Adolfo Garcé

Adolfo Garcé

Doctor en Ciencia Política, docente e investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, Udelar

Fin de ciclo: 15 años del FA en el poder > ERA PROGRESISTA

El presidente que no fue

El FA transpiró la camiseta. Hizo un esfuerzo enorme. Puso lo mejor de sí, su vocación transformadora y su pasión por la justicia social. Con el tiempo, fue perdiendo energía, salud, y votos
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19 de febrero de 2020 a las 05:03

Hay muchas maneras de repasar y resumir la Era Progresista. A fin de año propuse un balance general del legado de estos quince años de gobiernos frenteamplistasArgumenté que, más allá de problemas acumulados y cuentas pendientes en dimensiones muy importantes para la vida de la gente (destrucción de empleos, crisis en seguridad, fracasos educativos, entre otros), el saldo de la gestión del Frente Amplio como partido gobernante es ampliamente positivo. La economía creció como nunca, la pobreza disminuyó, mejoró la distribución del ingreso, se consagraron nuevos derechos y se construyeron instituciones. El país es mejor hoy que hace 15 años. El FA transpiró la camiseta. Hizo un esfuerzo enorme. Puso lo mejor de sí, su vocación transformadora y su pasión por la justicia social. Con el tiempo, fue perdiendo energía, salud, y votos. 

Para repasar y resumir la época que está terminando, para entender orientaciones y divisiones, avances y bloqueos, podríamos limitarnos a enfocar el lente analítico en Tabaré Vázquez y José Mujica. Al fin de cuentas, ellos dos, solamente ellos dos, ejercieron el cargo principal. La primera presidencia frenteamplista fue muy ambiciosa. Vázquez llegó rodeado de dudas pero se fue por la puerta grande, dejando un conjunto de reformas de incuestionable significación. Mujica tomó la posta con su reconocida pasión. Tendió la mano hacia la oposición pactando cargos y acordando políticas. Dio luz verde a la “revolución de los derechos” impulsada por organizaciones sociales afines. En parte por mérito propio, en parte por defectos ajenos, la “oveja negra” se convirtió en una estrella mundial. De todos modos, se fue de la presidencia dejando la sensación de haber luchado mucho pero concretado poco. Vázquez, que lo sucedió, dejó una sensación peor. Durante su segunda presidencia  no solo concretó poco. Es inevitable concluir que intentó poco, comparado con los sueños de Mujica y con su propia sombra.  Sin embargo, la historia de la Era Progresista, la de estos 15 largos años, la de tres mandatos y dos presidentes, no puede contarse bien sin nombrar a un dirigente que no logró ser presidente pero jugó un papel central.

No hay forma de hablar del tiempo que termina sin mencionar a Danilo Astori. Melómano, fanático de Nacional y de la murga Falta y Resto, más solitario que sociable, tozudo y trabajador, profesor de Economía por donde se lo mire, frenteamplista hasta la médula, ocupó el cargo virtual de primer ministro durante los tres mandatos. Supo ser adorado por los frenteamplistas en los ochenta. Fue el favorito del general Líber Seregni en los noventa. Hubiera sido candidato a la presidencia en 1994 si Tabaré Vázquez no hubiera sido electo intendente de Montevideo en 1989. Vázquez, primero, Mujica después, frustraron sus primeras dos oportunidades de competir en la carrera por la presidencia. La retórica de la renovación, tan fuertemente instalada en el FA durante estos últimos años, le impidió postularse en el 2019. Es imposible, por definición, saber qué hubiera pasado si Astori hubiera sido el candidato presidencial frenteamplista. Me atrevo a afirmar, en cambio, que esto hubiera sido absolutamente justo dados sus infrecuentes méritos políticos.

Astori fue clave tanto a la hora de la competencia electoral como a la de gobernar. Fue decisivo durante las elecciones de 2004 y 2009. El FA obtuvo la mayoría parlamentaria en esas dos elecciones gracias al especialísimo lugar que le concedieron tanto Vázquez como Mujica en sus respectivas campañas. A pesar de haber tenido durísimos enfrentamientos políticos con ambos, aceptó ser nominado ministro de Economía del primero, y compañero de fórmula del segundo. En ambos casos fue garantía de seriedad y profesionalismo para el mundo empresarial dentro y fuera del país. Fue decisivo también a la hora de gobernar, pagando el costo de ejercer la vigilancia macroeconómica y de impulsar una amplia batería de reformas (desde el IRPF a la inclusión financiera). Tuvo más empatía personal e ideológica con Vázquez que con Mujica y, por eso mismo, más influencia ejerciendo como ministro de Economía que actuando como vicepresidente.

No pudo ser candidato a la presidencia en 2019. Sin mucho entusiasmo, pero siempre fiel a la causa, acompañó la candidatura presidencial de Daniel Martínez. En la elección de octubre a duras penas logró ser electo senador. Es fácil criticarlo. Suele decirse que su personalidad, esa extraña mezcla de suficiencia y timidez, conspiró contra su legítima ambición presidencial. Dentro del FA ha sido muy cuestionado. Le han reprochado ser demasiado rígido en el manejo de la macroeconomía y estar más cerca del neoliberalismo que del desarrollismo. Desde la vereda de enfrente se lo ha condenado por la razón exactamente opuesta, es decir, por no ser capaz de mantener el gasto público bajo control y una tasa alta de crecimiento económico. Unos y otros, tanto los frenteamplistas como sus adversarios, deberían agradecerle muy sinceramente su calificada dedicación a la dificilísima tarea de gobernar la economía uruguaya. 

Adolfo Garcé es doctor en Ciencia Política, Docente e Investigador en el Instituto de Ciencia Política, Facultad de Ciencias Sociales, UdelaR

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