Sinfónico, así fue el show.

Espectáculos y Cultura > Crónica del show

Ricky Martin quedó "afectado" en su paso por Montevideo y se entregó al público

El cantante puertorriqueño ocupó con arte las casi dos horas de show en el Antel Arena: habló poco, cantó y bailó mucho
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01 de marzo de 2023 a las 14:53

Cuando Ricky Martin entra en silencio al escenario del Antel Arena, el público estalla en un griterío que, a lo lejos, parece el chillido de las vuvuzelas. No importa que en ese preciso instante esté sonando la orquesta que lo acompaña y que la música sinfónica lleve implícita la solemnidad y la pose del Clasicismo. Cuando Ricky Martin pronuncia la primera palabra de la noche—“Pégate”, como el nombre de la canción con la que inicia su show—, las fans se entregan en aplausos. Cuando Ricky Martin seca su transpiración con una toalla negra que luego revolea como un poncho y tira a la platea, las groupies se pelean por quedarse con ese preciado trofeo. Cuando Ricky Martin canta El amor de mi vida, el auditorio enciende las linternas de los celulares como en las viejas baladas se prendían los encendedores. Cuando Ricky Martin imita el paso básico de la salsa, aúllan. Cuando Ricky Martin menea, claman. Es un ejercicio de acción-reacción. 

Ricky Martin se ha ganado —por acción u omisión— el derecho a que el público esté a su merced. También lo está este martes en Montevideo.

Enrique Martín Morales —para algunos el “astro del pop latino”, para otros el “latin lover” por excelencia, el cantante que salió del armario y allanó el camino para otros, o simplemente Ricky— prefiere que sus canciones hablen por él. Apenas se limita a dar las gracias entre algunos de sus hits, y a desearle al público paz, “sobre todo paz”, mientras sujeta con las manos los brazos opuestos simulando un auto-abrazo.

El público llenó el Antel Arena.

Porque este cantante puertorriqueño, con nacionalidad española, que vive en Los Ángeles y empieza su show en Uruguay con una puntualidad inglesa aprovecha a entregarse a la música en casi dos horas de espectáculo. Se da el gusto —caro y pretencioso— de actuar con más de media centena de músicos en escena, de alternar entre lo caribeño y lo melódico, y de tirar uno pasos de baile para demostrar su vigencia con 51 años.

No en vano Ricky Martin es un caso de estudio. A comienzos de los 2000 —cuando el cantante ya llevaba casi dos décadas de carrera, una de ellas como solista, y se había dado a conocer en Europa interpretando el tema del Mundial de fútbol de Francia—, las universidades estadounidenses dedicaron numerosos documentos académicos al fenómeno que llamaron “Livin, la vida loca”, en referencia a la atracción lingüística que estaba despertando el espanglish y la cultura latina que popularizó Martin.

Después —casi un decenio después— el cantante habló públicamente de su homosexualidad. Y fue entonces que otras universidades estudiaron cómo aquella declaración sacudió el mundo de la música —recuérdese que casi en simultáneo el italiano Tiziano Ferro también salió del clóset—.

Luego, en 2019, cuando el Centro de Periodismo Investigativo de Puerto Rico reveló los chats que comprometían al gobernador de esa isla (con mensajes más sexistas que algunos que se desprenden de los intercambios de Astesiano), Martin fue uno de los abanderados de las protestas que llevaron al derrocamiento del gobierno de turno. La prensa del momento y algunos papers señalaron entonces que Ricky Martin y el reguetón forjaron la renuncia de la cúpula del poder.

Ante tamaña influencia del artista, no es extraño que en sus shows prefiera expresarse solo con su arte: la voz de tenor, la orquesta dirigida por Ezequiel Silberstein, y cuatro cambios de vestuario, pero siempre en negro y blanco como para que brille la música y las coronas de luces LED que algunas niñas compraron en la puerta del Antel Arena.

Ricky Martin había dado uno de los últimos shows masivos en Uruguay a escasos once días de que se declarase la emergencia sanitaria a causa del coronavirus. Este martes, frente a los miles que lo disfrutaron en el Antel Arena, reconoció que cada vez que visita Montevideo se queda “afectado”, en el buen sentido de esa expresión.

Y no oculta esa emoción.

Bailó, cantó y habló poco.

Sobre el escenario muerde con sus dientes superiores la parte exterior del labio inferior —aunque no cantó La mordidita—,  hace movimientos flamencos con una de sus manos siguiendo el sonido de un violín, coquetea con la tribuna del ala oeste, luego la opuesta… goza su proyecto.

“Que tu recuerdo me hace bien y me hace mal”. Termina y hace mutis por el foro.

El público queda clamando “otra-otra-otra”. Pero no hay más. Sigue este viernes en Buenos Aires, el domingo en Rosario y el martes en Santiago de Chile.

Dijo sentirse emocionado en Uruguay.

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