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12 de octubre 2016 - 5:00hs

Este es el primero de una serie de artículos sobre el tema.

Los gobiernos del Frente Amplio, liderados por una izquierda cada vez más liberal aunque todavía condicionada por sectores dogmáticos o populistas, en buena medida se han convertido en el sustituto histórico del Batllismo, tanto por sus propuestas y acciones como por la hondura de su predominio y su ya larga permanencia en el poder.

Claro que hay diferencias entre dos procesos cuyos inicios están separados por un siglo casi exacto: José Batlle y Ordóñez, gestor del Batllismo, asumió su primera Presidencia en 1903, mientras el Frente Amplio se inició en el gobierno nacional en 2005. Pero El Frente Amplio, como antes el Partido Colorado y más aún el Batllismo, representa también una corriente cultural dominante, una manera de concebir y de actuar, un "sentido común" y conformismo que muchas veces no es otra cosas que un conjunto de prejuicios firmemente arraigados.

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La cultura dominante

La mayoría del Frente Amplio, como antes el Partido Colorado, se ha transformado en una "cultura de gobierno" impregnada de realismo político: una vocación e interés por el ejercicio del poder y el control del Estado y sus puestos públicos.

La herramienta básica para el ascenso de la izquierda al poder fue el control de los sindicatos –que aún le responden aunque ya no en forma mecánica–, del sistema de enseñanza y de la burocracia, complementado por una tormentosa pero al cabo eficaz disciplina partidaria. El Batllismo basó su poderío y permanencia en el Partido Colorado, una maquinaria política y militar que predominó durante más de siglo y medio.

El expresidente Julio Sanguinetti no está de acuerdo con la identificación del Frente Amplio con el Batllismo. En noviembre de 2014 sostuvo que "algunos calificados periodistas han popularizado esa falacia, engañados por el éxito electoral del Frente Amplio, que es en lo único que se parece a la trayectoria del Batllismo"; pero que, en esencia, la heterogénea coalición es esencialmente antiliberal y de tendencias autoritarias y populistas, como el primer peronismo argentino o "el kirchnerismo actual".

Sanguinetti señala diversas caída autoritarias del Frente Amplio, desde su defensa de regímenes fracasados, como los de Cuba y Venezuela, hasta "la idea corporativa con la cual un sindicalismo de Estado comparte el poder con los gobernantes electos y maneja fondos públicos como si fueran privados" (1).

El politólogo Adolfo Garcé acepta que el Batllismo abreva en fuentes más liberales que el Frente Amplio, todavía impregnado de marxismo, pero afirma que la coalición "ha venido a jugar exactamente el mismo papel que el batllismo hace 100 años". Señala "la reformulación de la relación entre Estado y mercado" y su vocación "dirigista"; el "equilibrio entre libertad e igualdad" y los intentos de crear un "Estado de Bienestar" (el Welfare State de posguerra, que combina liberalismo político, capitalismo con cierta "economía mixta" y bienestar social).

Garcé también evoca la "reforma moral" que llevaron adelante tanto el Batllismo como el Frente Amplio, desde la ley del divorcio hasta la "revolución de los derechos" durante el gobierno de José Mujica, siguiendo la agenda liberal europea y norteamericana y contra la opinión conservadora y de la iglesia Católica.

Adolfo Garcé admite que la izquierda gozó de un respaldo más general entre los intelectuales que el Batllismo, que también lo tuvo aunque en menor escala, y que antes de gobernar se apropió de los sindicatos, cosa que Batlle ni siquiera intentó. Y por último señala una diferencia nada menor: mientras el Batllismo enfrentó siempre una tenaz resistencia del Partido Nacional, y en particular del Herrerismo, el Frente Amplio lleva consigo una fuerte vertiente blanca, que encarna José Mujica aunque no solo él (2).

Habría que agregar que el propio Batlle y Ordóñez admitió las influencias del socialismo europeo de principios del siglo XX, mucho más dogmático y autoritario que la social-democracia gestada tras la Segunda Guerra Mundial, que repudió a los regímenes fascistas y comunistas (3).

