En países como Australia y Canadá la psilocibina, un compuesto natural presente en ciertos hongos, está aprobada bajo prescripción psiquiátrica para tratar trastornos de salud mental como la depresión mayor. A miles de kilómetros, en un laboratorio en Uruguay, Eywa, una startup que ha llamado la atención de uno de los inversores más destacados de Silicon Valley, trabaja en desarrollar este compuesto psicodélico mediante el uso de biología sintética.
Para esto la empresa fundada en 2022 y de origen argentino-uruguayo desarrolla un método de ingeniería genética aplicado a microorganismos, a los que se les “enseña” a producir psilocibina de forma controlada. A diferencia del cultivo tradicional de hongos, este sistema permite una producción escalable y precisa, en un mercado en el que la psilocibina se comercializa mayoritariamente en hongos secos, sin información exacta sobre su concentración, estabilidad o vida útil, lo que dificulta su uso en ensayos clínicos que requieren dosis reproducibles y trazables.
En las últimas semanas esta innovación llamó la atención del reconocido inversionista Tim Draper, conocido por apostar en los inicios de compañías como Tesla, SpaceX, Skype y Coinbase, quien lideró una ronda de inversión de US$ 2,5 millones en la compañía junto con otros fondos internacionales.
Además, la empresa firmó recientemente una carta de intención -documento preliminar no vinculante que expresa el interés de dos o más partes en negociar un acuerdo futuro- con una distribuidora australiana que se ocupa de hacer la distribución de psilocibina para depresión mayor en este país, y espera concretar la venta entre el Q3 y el Q4 del año próximo.
“Para nosotros es algo muy prometedor porque sabemos que cuando tengamos el producto vamos a vender y no solamente vamos a vender, sino que es para un mercado en el que hoy en día es legal y recurrente”, contó a Café y Negocios Victoria Costa Paz, cofundadora y CEO de la startup.
La empresa apunta también al mercado canadiense, así como a países en los que el compuesto no está regulado pero se realizan investigaciones y ensayos clínicos al respecto.
“Estamos apuntando fuerte a Argentina, Uruguay, México, Estados Unidos y Canadá. Y una vez que tengamos producto y cantidad ya podremos empezar a entrar a Europa”, adelantó.
Actualmente, la startup se encuentra en el proceso de patentar su tecnología y ya está produciendo psilocibina. El próximo paso es hacerlo bajo estándares GMP (Good Manufacturing Practices), un conjunto de normas internacionales que son necesarias para poder comercializar el compuesto.
El consejo de Tim Draper y el potencial de la industria
“Conocí a Tim Draper en un evento de Estados Unidos y le pedí un consejo. En esa ocasión me dijo ‘todo bien con tu idea, y el largo plazo, pero busca tracción en el corto plazo‘. Me acuerdo que en ese momento pensé, ¿cómo hago para traccionar drogas ilegales?”, rememoró en diálogo con Café y Negocios, Costa Paz.
Tres años después, se lo volvió a encontrar al participar en su programa Meet the Drapers, un reality show global de emprendimiento y startups en el que Eywa avanzó hasta la final. En esa oportunidad la cofundadora le contó que todavía recordaba su consejo y que había encontrado la manera de avanzar comercialmente: firmar cartas de intención, en un contexto donde el sector de los psicodélicos está en auge y la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (conocida como FDA por sus siglas en inglés, agencia federal encargada de aprobar y supervisar medicamentos y tratamientos en Estados Unidos) podría estar a punto de dar pasos regulatorios importantes.
En los últimos años, explicó la emprendedora, la agencia ha mostrado una apertura creciente hacia los psicodélicos en el ámbito terapéutico. En 2023 publicó su primera guía preliminar para ensayos clínicos con drogas psicodélicas, que orienta a los investigadores sobre cómo diseñar estudios para evaluar estas sustancias -incluida la psilocibina- como posibles tratamientos para trastornos como la depresión, la ansiedad y otros problemas de salud mental. En ese documento la FDA reconoce que estos compuestos muestran una promesa inicial como posibles tratamientos, aunque siguen siendo productos en investigación y requieren ensayos rigurosos antes de cualquier aprobación formal.
Esto ha generado expectativas en la industria de que una regulación más amplia de la psilocibina podría ocurrir en el corto plazo, si los ensayos clínicos aportan evidencia sólida y se cumplen los estándares que exige la agencia para demostrar seguridad y eficacia.
“Si esto se aprueba va a explotar y queremos estar listos y agarrar esa ola, ya estamos hablando con fondos de serie A de forma prematura”, adelantó la emprendedora.
Para la cofundadora, el “match” con el reconocido inversor se explicó por su interés en apostar a startups con potencial para transformar industrias enteras. En ese sentido, subrayó que los psicodélicos no funcionan como los tratamientos tradicionales de salud mental: no se trata de una medicación de consumo diario, sino de una terapia que se administra una o dos veces al año, siempre integrada a un proceso terapéutico y en un entorno clínico controlado.
¿Cómo funcionan los tratamientos con drogas psicodélicas?
Los estudios actuales no se enfocan en administrar psilocibina aislada, sino en un proceso terapéutico estructurado: se da una dosis en un entorno clínico controlado, acompañado por psicoterapia profesional antes, durante y después de la sesión. Esto responde a la idea de que los efectos beneficiosos se dan no sólo por la sustancia, sino por la integración de la experiencia en un contexto terapéutico.
A nivel neuronal, uno de los efectos más estudiados ocurre en la llamada red por defecto del cerebro (default mode network), un conjunto de regiones que incluye la corteza prefrontal medial y el cíngulo posterior, y que está asociado al pensamiento autorreferencial, la rumiación y los patrones rígidos de pensamiento. En trastornos como la depresión, esta red suele estar hiperactiva, favoreciendo ciclos repetitivos de pensamientos negativos.
La psilocibina reduciría temporalmente la actividad y la rigidez de esta red, lo que permite una mayor comunicación entre distintas áreas del cerebro. Estudios de neuroimagen muestran que, durante el efecto de la sustancia, el cerebro entra en un estado de mayor plasticidad, con conexiones más flexibles entre regiones emocionales, cognitivas y sensoriales.