Los días de Micaela Waller transcurren durante estas semanas entre flores amarillas, porque esta joven coloniense de 24 años es la encargada de inspeccionar la colza en muchas chacras de la zona, en el marco de su trabajo como agrónoma, un rol que estrenó hace unos meses.
Se crió en el campo, en una zona entre Nueva Helvecia y Colonia Valdense, entre chacras, vacas y guacheras porque su familia tenía tambo. Y siempre estuvo segura de que su vida la quería desarrollar ahí, en el medio rural.
Todavía recuerda volver del jardín o de la escuela y andar atrás de su padre mientras él realizaba las tareas de campo, cerca de los animales y de la tierra, algo que siempre disfrutó y así fue como le nació el amor por la profesión que hoy ejerce, la agronomía.
Entre semana volvía de estudiar en primaria y se iba junto a su padre a donde estaba la producción, y los fines de semana eran jornadas para pasar todo el día en su lugar favorito, el campo, donde conoció el cultivo que hoy la mantiene ocupada: la colza, la vedette de esta zafra de invierno, en la que la oleaginosa ha crecido más que los tradicionales trigo y cebada, llegando a un récord de 267.263 hectáreas –hace una década no se producía colza en Uruguay–, en un total de área de invierno de 757.000 hectáreas (con base en una encuesta oficial).
Micaela hizo primaria y secundaria en Colonia, pero cuando la etapa universitaria llegó, dejó su casa y emigró a la capital, como miles de jóvenes lo hacen cada año. Estuvo tres años en la capital estudiando en la Facultad de Agronomía de la Universidad de la República y luego se fue un poco más lejos: viajó a Paysandú para cursar el final de su carrera y la especialidad que quería.
Mirando hacia atrás reflexiona que no fue tan difícil dejar la casa de sus padres para irse a estudiar, porque comenzó la carrera con una idea fija: volver a Colonia.
“Lo que más esperaba al final de mi carrera era volver a mi zona y trabajar de lo que había estudiado, volcar acá (en Colonia) mis conocimientos, era de lo que tenía más ganas y lo que más miedo me daba también, por empezar a trabajar”, comentó a El Observador desde una chacra, durante su corte para almorzar en medio del campo.
Ha pensado varias veces en probar suerte en el exterior, quizás en Nueva Zelanda, “donde están muy avanzados con el sector agropecuario”; la idea ha sido siempre “irse un tiempo y volver”.
Para Micaela el campo es especial, y por eso donde hoy se desarrolla profesionalmente también espera que sea el lugar donde pueda llegar a vivir en el futuro.
“Estoy convencida de que es lo que me gusta, de que quiero vivir en el campo, y en un futuro, pensando en una familia, me gustaría criarla en el campo, porque veo mucho más sana la infancia en el campo”, comentó.
Recordó la suya con cariño, una infancia cerca de la naturaleza y de cosas que le parecen muy positivas, principalmente por todo lo que aprendió cerca de sus padres.
Una de las cosas que Micaela conoció en su casa fue el cultivo de colza o canola. Tras recibirse de agrónoma logró conseguir trabajo rápidamente, lo que valora mucho, y entonces dejó de dedicar 100% su tiempo en el campo familiar, para comenzar a recorrer otros predios.
Actualmente su tarea es controlar el desarrollo de la zafra de colza. Para eso debe ir a los campos y registrar qué cultivos –si los hay– o qué elementos, como calles o campo natural, hay contiguo a las chacras de colza. Luego, cuando el ciclo del cultivo avance más, la recorrida deberá repetirse, para ver cómo va el desarrollo, “dependiendo de la lluvia, porque está muy seco”, destacó.
Previo a la cosecha el productor tiene varias opciones para tomar, explicó la joven agrónoma: puede cosechar el cultivo con la cosechadora, puede hilerarlo y después cosecharlo, o puede utilizar un herbicida. Una vez esa decisión esté tomada, Micaela deberá hacer una nueva recorrida por los campos con colzas.
En el caso de que los agricultores decidan aplicar herbicidas, “se tiene que estar muy arriba de las chacras”, puntualizó, controlando todo, ya que Europa, el principal mercado al que le exporta la empresa para la que ella trabaja, exige ciertos límites de niveles de residuos de agroquímicos en el producto.
Las recorridas por las chacras, que están por toda la zona costera desde Colonia hasta San José, las hace sola, lo que ha sido toda una nueva experiencia, señaló.
Una casualidad que comentó, por lo divertido que le parece, es que volvió a su casa... pero ahora como profesional, porque uno de los campos que debe visitar en el marco de su trabajo es el de su familia: “Sin querer me tocó recorrer las chacras de mi casa”, contó riendo.
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