En el pueblo viven unas 2000 personas y la mayoría son descendientes rusos.

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San Javier: la colonia rusa que sigue la guerra entre la apatía y el temor

Quienes viven en la única localidad de este hemisferio en donde hay predominancia de descendientes rusos, evitan mayormente referirse a la guerra con Ucrania
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03 de marzo de 2022 a las 05:03

Los muros impregnados del rosado y el celeste de algún cartel colorean las calles poco transitadas. Las alusiones al referéndum del próximo 27 de marzo contra la Ley de Urgencia se parecen a las de cualquier ciudad del interior, pero cada una o dos cuadras hay más cosas que llaman la atención: mamushkas, palabras difíciles de pronunciar y el epíteto de “colonia rusa” cada vez que se lee “San Javier”.

El escenario es un pequeño pueblo al oeste de Río Negro, casi cuando Uruguay deja de ser un territorio y se convierte en río, y la explicación es que muchos de sus 2.000 habitantes son descendientes de las decenas de familias rusas que llegaron a partir de 1913 a ese rincón del mapa.

Pero mientras la atención de buena parte del mundo está puesta en el conflicto que tiene a Rusia como uno de los protagonistas, quienes viven en la única localidad de este hemisferio en donde hay predominancia de descendientes de ese país, evitan referirse a la guerra con Ucrania. Muchos por desconocimiento. Otros por miedo.

Los más de 13 mil kilómetros de distancia que separan a Ucrania de San Javier no impiden que algunos prefieran el bajo perfil y contesten, con algo de ironía, que no quieren hablar con El Observador para que no les suceda nada. Varios, sin embargo, le dan a ese extenso trecho una de las explicaciones de la apatía ante la escalada bélica.

Las mamushkas en la plaza principal de San Javier.

La mayoría está enterada de lo que sucede del otro lado del océano, pero casi todos admiten que las conversaciones con vecinos siguen siendo las de siempre y que la guerra, como tantos otros, es un tema más. “El conflicto ha causado preocupación en la población, pero no lo ven como algo tan personal porque a medida que han pasado los años los lazos han ido disminuyendo”, contó a El Observador el alcalde del pueblo, Washington Laco.

“La madre patria ya no tira tanto o, al menos, ya no es la misma efervescencia que antes”, explicó en el mismo sentido el responsable de la oficina de turismo para San Javier, Leonardo Martínez, cuyos abuelos llegaron al país hace varias décadas.

De aquellos primeros pobladores donde la gran mayoría integraba el culto “Nuevo Israel”, que llegaron en busca de una nueva tierra prometida y escindidos de la iglesia ortodoxa rusa, ahora solo quedan nietos, bisnietos y algún hijo. Rusia es algo así como una referencia o una parte de la historia familiar, pero poco más.

La condena

En lo que no se hacen dos lecturas entre los habitantes de San Javier es la reprobación del uso de las armas como instrumento para la solución de conflictos.

Sentada en una silla en el fondo de su casa, una señora de madre rusa y abuela ucraniana expresó que la guerra no le parece una solución porque, para evitarlas, las personas tenemos el “don” de la palabra. “¡No somos bestias! Los políticos son gente inteligente, caramba, ¿no pueden razonar?”, se preguntó María Jarchenko.

Cree, al igual que Bernardo Socorov, que las guerras no pueden llegar a nada bueno. Alejandro Semikin piensa igual: “¿para qué pelean? No lo entiendo y no lo voy a entender tampoco”, lamentó el hombre de 88 años, hijo de madre y padre ruso, en diálogo con El Observador.

Alejandro Semikin nació en San Javier, pero sus padres eran rusos.

Los abuelos de Nelly Chulak llegaron movilizados por el movimiento religioso de principios de siglo XX, pero también porque veían venir el inicio de un conflicto cruento que a la postre terminó siendo la Primera Guerra Mundial. “Querían un lugar donde permanecer y el sentimiento que yo tengo hacia ellos es el de la paz”, contó. Esa es una de las razones por las que el conflicto la sensibiliza y porque cree que “no amerita” algo así en esta época. “Para eso están las relaciones diplomáticas, los conflictos se pueden solucionar hablando”, aseguró la mujer.

Algo similar respondió Oscar Malarov, un hombre con un restaurante donde en la primera plana del menú tiene el shashlik en vez del asado o el vareniky en vez de los ravioles. En su local ambientado con banderas, fotos de los primeros pobladores, varias mamushkas y una televisión donde se repiten videos con danzas típicas rusas, Malarov se refirió a la cultura de aquel país como “nuestra” y opinó que “no deberían existir las guerras” porque hay “muchas vías diplomáticas” para solucionarlas.

Oscar Malarov en su restaurante en San Javier.

“¿Qué dirían nuestros abuelos?”, fue la pregunta que se hizo Martínez para condenar la invasión a Ucrania ordenada por Vladimir Putin la semana pasada. El responsable de turismo y descendiente contó que antes tenía una admiración particular por el presidente ruso al que veía como un “líder nato”, pero que ahora no lo representa. “No es esta la Rusia que queremos”, sintetizó.

