Esta nota fue publicada originalmente el 10 de junio de 2017
Cacho de la Cruz: la vida del señor televisión
La mayor figura que dio la pantalla chica uruguaya y los 80 años de una vida que giró en torno al espectáculo
La mayor figura que dio la pantalla chica uruguaya y los 80 años de una vida que giró en torno al espectáculo
Esta nota fue publicada originalmente el 10 de junio de 2017
Vestido de mujer, con peluca, maquillaje y los labios pintados de rojo, Cacho de la Cruz graba en uno de los estudios de canal 12 el piloto para una nueva temporada de Chichita. Es el otoño de 2011, apenas unos meses después de haber colgado para siempre el silbato de Cacho Bochinche, personaje que había interpretado durante 38 años en las mañanas de sábado. En medio de la grabación baja al vestuario, comienza a sacarse el disfraz y dice: "No lo hago más". Había dedicado más de medio siglo de su vida a la televisión y, repentinamente, decidió que ese personaje, el único suyo que quedaba al aire, tenía que morir.
El primer contacto de Cacho de la Cruz –Arturo es su nombre de pila, pero nadie lo llama así– con la caja boba se había producido seis décadas antes, cuando era niño y ayudaba a su padre a arreglar los conos de los parlantes en los primeros televisores que llegaban a Argentina, su país natal. Lejos estaba de su mente por entonces que un día iba a terminar "dentro" de ese aparato, y mucho menos que se convertiría, para los uruguayos, en el Señor Televisión.
Era 1944. Cacho tenía 7 años y en la escuela el maestro Durruti lo había marcado delante de todos con una frase lapidaria: "De la Cruz, de la Cruz, repelús". Cacho hacía enojar a los maestros. "No es que me portara mal, pero conversaba en la clase", rememora al charlar con El Observador, sentado en el comedor de su casa. El apartamento, en Punta Carretas, tiene un amplio living en cuyas paredes están colgados cuadros de su autoría, un estar presidido por una gran foto de Cacho Bochinche rodeada de obras firmadas por un artista local que decoraba la escenografía de Chichita, y una vitrina en la que guarda sus premios y condecoraciones. Allí convive con seis televisores, cuatro trombones y los muñecos que creaba con sus propias manos para ser usados en los programas.
La faceta de niño inquieto en el aula tenía como contracara que era el que entretenía a los compañeros en los recreos de la escuela. Cuando estaba en sexto año, en un intento de fonomímica para imitar El barbero de Sevilla, un maestro le pidió si podía hacer eso mismo en un festival escolar. Al público le gustó y eso llevó a que empezara a ir de escuela en escuela, primero, y de club en club, más tarde. "La gente aplaudía, y me decían 'Vení el mes que viene, pibe'. No me garpaban nada, pero, bueno, yo decía 'Pónganme por favor en el programa', porque era una especie de currículum. Así seguí, y mirá en lo que terminé".
Desde chico le gustaba el fútbol, y sus padres lo habían anotado en el equipo Titanes de Belgrano, cerca de su casa. Fue así que pasó luego a las inferiores del Club Atlético Platense, e incluso llegó a defender la camiseta de River Plate –hasta que se ofuscó porque le ofrecían pasar al fútbol profesional, en tercera división, pero sin un peso a cambio–. Para entonces tenía 15 años; meses antes su padre le había firmado un permiso para que trabajara siendo menor de edad –con la condición de que siguiera estudiando–, y escogió quedarse con la carrera que le pagaba. Para cumplir con su promesa estudió dibujo publicitario, imprenta y fotograbado en las Escuelas Municipales de Artes y Oficios Raggio, una especie de UTU, donde la música era una materia obligatoria. Ahí nació el amor por el trombón, su tercer brazo. Por esos años Elvis Presley todavía no había surgido y el Rock around the clock era un hit. Pero la música que le gustaba a él era el jazz. Veía con admiración las películas de Louis Prima que llegaban desde Estados Unidos, con su versión de Just a Gigolo, y el ritmo del piano y los instrumentos de viento seducía a este adolescente.
Con el permiso para trabajar conoció la noche, su gran amiga de ahí en más. Allí, en un mundo de adultos aprendió sus primeros trucos.
La banda del cabaret está tocando, como todas las noches, y es el turno de Cacho para subir al escenario para hacer su show. Son sus primeros años como cómico, y hay un personaje que le empieza a salir bien al combinar la técnica de la fonomímica con el absurdo y el ridículo. Vestido de smoking negro sale a escena, mira a los músicos y dice: "Música, por favor". Silencio. La banda no hace caso y empieza a levantar sus instrumentos para irse. Algo tiene que hacer para solucionar el bache, y en su cabeza comienza a sonar una canción de comienzos de siglo, That's a plenty, del grupo de jazz estadounidense Dixieland. Y se larga a tararear: "chan chan chan, chararararán chan chan...".
