Fin de ciclo: 15 años del FA en el poder > 15 años de gobiernos del FA

La izquierda podrá volver al gobierno cuando supere sus complejos

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19 de febrero de 2020 a las 21:36

El Frente Amplio arribó al gobierno en 2005, después de más de tres décadas de travesía azarosa, como sustituto y modernizador de dos de los partidos más viejos del mundo, que parecían agotados.

Algunos creyeron que era un camino casi sin retorno; el inicio de un predominio tan extenso y completo como el del Partido Colorado a partir de 1865.

“Creo que en la historia de la humanidad, de las revoluciones que ha vivido la humanidad, ninguna fue tan importante ni tan radical como ésta”, dijo Tabaré Vázquez el 24 de noviembre de 2004 en La Cruz, Florida, y pronosticó que el Frente Amplio ganaría otra vez en 2009 “con el 60% de los votos”. Uno de sus secretarios políticos, Hugo Cores, anunció el control total del Estado por la izquierda y 20 o 25 años de “saneamiento” de la administración pública. Jorge Brovetto, presidente de la coalición, auguró 30 años o más de gobierno frenteamplista y la “construcción del socialismo”. Años después, algunos jerarcas, extrapolando las altas tasas de crecimiento económico registradas desde 2004, pronosticaban que Uruguay podría convertirse con cierta rapidez en un país desarrollado.

Todo eso, que ahora parece un poco absurdo, era fruto de una euforia comprensible; y de un trasfondo ideológico que creía conocer el sentido de la historia y el ADN de la humanidad, y por lo tanto la solución adecuada a sus principales problemas.

El Frente Amplio de hoy, tras 15 años de experiencia en la conducción del Estado, en muchos aspectos es más sabio que aquel: más consciente de sus posibilidades, pero también de los estrechísimos límites y la ineptitud de los gobernantes de hoy y de siempre. Al fin, la calidad de la administración pública no va muy por delante de la calidad de la sociedad que representa; y el desarrollo es asunto lento y veleidoso, que depende más de las personas que de los gobiernos.

El Frente Amplio triunfante en 2004 ya era muy diferente al de 1971. Había reformado su programa, profundamente estatista y pre-revolucionario, y virado discretamente hacia el liberalismo socialdemócrata, advertido por más de tres décadas de grandes cambios, en Uruguay y en el mundo. Pero no se había librado, ni entonces ni ahora, de cierta soberbia canchera, que es también ingenuidad.

Al igual que los partidos que venía a relevar, sus límites ideológicos eran suficientemente imprecisos como para contener una inefable mezcla de deseo de cambio y conservadurismo, esperanza y nostalgia, y un reclamo implícito de paternalismo y protección ante la zozobra que provocan las reformas constantes y el futuro imprevisible.

La coalición de izquierda termina ahora quince años de gobierno, con tres grandes triunfos electorales al hilo, en los que renovó un enorme crédito ciudadano y mayoría parlamentaria propia.

Uno de sus mayores méritos fue no caer en los atajos populistas y voluntaristas que surcaron América Latina, cuyos líderes demagógicos despilfarraron uno de los períodos de auge más ricos de la historia. Fue mérito, entre otros, del comisario Danilo Astori y su equipo, y de dos líderes como Tabaré Vázquez y José Mujica, quienes, como Ulises, se ataron al mástil para no ir tras las sirenas.

El respeto básico por los angostos límites macroeconómicos (aunque se relajó en los años finales), las políticas de inspiración socialdemócrata y la fuerte inserción de sus militantes en el aparato del Estado, transformaron al Frente Amplio en una suerte de sustituto histórico del Batllismo, el sector político predominante en Uruguay durante la mayor parte del siglo XX.

Realizó ciertas reformas exitosas (mayor transparencia, impuestos, matriz energética, plan Ceibal) y otras insostenibles (jubilaciones). Extendió la frontera de los programas sociales (plan de equidad, sistema nacional de salud) y la agenda de derechos de cuño liberal. Y fracasó en seguridad y enseñanza públicas, dos de las funciones básicas del Estado.

Tabaré Vázquez condujo al Frente Amplio a partir de 1989 desde la minoría resentida hasta la cima del poder, sin nostalgia socialista, salvo verbal, y a favor del capitalismo en serio y el realismo político. Al final, también representó su decadencia y conformismo.

El arribo de José Mujica a la Presidencia fue un giro sorprendente de la historia. Junto a él llevó al gobierno a algunos antiguos tupamaros, las bestias negras de antaño; pero antes contribuyó a que esos viejos cascoteados abandonaran sus sueños insurreccionales y aceptaran las reglas del sistema.

Mujica no fue un buen gerente, porque estaba fuera de puesto. Los ancianos de la tribu deben permanecer en el Senado. Pero representó una lección de tolerancia y comprensión, sin polarizar para manipular, que el país debe agradecer.

Los avances socioeconómicos bajo el Frente Amplio fueron sustanciales si se compara con el período 1999-2003, particularmente desastroso, pero no tantos si se los ve en el largo plazo, quitando los espejismos.

Así, por ejemplo, Uruguay es el país más igualitario de América Latina desde que hay estadísticas, y no desde el Frente Amplio. Lo mismo puede decirse con la tasa de crecimiento económico promedio, que durante el ciclo frenteamplista entre 2005 y 2019 fue de 4% anual, exactamente igual a la tasa registrada desde la apertura democrática en 1985 hasta la crisis de 1999-2003. (En realidad, el descenso a los infiernos de Uruguay se gestó entre los gobiernos de Gabriel Terra y Luis Batlle Berres, y se percibió entre 1951 y 1984, tres décadas de brevísimas recuperaciones, largo estancamiento o crisis, alta inflación y turbulencias políticas).

El auge político del Frente Amplio comenzó a decaer cuando el dinero se acabó, y la frazada corta mostró que los cambios estructurales no eran tales; la misma razón que acabó con el primer Batllismo a partir de 1913, o con el segundo, desde mediados de los años ‘50.

Después de crecer a casi el 5% promedio anual entre 2003 y 2014, la economía uruguaya planeó a un modesto 1,3% entre 2015 y 2019, incapaz de sostener un creciente “Estado de Bienestar”. Esa languidez económica, expresada en un alto desempleo, es el resultado de la caída de la inversión, el alto costo de los servicios estatales, un gasto deficitario y deuda pública en peligroso aumento.

Lo que sacó al Frente Amplio del gobierno no fue tanto una oferta electoral poco atractiva, sino más bien su conformismo, la persistencia del núcleo duro de pobreza, la proliferación de cantegriles, el amiguismo, el clientelismo y los charlatanes, la debilidad de la economía y el empleo, el temor a ejercer la autoridad, y la desastrosa inseguridad pública.

Pese a todo eso, el Frente Amplio puede reivindicar que no cayó envuelto en llamas, como muchos otros ciclos políticos en el país y en la región, sino por un tranquilo y razonable recambio democrático.

Ahora, mientras un nuevo gobierno intentará apagar algunos incendios, la izquierda –curtida y en el infortunio– se revisará y renovará, para continuar siendo una fuerza principal y de relevo apenas el tiempo haga su trabajo.

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