mandataba la cultura francesa que veneraba, a veces tocaba un poco el violón o leía algo de poesía y dormía una siesta breve.
“Era un padre normal”, recuerda su hija menor, Sabina, al enterarse de la identidad de los restos. “Normal”, dice la Real Academia Española, es la manera en que se nombran las cosas que “por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano”. Y la vida de Arigón no escapaba a esa norma.
Era hincha de Liverpool y guardaba con recelo un banderín de felpa con el negriazul casi desteñido.
Fumaba “naco” picando el tabaco que envolvía en hojas de chala. Había abandonado los estudios en Derecho. Hablaba italiano, francés e inglés. Los domingos se los reservaba para su familia. Había ingresado a la militancia comunista en los 60, inspirado por el fervor de la revolución cubana.
Fue detenido dos veces antes de su secuestro, como le había ocurrido a varios de los militantes de su edad. Y como otros de sus contemporáneos —también desaparecidos— había tenido la posibilidad de irse del país (a México, donde vivían unos familiares), pero prefirió “quedarse en el paisito”. Su lugar.
En el parte de novedades del 5 de mayo de 1977 se lee: “Luis Eduardo Arigón recupera su libertad. Se encontraba en el régimen de medidas prontas de seguridad, por actividades ilegales, confección de volantes alusivos al 1° de mayo e incautación de material izquierdista”.
El secuestro
“A la hora 0.30 del día 14 de junio de 1977, en nuestro domicilio conyugal de la calle Belgrano 2872 Ap. 201, nos despertaron golpes de armas contra la puerta de nuestro departamento, e identificándose como integrantes de las Fuerzas Conjuntas”. El testimonio de su esposa, Sara Barrocas, figura en las fichas oficiales. Su voz ha sido una de las más activas (y perseverantes) en el reclamo de verdad y justicia.
Sara ahora tiene 94 años y por problemas cognitivos —paradoja del destino— ya casi no recuerda el nombre de su compañero. Había recorrido cuanto batallón o cuartel hubiese en pie en busca de información. Y siempre se ha encontrado con la negativa: que su esposo se fue de viaje a Cuba, que lo tiraron al mar, que no pasó nada, que…
Pero Sara sabía que le mentían. Ella misma estaba en su apartamento la noche del secuestro y vio la crueldad de los perpetradores. Ella misma vio el auto Fiat blanco donde se llevaban los libros, incluyendo un tomo de Artigas y la Patria Grande que se leía en la escuela. Ella fue testigo del destrato de un hombre rubio de patillas pronunciadas que dirigía el operativo.
Unos días después, el también detenido Eduardo Platero reconoció a Arigón en el centro de detención clandestino La Tablada. “A mi lado estaba un hombre que respiraba penosamente. Los custodias discutían si aguantaría o no, por sus precarias condiciones. En un momento dejó de respirar y nos bajaron a ambos, chocaron nuestros cuerpos. Se trataba de una persona corpulenta, lo que me hace suponer que pudo haber sido Arigón”.
Los antropólogos forenses que encontraron los huesos, 47 años después, habían confirmado que la persona rondaba el metro ochenta. Era adulto (Arigón tenía 51 años al momento de su detención). Y había sido maltratado bajo tortura: costillas rotas, esquince en el tobillo, muñeca desviada y mucha cal puesta encima del cadáver con el objetivo de hacerlo desaparecer.
Juan Ángel Toledo, otro de los detenidos por el Órgano Coordinador de Operaciones Antisubversivas (OCOA), también estuvo en La Tablada y lo escuchó. “Era su voz, era una persona que deliraba, que había sido muy golpeada; era alguien que permanentemente estaba pidiendo comida a cualquier hora; uno veía que estaba desequilibrado y la respuesta que le daban era golpearlo continuamente al punto que un hombre dijo que estaba orinando sangre”.
La hipótesis
El Batallón 14, en el departamento de Canelones, fue un cementerio clandestino. El esqueleto de Arigón fue el cuarto encontrado allí, en un radio inferior a 200 metros. Y aunque la escasez de información de calidad no permite las aseveraciones, las coincidencias son varias y admiten el ensayo de hipótesis.
Hubo un operativo contra la fracción sindical del Partido Comunista en que mataron a Humberto Pscaretta Correta y desaparecieron a Arigón, Óscar Baliñas, Óscar Tassino y Amelia Sanjurjo (la penúltima hallada en el batallón).
Los testimonios hablan de que esos desaparecidos estuvieron en La Tablada, el centro clandestino que dependía de la OCOA. Y aunque el operativo no cuenta con un nombre oficial, como sí lo tuvo la operación Morgan contra el Partido Comunista entre 1975 y 1976 (algunos cuerpos aparecieron en el batallón 13), todo parece indicar que era parte de una misma cabeza.
El auto Fiat blanco se repite en los secuestros. El hombre rubio y de patillas. Incluso, entre los restos que aparecieron, la manera de haber sido enterrados bajo kilos de cal y planchas de hormigón.