El personaje de El Mago continuó a lo largo de los años como parte de su repertorio, y fue con él que a comienzos de la década de 1980 –y en El show del mediodía– conoció a Laura Martínez, su pareja por más de 25 años. Este programa se inauguró en canal 12 el 2 de mayo de 1962 y fue el buque insignia del canal en sus 46 años de vida. ¿Hay alguien que no lo conoce en Uruguay? "De los que tienen 10 años para abajo no me conoce nadie. Pero la gente de más edad sí, fantástico", dice Cacho.
Cuando habla es de reiterar las palabras. No dice "fantástico" una vez, sino tres o cuatro. Enfatiza y hace comentarios elogiosos sobre personas y cosas. Las muletillas que más salen de su boca, además de "fantástico", son "bárbaro" y "brutal", siempre exaltadas como entre signos de exclamación.
Su destino fue marcado por dos personas: Rafael Pereyra y Estanislao Pacheco Gómez. El primero, representante de artistas en Buenos Aires, le consiguió un contrato muy bien pago para trabajar en el carnaval uruguayo. Cacho llegó a Montevideo en un viaje en barco a paleta que lo dejó en Colonia con 21 años, a fines de 1958, con el propósito de ser el animador en espectáculos barriales que ofrecía la intendencia. "Era el que llevaba todo el espectáculo, y tenía que hacer payasadas en el medio. Usaba el trombón, se me desarmaba, terminaba tocando con la boquilla... Y después contaba cuentos", rememora.
En 1959 una gran inundación azotó el país. El actor no podía regresar a su ciudad porque los viajes en barco estaban suspendidos, y la plata dulce se le terminó. Ya no tenía cómo pagar el hotel en que vivía. Una madrugada de intensa tormenta se escapó sin que se dieran cuenta. Se fue a la plaza ubicada frente a la seccional 10, en Pocitos, y bajo el diluvio esperó a que los oficiales se lo llevaran al calabozo por estar vagando.
Ahí fue cuando se cruzó con Pacheco Gómez, hombre de la noche montevideana, de boîtes y cabarets. Una de las prostitutas que trabajaba con él había tenido líos y fue a la comisaría a buscarla. Cuando entró, vio a Cacho, empapado y con el trombón bajo el brazo. "¿Usted qué hace acá?", le preguntó. Él le respondió que se dedicaba a hacer espectáculos musicales y humor, pero que no tenía trabajo.
Pacheco Gómez le dio un trabajo y un lugar donde vivir: un cabaret ubicado en Gonzalo Ramírez y Joaquín de Salterain, que para todos era el Pigmalión salvo para su madre, que creía que era el "Gran Hotel Pigmalión". Aquel 1959 fue más llevadero.
En el verano de 1973, una disposición del gobierno por escasez de energía eléctrica determinó que la televisión podía empezar recién a las seis de la tarde de lunes a viernes y a las 12 los fines de semana. El show del mediodía, que por entonces iba entre semana, se quedó sin espacio y Cacho sin trabajo. El animador se fue a trabajar a Punta del Este con su trombón bajo el brazo. Un amigo le prestó un apartamento a medio terminar frente a la playa El Emir, y Cacho pasaba sus días frente al mar pensando qué hacer después. Emigrar a Perú o a Colombia a probar suerte era lo que pasaba por su cabeza. "No me queda otra", razonó. Con esa incertidumbre dándole vueltas, un día apareció en el apartamento el gerente de programación de Teledoce, Carlos Restano. Entre whisky y whisky, quería convencerlo de que no se fuera. A los pocos días, el hombre más importante de la emisora, Horacio Scheck, se reunió con él y le dio un cheque en blanco: "Elegite un programa que quieras hacer". Cacho respondió: "Los pibes me llevan el apunte, tal vez por las cosas payasescas que hago. A mí me gustaría mostrar lo que nosotros hacíamos cuando éramos chicos. Patear al golero, subirse al palo enjabonado, las carreras de embolsados... cosas a las que jugábamos en las sociedades de fomento en Argentina en todas las fechas patrias". Y empezó a hacer eso en televisión. Debutó el 11 de marzo de 1973 con un nombre que le gustaba por su sonido redundante en ce haches: Cacho Bochinche.
Inventó personajes como Ultratón, un robot que llegaba del espacio para llevarse los chupetes de los niños; fue incorporando otros, como el enano Fermín, el payaso Pelusita y el tío Víctor con sus marionetas. Y dejó algo bien claro: Fanta y yo somos amigos. Arriba, abajo, al centro y adentro.
En las casi cuatro décadas que estuvo al aire versionó canciones que llegaban de programas similares de otros países, como Hola, don Pepito o La gallina turuleca. Cuando Laura Martínez se incorporó como coconductora llegaron nuevas canciones y coreografías.
