12 de mayo 2025
Dólar
Compra 40,50 Venta 43,00
31 de mayo 2024 - 5:00hs

Fueron siete las veces que la tierra se dio vuelta y los huesos hablaron. Siete ocasiones —hasta ahora— en que los engranajes del pasado se movieron, la niebla se dispersó y, por un rato, la sociedad respiró una bocanada de justicia. Hace algunos días volvió a pasar: los restos encontrados hace casi un año en el Batallón 14 se identificaron como los de Amelia Sanjurjo, desaparecida en 1977, y la historia se repitió. La noticia se expandió rápido y removió el sedimento de lo que era, hasta ahí, un martes más de otoño en Uruguay. Provocó oleajes, movimientos telúricos, puso de nuevo sobre la mesa la certeza de que esperan ahí, enterrados. De que es cuestión de saber dónde escarbar. De que digan dónde están.

El impacto que provocó cada uno de los hallazgos de los restos de los detenidos desaparecidos ocurridos hasta el momento suele medirse a partir de lo que pasa después, de la huella inmediata que generan y la herida que ayudan a cerrar. Es importante considerar, de todos modos, que antes de ese sacudón social hay otras cosas en juego, otras fuerzas en pugna, y también el trabajo exhaustivo, científico y metódico de un grupo de personas que se encargan de la búsqueda. Porque los huesos aparecen, y cuando aparecen hablan, pero para eso es necesario que haya gente que los busque. Que revuelvan la tierra, la misma sobre la que se plantó robles y se echó cal viva para esconder.

Esas personas, nucleadas bajo la figura del Grupo de Investigación en Antropología Forense (Giaf), son, justamente, el foco del último libro del autor y periodista uruguayo Fernando Butazzoni, que llegó a librerías casi en simultáneo a la identificación de los restos de Sanjurjo —creer o reventar— y que se titula Tierra Mínima (Alfaguara, $930).

Más noticias

En el caso de este libro, el grito de eureka que recupera se localiza temporalmente en 2019. Es una mañana helada de agosto, la niebla producida por los incendios de la selva amazónica sobrevuela Montevideo y un grupo de antropólogos del Giaf horada de forma rutinaria una trinchera en el Batallón de Infantería N° 13 en la que ya casi nadie recuerda cuándo fue la última vez que apareció una señal de esperanza. Pero, como siempre, siguen. Ese día, sin embargo, la suerte cambia: todavía está oscuro cuando la retroexcavadora arranca un pedazo de pared y la tierra cede liberando un rastro de cal. Debajo, un cráneo, el primer indicio de que allí hay restos y que algunas semanas después serán identificados como los de Eduardo Bleier, dirigente comunista desaparecido en 1975.

Todo esto —y todo esto es: lo que la identificación supuso para la sociedad uruguaya en aquel momento y, de nuevo, el impacto que generó ese hallazgo— es parte del último trabajo de Butazzoni, pero no el eje central, o al menos no directamente: el autor, en este caso, decide enfocarse en el retrato inmediato, metódico y detallado, casi como si él mismo estuviera haciendo un trabajo fino de arqueología, de cada uno de los pasos que siguieron a ese momento epifánico en que la tierra habló. Y la elección del foco es uno de sus aciertos.

Así, a diferencia de otras obras recientes del autor como Las cenizas del Cóndor, Los que nunca olvidarán o Nosotros los vencidos, en Tierra mínima el tiempo se comprime en esas horas claves: los primeros movimientos del grupo de excavación una vez aparece el primer indicio de los restos, los pasos que se siguen dentro del cuartel, la forma en la que la noticia va circulando entre los mandos políticos, las organizaciones de Derechos Humanos, el grupo de Familiares, hasta llegar a los periodistas. También los pormenores a los que se deben enfrentar los científicos en un terreno difícil, en el que combaten contra los elementos y las amenazas veladas (y no tan veladas) de los que no quieren que el pasado se desentierre.

Entre los pliegues de la crónica —en este caso, el ejercicio más puro que Butazzoni ha hecho del género en los últimos años— aparecen los personajes claves: los diferentes miembros del equipo antropológico y las historias que los vinculan al Giaf, nombres más públicos como los del fiscal Ricardo Perciballe, la abogada Cecilia Blanco, o el político Felipe Michelini, hasta llegar a la principal articuladora del trabajo del equipo y sus derivados: la antropóloga y jefa del Giaf, Alicia Lusiardo.

Lusiardo, que tomó la posta de José López Mazz en las excavaciones hace ya varios años, surge en la narración de Butazzoni como el personaje ideal para encabezar esta historia. Entre la actitud científica intachable y la condición humana que aflora en el trabajo con los restos en esta parte del mundo y en otras —sus escenas lidiando con los horrores de crímenes foráneos funcionan tanto como sus intervenciones en el hallazgo de los restos de Bleier—, Tierra mínima la toma como protagonista y es un ejercicio de puntería.

FotoJet (85).jpg

Y luego, entre esas historias, las reflexiones que trabajar con este material suele imprimirle a las obras de Butazzoni: indagaciones sobre el espacio que ocupa el mal en la sociedad —un mal con mayúsculas que está lejos de ser banal, mecánico o que sigue órdenes de forma robótica, según él—, el rol que juegan quienes colaboran con el oscurantismo, las reverberaciones que produce el pasado cuando emerge de esta forma, la manera en la que, en definitiva, las respuestas de lo que pasó corresponden al hoy. A lo que somos. Y que no es parte de un pasado que quedó atrás.

«Un desaparecido por fin hallado es justo eso: un desafío. Es la restitución de un cierto orden, de una secuencia que borre el caos de la desaparición, que es un estado intolerable porque no debería existir, ya que quien no está vivo está muerto. Sin embargo hay un punto intermedio, un umbral desesperante entre la vida y la muerte. Ese estado intermedio que es la desaparición genera una paradoja que solo puede convertirse en oxímoron o en resistencia. Pese a los susurros de la lógica, el desaparecido sigue presente, está desaparecido pero está. Hurtado a los suyos, a todos. En alguna parte está. Vivo o muerto pero está. Y si está, es.»

Temas:

libro Fernando Butazzoni Desaparecidos Restos de desaparecidos GIAF Alicia Lusiardo

Seguí leyendo

Te Puede Interesar

Más noticias de Argentina

Más noticias de España

Más noticias de Estados Unidos