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Minuto a minuto: cómo fue el copamiento con abuso sexual en una casa de Pocitos

Las víctimas estuvieron maniatadas durante casi seis horas, y uno de los delincuentes abusó de una de las mujeres
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06 de diciembre de 2019 a las 21:24

Gabriel salió al pasillo en cuanto escuchó el sonido de lluvia corta de una ventana corriéndose. Abrió la puerta del cuarto, sacó la cabeza y los vio: dos hombres corpulentos acababan de entrar por la terraza y ahora caminaban decididos, cada uno con un destornillador en la mano; los dos con las cabezas cubiertas.

A partir de ese momento, las once y media de la noche de este miércoles, con la adrenalina y el miedo a flor de piel, el tiempo para Gabriel comenzó a transcurrir distinto. Cuando supo que la pesadilla duró casi seis horas, no lo pudo creer.

Gabriel –nombre ficticio para proteger su identidad– reaccionó por instinto y cerró la puerta. Con él, en una casa de tres pisos ubicada en Maldonado y Araúcho (Pocitos), estaba su novia tendida en la cama, y en la planta baja su suegra miraba a todo volumen la televisión.

"¡Hijo de puta, noo, noo!", gritó cuando trató de evitar que los hombres no abrieran la puerta del cuarto de una patada furiosa. Pero lo hicieron: vencieron la tranca que alcanzó a poner Gabriel y sus dos brazos con los que intentó hacer fuerza. El primero que entró le puso el destornillador en la garganta.

El líder, menos violento que el otro, le dijo a la novia de Gabriel que se cubriera. Luego bajaron a buscar a la señora, y encerraron a todos en el baño del segundo piso, junto con el perro.

Obligaron a los tres a permanecer en cuclillas, y a las mujeres las taparon con una toalla para que casi no vieran a los delincuentes. A Gabriel, en tanto, le permitieron que abanicara a su suegra con un cuaderno para contrarrestar la sofocación. 

Los intrusos gritaban todo el tiempo y reclamaban plata, porque no encontraban casi efectivo. Lo cierto es que no era una familia adinerada, la casa era una herencia, y vivían el "día a día", según contaron las víctimas a El Observador.

Sin embargo, no se daban por vencidos. El delincuente que lideraba el robo subió al último piso, por donde habían entrado al trepar el árbol del frente de la casa, y el otro quedó con las víctimas. 

"Parate, flaco", le dijo el hombre, y Gabriel acató. Entonces lo sacó al pasillo y lo hizo sentarse, y le ató los brazos y piernas a una silla con cinta pato, y usó una tolla para aferrare los pies a las patas traseras del asiento. Las mujeres corrieron igual suerte: la suegra de Gabriel fue atada en una silla en el baño, y a la chica la maniató dentro de un cuarto. Y fue a ella a quien obligó entonces a sacarse los pantalones. La amenazó con cortarle un dedo si no lo hacía, y le puso una cuchilla en el meñique.

La joven se resisitió a los gritos, por lo que él la desnudó: la manoseó e incluso la besó en su cadera, según lo denunció la mujer ante la fiscal de delitos sexuales Sylvia Lovesio, dijeron las fuentes.

Este otro delito fue lo que motivó la intervención de la fiscalía especializada, ya que cuando se comete un delito de esta índole se deriva para que la víctima sea tratada adecuadamente.

Gabriel, desesperado, intentaba zafarse pero no podía. "Vos qué te movés, chupa pija. Vos qué te movés", le dijo a Gabriel al oído cuando se dio cuenta que quería detenerlo.

El abuso que investiga Lovesio terminó enseguida, porque el líder bajó del tercer piso e increpó a su compañero: "Qué hiciste", le dijo. Ese fue uno de los rezongos; otro ocurrió en cuanto se dio cuenta que había olor a quemado. Su dupla le dijo que había defecado en uno de los cuartos: "Quemé una causa ahí, ñery", le dijo, y el jefe le ordenó que apagara las llamas.

Silencio y huida

Rendidos ante la imposibilidad de encontrar dinero –"así que es verdad que no tenían plata", reprochó uno de ellos–, las víctimas, todavía atadas en sus sillas, escucharon una conversación por celular del jefe de los delincuentes, que le decía: "Bo, escuchame, en esta casa no hay una mierda, ¿podés creer? No hay plata. Yo me voy". Y colgó.

Diez minutos después, con el silencio de la madrugada, se escuchó que en la puerta se detenía un auto, ante la atenta mirada del escritor Eduardo Galeano, obra del artista callejero José Gallino, pintada en el muro de la casa de al lado.

Luego se sintieron dos golpes secos en la puerta y los invasores cargaron en ese coche los objetos más pesados, como una televisión de 32 pulgadas y una máquina de coser. El resto de las cosas –ropa, perfumes– las cargaron en un taxi que llamaron sobre las cinco de la mañana.

El taxista, según se justificó al otro día al devolver una bolsa con objetos de maquillaje que había sido olvidada en el baúl, dijo que aceptó llevar a los delincuentes porque creyó en la versión que le contó uno de ellos sobre que se había peleado con su madre y se mudaba.

Fuentes de la investigación aseguraron que todavía no detuvieron a nadie, y que se encuentran "investigando". Según constató El Observador, hay al menos una cámara de videovigilancia particular en la cuadra que apunta hacia el árbol por el que subieron los hombres.

Cuando pasaron varios minutos que confirmaron la huida de los ladrones, Gabriel luchó contra las ataduras hasta que se desprendió y desató a las mujeres. El shock no les permitió salir a la calle para pedir ayuda, ya que ellos no podían hacerlo porque también se habían llevado los celulares y el teléfono de línea de la casa. Dos horas después, Gabriel logró restablecer la conexión de internet y su novia avisó a familiares lo que había ocurrido.

La policía llegó a media mañana y encontró huellas dactilares en la ventana que abrieron para entrar y en vasos en los que tomaron cocacola.

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