"Él siempre fue el que eligió los temas y los adaptó. Sabía muchísimo de música, y era brutal su conocimiento de lo que servía en televisión y lo que no para un programa infantil", explicó Laura.
Cuatro años antes del final de Cacho Bochiche, con 69 años, su creador ya se daba cuenta de que iba a ser difícil continuar. Con los niños jugando al PlayStation o mirando canales de televisión por cable, sin apoyo de las grandes marcas que sostenían una producción de ese tipo y con el peso de la edad, que no le permitía agacharse para levantar a un niño, decidió darle fin al ciclo.
En la Navidad de 2010 se emitió el último programa. Cacho sabía que no volvería, pero los televidentes no se enteraron hasta marzo del año siguiente, cuando una nueva temporada, la 39, debía comenzar. Eso no ocurrió.
"Yo no soy de los que te van a hablar mal de Cacho", se apuró a decir uno de los entrevistados antes de empezar con las preguntas. "Como compañero de trabajo yo no tengo nada para decir", afirmó por su parte Jorge Giordano, el productor que lo acompañó durante cuatro décadas. En ambos casos aparece algo así como una necesidad de contrarrestar desde el vamos el mito urbano de que la máxima estrella de televisión uruguaya era un tipo jodido. "Me divertía mucho, a pesar de que muchos decían que los trataba mal", dijo el conductor el año pasado en el programa El origen, de canal 12.
Más allá de la leyenda, quienes trabajaron con él cuentan que su nivel de exigencia cuando estaban al aire era muy alto; quería que todo saliera bien. Eso implicaba, por ejemplo, que en las tandas de Cacho Bochinche –programa del que era productor general– estuviera pendiente de lo que le tocaba hacer en el bloque siguiente y no de los niños ("Salí de acá", les decía, según contó Laura Martínez el año pasado en Océano FM). O que expresara su enojo cuando un niño saltaba desde la tribuna hacia el estudio, preocupado por lo que podía pasar habiendo de por medio cables y cámaras.
Su temperamento era conocido en el canal, y él en cierta forma lo reconoce. "A veces tenía discusiones, pero después quedaba todo bien".
Cuando Cacho se paraba en el estudio sabía si las luces estaban bien o torcidas, si el vestuario estaba planchado, si los colores eran los adecuados, si el sonido iba a funcionar correctamente, si la escenografía estaba en condiciones o descascarada. "Como todo conductor que además es productor, era un poco bravo. Pero así son los que no piensan solo en la conducción sino en el programa en su totalidad", contó una productora de televisión que trabajó con él.
Si bien Cacho Bochinche fue un programa muy exitoso, había una parte del público a la que no le gustaba sus formas. En los últimos años del ciclo infantil llegaba a comentar al aire sobre el consumo de bebidas alcohólicas, o hacía alusiones a las mujeres y su rol en la sociedad. Comentarios de ese tipo hoy le generarían una hoguera de 140 caracteres. Pero era otra época.
Un edil frenteamplista propuso en 2007 declararlo ciudadano ilustre de Montevideo, pero en la Junta Departamental la iniciativa naufragó. "Está perfecto", afirma Cacho, entendiendo que la exposición pública genera fanáticos y detractores.
Otro de sus defectos, cuenta Maxi, su hijo –que en parte siguió sus pasos en el mundo del espectáculo–, es su terquedad. Sus más allegados también le señalan virtudes menos conocidas, como su humildad, su perfil bajo y su generosidad; Cacho llegó a prestar dinero a lo largo de su vida sin reclamar luego su devolución, según relataron varios de los entrevistados para esta nota.
Un día, Giordano estaba en el canal revisando una pila de casetes en VHS que habían llegado desde el exterior. Entonces aún no se hablaba de compra de formatos. En el medio de una cinta perdida se detuvo en una grabación hecha por un camarógrafo, que parecía más un blooper que un rodaje profesional. Le pareció muy gracioso y se lo mandó a Cacho. "¡Pará! –respondió enseguida el humorista– Me pongo unas cejas grandes, algo medio desprolijo, y hago como que soy un cameraman de primera, aunque lo que le termino mostrando al público es una cagada".
Tomó el nombre de pila del conductor de Los viajes del 12, Julio Alonso, y el apellido de Eduardo Ruiz Pedemonte, camarógrafo de ese ciclo. Se pintó un diente de negro, agarró una cámara vieja, y sumó a Rodolfo Rognone al sketch. "¡Po' favo', Julio!" pasó a ser una frase imborrable en la memoria colectiva uruguaya.
Cuando actuaba Cacho no necesitaba decir nada muchas veces. Con un gesto, una mueca o solo una mirada explotaba la carcajada. Era un humor muy físico, acompañado de chistes con doble sentido pero sin malas palabras, recalca. "Un humor puro, que es el más difícil de hacer. Un humor sano, pero picaresco por momentos y muy popular, que tengo incorporado sin querer", reflexiona Maxi de la Cruz.