Las reacciones

Cuando Jarchenko se enteró del conflicto decidió que estaría al tanto, como con otros temas, pero que no se compenetraría mucho. “No quiero entrar en esa vorágine”, indicó, pero luego contó que hace unos días publicó una imagen en un grupo de inmigrantes rusos y ucranianos donde un soldado sostenía a un perro en brazos, además de algunos pensamientos de Mahatma Gandhi que también tenía colgados en el living de su casa. Y no mucho más.

La localidad fue fundada en 1913 por varias familias rusas.

Con sus vecinos no ha tenido charlas muy distintas a las de antes y Semikin agregó que él “no sintió nada” distinto en el pueblo luego de que se desató la guerra. “La verdad que me da lástima lo que pasa, pero no me afecta tanto como para ser fanático y salir a decir que yo soy ruso”, explicó, luego de decir que pese a que sus padres eran de esa nacionalidad ni siquiera ha prendido la radio para conocer los últimos detalles del conflicto. “¡Demasiado conflicto tengo yo solo!”, lanzó, entre risas.

En el almacén de Mariela Logvinenko el tema tampoco ha estado en las típicas charlas en la caja de supermercado. La mujer de abuelos rusos contó que la guerra no está presente en la sociedad “más allá de la preocupación como seres humanos por lo que está sucediendo”, contó.

Su reacción no ha sido la de manifestarse en redes sociales, sino la de participar en cadenas de oración que se han organizado espontáneamente en San Javier. “Pero es una más”, aclaró Logvinenko, que dijo no vivir el conflicto bélico de una manera especial pese a su historia familiar. “Nosotros somos hijos de descendientes y queremos mantener vivas nuestras raíces, pero lo que palpo y lo que pienso es que somos uruguayos antes que nada”, justificó en diálogo con El Observador.

A nivel político la mirada es que, si bien el sentimiento de los vecinos por los orígenes familiares todavía se mantiene entre quienes tienen descendencia, ante la guerra de Rusia y Ucrania la gente “no quiere involucrarse ni tomar postura”. En eso coinciden el alcalde y el responsable de turismo: “Cada uno tiene sus sentimientos y la situación incomoda, pero no hay gente a favor o en contra de uno u otro país”, sintetizó Martínez.

Para los jerarcas y para algunos vecinos el tema genera un mayor efecto por su impacto en la vida cotidiana que por los lazos sanguíneos. “¡Ahora subió el combustible!”, lamentó Susana Kugan apoyada sobre la portera de su jardín, luego de remarcar que sigue el conflicto, pero tampoco con demasiada anticipación pese a ser descendiente de madre y padre venidos del país que ahora está en guerra.

La preocupación

Lo primero que sintió Chulak cuando se enteró de la invasión rusa fue sorpresa. Y una “muy ingrata”, según la calificó, porque a esta altura de las circunstancias resulta difícil aceptar un conflicto de estas características.

La mujer contó que, en su opinión, “el pueblito está siendo mirado para ver cuál es la reacción”, pero el único juicio que surge es el de rechazar la guerra. Consultada por El Observador respecto a la mesura de los habitantes de San Javier para declarar, respondió que “es lógico no querer hablar mucho” porque sencillamente “no amerita y no se puede tolerar”.

Nelly Chulak junto a un retrato de sus antepasados rusos.

Pero entre el silencio de varios de los vecinos, los chistes sobre el temor de que algún jerarca ruso se ofenda con los comentarios y lance una ofensiva contra este pequeño pueblo, algunos reconocieron un poco de sensibilidad por sus raíces familiares. Chulak, por ejemplo, dijo que a sus abuelos solo puede recordarlos con la paz y que el conflicto “impacta” por su historia y sus ancestros. “Nosotros somos descendientes”, se justificó.

Sentado en una mesa de su restaurante, Malarov hizo una valoración similar. “Es difícil de hablar de esto porque lo sufrimos”, contó el cocinero que aunque no tiene familiares cercanos en Rusia, se siente parte de su identidad y de sus valores.

Los retazos de la cultura rusa están ahí, colgados en la pared de su local, y los comentarios de los clientes y los turistas sobre la guerra no han faltado. “Lo que genera miedo es que pensemos que estamos de acuerdo con lo que se está haciendo”, sentenció Malarov, antes de decir: “¡pero no lo estamos!”.

"Mayor vínculo"

Durante la dictadura y por las vagas asociaciones al comunismo, con el Mundial de fútbol después y, ahora, por el conflicto bélico. Cada tanto los ojos se posan en San Javier y su estrecho lazo con Rusia por su historia y la sangre de sus habitantes es reivindicada por las autoridades. El alcalde dijo a El Observador que, en su opinión, "el vínculo debería ser todavía mayor".
En ese contexto, Laco explicó que "hay un esfuerzo" de la comunidad para lograrlo y contó que están trabajando en el acondicionamiento de un museo donde se expondrá parte de la historia del pueblo. También insistió en la necesidad de volver a enseñar ruso en los centros educativos y subrayó los festivales, la gastronomía típica rusa y el grupo Kalinka como un aporte a la cultura.

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