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Déborah Rodríguez: "No me da más el corazón"

El camino al heroico bronce de Lima 2019 comenzó con el "fracaso personal" en Río, el exilio, la soledad y las lágrimas en el exigente medio estadounidense
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08 de agosto de 2019 a las 14:20

Déborah Rodríguez cuenta que su entrenador Eric Mobley no es un tipo muy expresivo. Es el típico entrenador que se ve en las películas: exigente al límite, seco y siempre desafiante. Sin embargo, cuando el martes la uruguaya ganó la medalla de bronce en los 800 metros de los Juegos Panamericanos se lo vio emocionado: "Me quedé impresionado, lo dejaste todo, ahora entiendo por qué te fuiste con nosotros a Estados Unidos, por qué llegabas llorando a los entrenamientos por tus ganas de mejorar y ahora entiendo lo que significa esta medalla para tu país", le dijo a la atleta. 

Rodríguez, de 26 años, todavía no durmió. Se pasó toda la noche contestando los mensajes recibidos. Jugó a las cartas por la noche, consoló a la pasada a los jugadores de fútbol cuando retornaron tras su caída con Argentina y lloró. Lloró mucho. 

En octubre de 2017 armó las valijas y se fue a Estados Unidos para dejar atrás la ola de críticas -algunas misóginas, otras racistas- que recibió tras su participación en los Juegos Olímpicos de Río 2016 a los que quiso clasificarse en 400 vallas pero lo hizo en 800 m sin poder superar la serie ni mejorar su marca. 

Parte de su proceso de recuperación incluyó hacer terapia para curarse de esas heridas que no se ven en la piel porque van directo al corazón. 

Se frustró cuando fue señalada en el senado uruguayo de cobrar sin trabajar como adscripta en el Ministerio del Interior cuando había pedido licencia sin goce de sueldo. 

Se mudó de Miami a Filadelfia para entrenar a la par de las mejores del mundo que cuando llegó la miraron de reojo para ver qué era capaz de hacer. Y el martes demostró de lo que está hecha. Agallas. Ovarios. Mentalidad de medalla de oro. Corrió en 2'06'' la serie el lunes y entró a la final con el octavo tiempo. El peor. Pero arrancó la carrera a prenderse con las de arriba. Con gente de sangre caribeña, esa a la que correr se le da naturalmente. Quedó encerrada en un momento sin chances de escapar, pero cuando vio una puerta aceleró y quebró a la candiense Lindsey Butterworth. Tenía el bronce. Pero su mentalidad de medalla de oro la hicieron correr en busca de un imposible. Y no le ganó la medalla de plata a la cubana Rose Mary Almanza por dos centésimas. 

Clavó el reloj en 2.01.66, cerquita de su récord nacional de 2.01.42. "El atleta se da cuenta de que pierde, no necesité ver en el photo finish que no llegué a ganar la plata. Pero lejos de darme pena, toda la carrera fue motivo de una enorme felicidad", dijo a Referí desde Lima. 

Al paisito futbolero siempre le cuesta entender las dimensiones de las conquistas de otros deportes. Pero una medalla a nivel de Juegos Panamericanos en atletismo, cuesta mucho. "Quizás no se entienda. Todos se juntan en familia los domingos a comer asado y ver fútbol. Yo soy de una familia futbolera (su padre Elio jugó en Peñarol y Mandiyú entre otros equipos, su hermano mellizo Ángel lo hizo en River Plate y Peñarol y ahora juega en Bolívar), pero los fines de semana la gente no ve atletismo, natación, handball ni vóleibol. Solo tiene la posibilidad de verlos en un Juego Panamericano o un Juego Olímpico. Creo que todo pasa porque el comunicador le haga hacer ver al televidente el valor de cada conquista para un deporte individual porque es algo que no se puede comparar con el fútbol". 

¿Por qué no pronosticó en la previa que su objetivo era ganar una medalla? 

