Las primeras imágenes de la película son de archivo. Lo que se ve está tamizado por los saltos bruscos y epilépticos de una cinta de video a la que se le caen los años. Lo que se ve es una caravana, varios autos, un montón de bicicletas y banderas que bajan por la calle y terminan en un círculo; ese círculo rodea a una persona que da una especie de discurso improvisado y en donde aparecen algunas palabras que tienen más peso que las demás. “Compañeros”, “cárceles”, “lucha”, “vuelvo a casa”. Los aplausos y los abrazos tapan lo que sigue, pero hay otras cosas, se dicen otras cosas, o en realidad se dice algo que a los efectos del momento retratado quizá es menor, pero para el desarrollo de lo que viene, para el desarrollo de este documental, es crucial: el hombre, Jorge Mazzarovich, preso durante 11 años en dictadura, acaba de recobrar su libertad y dice “ahora puedo volver a mi casa sencilla, a la casa que ha mantenido sobre sus hombros mi compañera Delia”. La frase queda suspendida en el tiempo, como los retazos de ese día que Delia, la ópera prima de la realizadora uruguaya Victoria Pena Echeverría, rescata. El video continúa con imágenes de celebración y la voz de una narradora que explica algo que podemos aventurar: que esa liberación es la superficie. Que ese archivo es la superficie. Y que hay algo más.
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