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Game of Thrones, el show más grande de todos

La serie abandonó la lógica que la caracterizaba pero ganó espectacularidad y agilidad
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29 de agosto de 2017 a las 05:00
Con seis largas temporadas a sus espaldas, la séptima de Game of Thrones tenía una meta que cumplir: cosechar los frutos de una compleja trama que se había cimentado durante varios años por la pantalla de HBO y preparar la épica conclusión. Con el último capítulo de esta primera "entrega final" de la serie ya emitido, se puede decir que el objetivo se cumplió. Los caminos que se tomaron para que esto suceda, sin embargo, pueden ofrecer más interpretaciones. En una temporada considerablemente más corta que sus predecesoras, Game of Thrones debió echar mano a la fusta y agilizar su trama para enfilar todas sus fichas de cara a ese esperado y todavía distante final (que probablemente llegue en 2019).

Tal vez por eso, por un final que se siente muy cercano y por ese apremio en avanzar con la historia, esta temporada estuvo un escalón por debajo de su excepcional predecesora. Los ritmos se acortaron, la lógica de los traslados dejó de importar y algunas tramas se resolvieron con pereza. La mayoría de los espectadores, sin embargo, entendieron que así lo requería la narrativa y lo perdonaron. Con esas salvedades, entonces, se pudo disfrutar de una temporada más que satisfactoria en términos de espectacularidad.

En poco más de siete horas de televisión se vieron algunas de las escenas más impresionantes hasta la fecha en la serie y en la propia historia de la pantalla chica, como la patada al tablero de Daenerys Targaryen montando a su dragón más grande y calcinando a medio ejército Lannister, el rescate de Jon Snow y su improvisado escuadrón en las gélidas tierras más allá del Muro y la posterior muerte de uno de los dragones, o esa breve pero impecablemente ejecutada batalla naval entre las flotas Greyjoy. Y claro, esa escena final en el Muro, que solo augura más invierno para los últimos capítulos de la serie.

También, por la misma característica ilógica de la temporada de cubrir grandes distancias en poco tiempo estuvo repleta de reencuentros, algunos que eran esperados incluso desde aquellas tempranas horas de 2011, en las que la dialéctica política siempre se imponía sobre la acción pura y dura. Fue así que se vieron encuentros de hermanos en el norte y en el sur, de antiguos amigos en el oeste y de aliados en el este. El máximo ejemplo de esto fue la cumbre a la que asistieron todos los pesos pesados de Poniente este domingo, en una escena larga, clave y bien ejecutada.

Pero por sobre todas las cosas, la temporada pautó uno de los encuentros más anunciados, esperados y ficcionalizados de toda la serie: el de la Madre de los Dragones y el Rey en el Norte, Daenerys Targaryen y Jon Snow. O debería decir Aegon Targaryen, la verdadera identidad del "bastardo de Invernalia", que fue descubierta en el último episodio de la sexta temporada y confirmada en el episodio emitido el domingo, y que será clave para una relación que ya se consumó en pantalla. ¿Por qué? Sencillamente porque, en este embrollo de linajes y dinastías, el verdadero heredero del Trono de Hierro resultó ser Jon /Aegon.

Las reacciones en contra y a favor de la relación Jon/Daenerys fueron muchas, de todo tipo y color. No obstante, que ambos terminaran juntos no va en contra de ninguna de las leyes que rigen la fantasía, incluso una como Game of Thrones. De nuevo: fue una relación que se construyó desde su primer encuentro, casi desde el antagonismo; basta con repasar su primera reunión en Rocadragón, donde sus cruces estaban cargados de resentimiento y desconfianza.

Por otro lado la muerte, que estuvo presente, sí pareció esquiva en esta temporada, al menos cuando significaba propinar golpes con gusto amargo al espectador. Todavía quedan seis episodios de una octava y última temporada que pueden rebatir el argumento, pero al parecer ya no hay lugar para Bodas Rojas o muertes como las de Hodor. Sí, uno de los dragones murió a manos del principal villano de la historia, pero no está ni cerca de los gritos de una niña inocente quemada en la hoguera por sus propios padres, y eso pasó hace no tanto.

La temporada, entonces, finalizó con grandes momentos, pero sin grandes shocks. La construcción de la propia historia anticipó varias de las acciones que terminaron cerrando el episodio del domingo y la conclusión, por ende, podría haber sido previsible para algunos espectadores. Sin embargo, fue satisfactoria y brindó emociones y espectáculo en partes iguales.

A pesar de sus fallas, con esta nueva entrega Game of Thrones consolidó su puesto como el fenómeno televisivo más espectacular del momento, quizá de toda la historia (lo que no significa ser la mejor serie), y dejó la puerta abierta para un final que tendrá que responder varias preguntas, pero que se anticipa como histórico.

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