Que no pronostique medallas no significa que no tenga objetivos antes de las carreras, pero no me gusta generar expectativas. Estaba atenta a los tiempos de las atletas de Jamaica y Cuba. Pero iba confiada en pelear una medalla. Y lo hice. No fue fácil, por eso me siento tan feliz. 

¿Cómo explica el tiempo de la serie, la afectó el toque que tuvo con una rival?

Sí. Quería salir a clasificar sin pensar tanto en el tiempo. Fui a buscar una de las tres plazas para no tener que especular con entrar como uno de los dos mejores tiempos. Fue una carrera muy ajustada, quedé encerrada y eso no me permitía salir, hasta que esa chica se cae y yo me tropiezo y casi también me caigo. Pero me pude recuperar y llegar en la tercera posición. De todas formas mi entrenador quedó enojado. 

¿Por el tiempo (2.06.30)? 

Porque esperaba que corriera más adelante, que liderara la carrera, que fuera al frente. Pero no se dio así que lo que hicimos fue pensar en transformarme para la final. 

En la final su actitud fue salir correr arriba.

Sabía que las chicas de Jamaica y Cuba son tops del ranking mundial y que si me prendía a su ritmo podía pelear medalla. Estaba dispuesta a aguantar cualquier tipo de dolor. Me favoreció que en los primeros 400 hicieran un ritmo lento porque yo soy muy simétrica en esta prueba. Entre el 600 y 700 metros tenía previsto hacer mi primer cambio de ritmo previendo hacer otro del 700 al 800. A los 550 vi mi oportunidad y me la jugué. Era ahí porque si lo hacía sobre la curva se me iba a hacer más largo. Fui agresiva en el remate, corrí para pasarlas y mi ventaja fue que llegué técnicamente más armada que la cubana. Luché hasta el final, por eso ahora estoy tan feliz. no me da más el corazón. Además, se me dio otra vez la cábala. 

¿Cuál?

La de Emiliano (Lasa). Otra vez fuimos medalla de bronce el mismo día, como en Toronto. Repetimos la foto de hace cuatro años. 

¿Cuál fue el mensaje que más la movilizó entre todas las felicitaciones?

Uno de un atleta amigo de Brasil, medallista olímpico en relevos. Me dijo que me transformé en una leyenda porque gané dos medallas inolvidables, que soy una heroína de Sudamérica. Realmente me llenó el alma. 

¿Y su familia cómo lo vivió?

A puro mensaje. Prendieron velas, rezaron... Mis padres, mis hermanos, mis abuelos, mis tíos... Lloré mucho.  

¿Cómo proyecta ahora lo que se viene: el Mundial de Doha y los Juegos Olímpicos?

Mi entrenador me dijo que disfrutara. De noche y de mañana, porque esta tarde ya tengo que entrenar. No hay días libres hasta que termine la temporada. En Doha espero correr en una mejor marca, siento que voy a correr relajada. En esta carrera me saqué 185 kilos de arriba. Porque desde el primer día que pisé Estados Unidos era lo que quería lograr.  

¿Después de todo lo que vivió en Río 2016, siente que esto es una revancha personal?

Soy de esas personas que tiene una filosofía de querer hacer todo en la vida. No quiero llegar a los 70 años y arrepentirme de algo que no me atreví a hacer. Gracias a Dios y a todos los santos, todo ha conspirado para que todas las posibilidades por las que me jugué me fueran abriendo puertas en la vida. Necesitaba irme en el 2017 a entrenar a otro nivel. Primero fui a Sarasota y luego me mudé a Filadelfia con Eric Mobley y Derrick Thompson. Entreno con Raevyn Rogers y Kendra Chambers que son las mejores del mundo. Fue arriesgado, pero el que no arriesga no gana. Cada vez que voy a un Sudamericano todavía me preguntan si no voy a correr el 400 vallas, pero opté por otra prueba. Río 2016 fue un fracaso personal, me sentí mal deportiva y emocionalmente. En 2017 me lesioné y fue un mal año. En 2018 empecé a repuntar y creo que 2020 va a ser un gran año. Así que lo importante es mirar para adelante.   

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