Liberales y marxistas

La familia Batlle fue tan significativa en la historia de Uruguay que dio cuatro presidentes de la República: Lorenzo Batlle (1868-1872), cuyo gobierno naufragó entre las guerras civiles, las corridas bancarias y las crisis financieras; José Batlle y Ordóñez (en dos períodos: 1903-1907 y 1911-1915), el creador del reformismo batllista y el caudillo civil dominante en las tres primeras décadas del siglo XX; Luis Batlle Berres (1947-1951 y luego líder del Ejecutivo colegiado en 1955-1959), quien profundizó en gran forma el estatismo y el burocratismo proteccionista; y Jorge Batlle Ibáñez (2000-2005), quien a partir de 1965 dio un vuelco liberalizador y luego gobernó en medio de una gravísima crisis regional y local.

Es más reciente y conocida la historia del Frente Amplio, creado en 1971 por comunistas, socialistas, democristianos, disidentes blancos y colorados, trotskistas, anarquistas e independientes de izquierda. La coalición deambuló entre el 18% y el 21% de los sufragios hasta 1994. Entonces, bajo el liderazgo de Tabaré Vázquez, comenzó una trepada que derivaría en la mayoría absoluta (51,7%) obtenida en 2004. Redujo sus respaldos en los comicios de 2009 (47,96%) y 2014 (47,81%), pero ganó de manera holgada en segunda vuelta y retuvo el gobierno y la mayoría parlamentaria.

José Batlle y Ordóñez y algunos de su entorno se basaron en un conjunto no orgánico de ideas liberales y socialistas, de las que tomó "todo lo práctico, todo lo realizable", aunque no los "propósitos de revolución social" (3). Había participado en debates sobre esos asuntos desde su juventud, en el Ateneo y otros cenáculos. Durante su larga estadía en Europa entre 1907 y 1911, Batlle tomó ejemplos de aquí y allá y los adaptó a su gusto. "Era un hombre de acción, no un ideólogo" (4).

El Frente Amplio también cuenta con sectores muy significativos de inspiración liberal, antiautoritarios y antiestatistas, encabezados por Tabaré Vázquez (el actual: no el original, mucho más ambiguo) y Danilo Astori. Ellos lideraron el rumbo económico e impidieron los experimentos y derroches, al menos los más excesivos a la usanza populista, lo que permitió la sobrevivencia del gobierno cuando la economía regional e internacional se tornó hostil.

El Batllismo se propuso empujar un "pequeño país modelo" más republicano e igualitario, donde los ricos fuesen menos ricos para que los pobres fuesen menos pobres, con un sistema público de enseñanza igualador (aunque esa idea es muy anterior a él) y un Estado que actuase como escudo de los débiles. Pero no lo hizo por medio de leyes y organismos de control eficaces, al estilo de la socialdemocracia europea, sino mediante un Estado industrial y comercial, dueño de empresas monopólicas, lo que a la larga provocó severas ineficiencias y corrupciones.

El Frente Amplio ha variado radicalmente su proyecto ideológico desde su génesis a hoy. La larga dictadura finalizada en 1985 revalorizó el sistema democrático liberal, y el dramático fin de la utopía del "socialismo real" europeo empalideció las tendencias revolucionarias, totalitarias y estatistas.

El fracaso de varios gobiernos "progresistas" que coincidieron en América Latina a inicios de este siglo convenció a muchos líderes del Frente Amplio que, al fin, el reformismo social-demócrata, con su respaldo implícito a la ortodoxia económica liberal, incluida la apertura al mundo, era el camino correcto. Ahora la izquierda en el gobierno hace aquello que negó durante décadas, pero seguramente con más éxito del que habría obtenido si se abrazaba a las herramientas y fines originales.

Notas:

(1) "Batllismo, peronismo y FA", por Julio Mª Sanguinetti, diario El País, 16 de noviembre de 2014.
(2) "Batllismo y frenteamplismo", por Adolfo Garcé, El Observador del 7 de enero de 2015.

(3) "José Batlle y Ordóñez – El creador de su época" (1963; primera edición en español: 1968), y "El país modelo" (1980; primera edición en español: 1983), ambos de Milton Vanger.

(4) "Historia económica de Uruguay", de Ramón Díaz (2003).
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