Sus mejores recuerdos no lo llevan a las últimas décadas y a personajes como Julio Pedemonte, sino a las primeras. Aquellas noches porteñas en las que trabajaba en cabarets, los bares donde se juntaba con sus colegas y las oficinas donde tenía que ir a tocar la puerta para conseguir que lo contrataran para un show; de estos lugares recuerda la dirección con una precisión que incluye hasta el número de puerta.
Dejó la televisión después de más de medio siglo sin decir adiós ante cámara. "Entendí que el oficio tiene muchos andariveles: la espontaneidad, el léxico, el ropaje, la velocidad. Yo ya prácticamente estoy fuera de todo eso. No estoy apto como para estar en televisión. Hay gente que me dice 'Ay, Cacho, qué lástima que no está en televisión', y yo le digo que esa misma frase sirve para explicar por qué no estoy; para que no me diga 'Ay, Cacho, qué lástima que está en televisión'".
Su vida ahora, a los 86 años que cumplió en mayo, es otra. La trasnochada sigue siendo parte de su vida, y se acuesta entre las dos y media y las tres de la madrugada. Por las noches le gusta mucho pintar, aunque se declara "una bestia" en esa disciplina, y por las mañanas hace ejercicio a primera hora. Se coloca un par de rodilleras y gatea por el living de su casa. "Fantástico para todo el cuerpo", dice sobre esta rutina. Luego se dedica a lo que más le gusta: tocar el trombón. Cuando está solo pone canciones en su equipo de música y practica, de mañana, de tarde y de noche. "Tenía por acá el ungüento para limpiar el trombón. ¿Dónde lo dejé?".
Convertir a Cacho de la Cruz en Chichita no era tarea sencilla, recuerda Amparo Alloza, vestuarista de canal 12 desde 1989. "Fue de las cosas más complejas que me tocó hacer porque tiene cuerpo de hombre, no podía parecer un travesti sino una señora, y tenía barriga. Llegó un momento en que era totalmente limitado lo que se podía poner: polleras y chaquetas o vestidos rectos".
Tanto en El Castillo de la Suerte como luego en el juego de las puertas de El Show del Mediodía había un protagonista indiscutido: el chancho. Era el premio en broma, aunque algunos de los concursantes se lo llevaban. "¡Un día me llamó una señora indignada diciéndome que yo le hacía pasar vergüenza al chancho! 'No entiendo, señora', le respondí. 'Sí, usted está muy mal con lo que hace, pobrecito, porque es como nosotros también, tiene vergüenza", escuchó Cacho de la Cruz del otro lado del teléfono. Un equipo dedicado a velar por el bienestar animal terminó yendo al canal, y la empresa optó por hacerle un chiquero de lujo en los estudios. "Era como si estuviera en Punta del Este el chancho. ¡Fantástico!".
Cacho de la Cruz incursionó en algunos negocios a lo largo de su vida. Además del programa Cacho Bochinche, que era una empresa en sí misma, tuvo paradores en Punta del Este –La Olla, Montoya, Manantiales, El Jagüel– y fue incluso propietario de un hotel en isla Margarita.
Uno de sus últimos ciclos en televisión, ya sin El show del mediodía, fue Parque Jurásico. El canal lo presentó en un rol principal junto a Julio Alonso, pero terminó saliendo unos pocos minutos por domingo. "(El productor Gustavo) Landívar comenzó a sumar gente, trajo a Waldo (Álvaro Navia) y a otros, y la verdad es que nosotros dos estábamos entre irnos o no del proyecto. Pero, bueno, el canal es nuestra casa y nos quedamos. Estrenamos a mediados de 2009 y la tensión en cada programa era horrible. No nos daban nada para hacer. Me acuerdo que había días en los que Cacho no quería salir al aire. Tenía que ir yo a convencerlo. Fue duro, un triste recuerdo", recordó Alonso a Sábado Show en una entrevista en 2013.
Cacho es incapaz de hablar mal del canal que lo alojó durante prácticamente toda su carrera, y solo se anima a decir que tiene un recuerdo "un poco feo" porque se agarró una pulmonía durante el rodaje de la presentación en el parque Salus de Minas. En 2012 el canal anunció la vuelta de Cacho de la Cruz al frente del programa Canta si puedes, un formato adquirido en el exterior que sometía a los participantes a cantar mientras le hacían alguna maldad. El estreno se fue posponiendo, quedó para el año siguiente, pero nunca salió. "Yo no estaba muy a gusto. ¡Metían a un tipo en una caja llena de cucarachas o de serpientes! No hay que maltratar a la gente, ni destratar a otra persona para hacer reír", afirma ahora el conductor. Desde entonces no volvió a trabajar.