Hasta hace unos días eran tres: también estaba Lucía, la nena entre dos varones, la última de los tres en nacer, también vivía en la habitación de neonatología. Estaban ahí, sin visitas, a la espera de que alguien llegara para ellos de manera definitiva.
Cuando la mamá de Lucía supo que estaba embarazada, quiso abortar. Inició el procedimiento de Interrupción Voluntaria del Embarazo, pero no lo siguió. Ya en la semana 22 de gestación, empezó el trámite para desvincularse de la bebé una vez que naciera.
Su mamá, de 20 años, tenía otros planes: estaba estudiando en la universidad y no sentía que fuera el momento para criar un hijo. El embarazo transcurrió de forma discreta, hasta que llegó el día del nacimiento.
Lucía llegó cuando ya había caído la noche con la contundencia que podía hacerlo una bebé de cuatro kilos y medio. Su mamá biológica le eligió el nombre, pero siguió firme en su decisión de desvincularse. Cuando tuvo el alta médica, se fue.
Desde entonces, la bebé ha sido la que más atención pedía en el área de neonatología. Las enfermeras que estaban de turno ya no sabían qué hacer para consolarla.
—No paró de llorar en toda la mañana. ¿Puedo llevarla al patio? —pidió una enfermera a la doctora de turno. Era fines de octubre. La bebé ya había cumplido un mes en el hospital y apenas había salido. No está permitido que nadie saque a estos bebés de la sala en la que están internados, para evitar cualquier riesgo.
—Llevala un ratito —autorizó la médica.
Cuando salió al patio, escuchó el movimiento de los árboles y el canto suave de algunos pajaritos, y enseguida se quedó dormida. Es el único patio interno del hospital, aunque su uso no se condice con la cantidad de personas que circulan en el edificio al día.
Las enfermeras, con turnos que cambian cada ocho horas, se sentían ya a principios de octubre, madres de trillizos. Lucía, Nicolás y Mateo les reconocían las voces. Sonreían cuando ellas les hablaban. Eran las que los mecían en brazos, les cantaban, los bañaban, los peinaban, les daban el biberón. Hasta les llevan juguetes. Cuando las mujeres se iban a casa, hasta los extrañaban. En sus casas, sus familias preguntaban: ¿cómo vienen los bebés?
El primer mes y medio de vida de los tres pasó sin que nadie llegara por ellos. Crecieron tanto que ya no entraban en la palangana donde se bañaban. Entonces, una partera del hospital les regaló un bañito. Y recibieron peluches. Y recibieron hasta un gimnasio, que quedó amuchado en la pequeña sala junto con las tres cunas, aunque hasta entonces no lo habían usado. Todavía no habían llegado, ni siquiera, las cuidadoras del INAU.
Como trillizos: los bebés desamparados en Las Piedras
Nicolás es el del medio de los tres, por apenas unos días. Su mamá, de 34 años, llegó al Hospital de Las Piedras con su historia a cuestas: dos hijas de menos de 10 años, y una pareja —el padre de las niñas y del bebé que acababa de nacer— que la violentaba desde hacía tiempo. Cuando nació, a última hora de la noche después de 39 semanas de gestación y con un cuerpo de tres kilos y medio, su mamá ya había decidido que no se lo llevaría con ella a casa. No había querido ese embarazo. Consultó para hacerse un aborto, pero ya estaba de 29 semanas. Había ocultado su gestación dentro de todas sus posibilidades. Ahora que había nacido, le puso su nombre y firmó para desvincularse de él.
Nicolás quedó tanto tiempo a la espera de resolución judicial, que el 6 de noviembre dejó la sala de neonatología y pasó a pediatría. En esos días, un hisopado le dio positivo a covid-19.
También se contagió Mateo, su hermano de sala, que aunque compartieron un mismo destino —la salita con semi-luz natural gracias al pozo de aire— los motivos que los depositaron en el hospital aún teniendo el alta médica son distintos.
La mamá de Mateo sí lo quiere con ella, pero eso no es posible. Tiene 27 años y ya había perdido la tenencia de una niña de 13, quien fue criada por su abuela. En este caso, el embarazo tampoco fue controlado y la mujer es consumidora de pasta base, al igual que el padre del recién nacido, que además está preso. La abuela materna del bebé también tiene problemas con el consumo de drogas. El bebé nació con sífilis y recibió tratamiento con penicilina. La mamá se quedó con él hasta que llegó el fallo judicial que la desvinculaba del bebé. Ahora, esperaban las pruebas de ADN para confirmar la paternidad, y así poder avanzar en poner a Mateo en contacto con su abuela paterna.
En los últimos días, Lucía tuvo algo más de suerte: el 7 de noviembre, apareció su abuela biológica, con intenciones de hacerse cargo de ella. Con casi dos meses, por fin logró ir con una familia.
Casi como Juana, que estuvo internada en el mismo hospital un mes y dos días. Nació, igual que Nicolás, a última hora de la noche, con 36 semanas de gestación. Su mamá dijo que fumaba 20 cigarros por día pero que no se drogaba, aunque un examen de orina demostró lo contrario: antes de dar a luz había consumido cocaína. Tiene otro hijo, de 14 meses, pero producto de una depresión vinculada con su consumo de drogas, por resolución judicial, el niño quedó a cargo de su abuela paterna. La mamá supo que Juana venía en camino cuando ya iba por la semana 33 de embarazo. Los controles fueron prácticamente inexistentes.
Al principio, los dos padres se quedaban en el hospital con Juana mientras la Justicia resolvía qué hacer con la bebé. Pero eso solo trajo más problemas: el padre, que también tenía consumo problemático de drogas, se quedaba en la misma habitación con otras tres mujeres que acababan de tener a sus hijos. Incluso, los funcionarios del hospital detectaron cómo el hombre violentaba a la madre de su hija recién nacida. Al final, se quedaba solo ella. En el hospital elevaron un informe a favor de la tenencia de la abuela paterna, que llevaron a la Justicia. Y pidieron una y otra vez al INAU que, por favor, resolviera el asunto de una vez. Después del primer mes de vida, la niña pudo irse con su abuela paterna.
Mientras tanto, las cuidadoras del servicio tercerizado que ofrece el INAU se van acostumbrando al cuidado de los dos bebés que quedan con internación, ahora en pediatría, ya que crecieron lo suficiente como para quedarse en el área de recién nacidos.
Dicen, con algo de entusiasmo y algo de pena, que los bebés ya las reconocen.
Bebés sanos viviendo en hospitales
Las internaciones de niños que tienen alta médica son un problema a la vista de todos. Los hospitales no están preparados para atender a bebés sanos, que a la vez no necesitan estar en un hospital, sino en cualquier otro lado que puedan recibir lo que todo bebé necesita recibir: apego, atención, calor humano. Cariño. Los hospitales dan atención médica que es, justo, lo que estos bebés, una vez de alta, menos necesitan.
El Código de la Niñez señala que cuando un niño deja de estar al cuidado de su familia, el INAU tiene 24 horas para avisar a la Justicia, y la Justicia tiene 24 horas para tomar las medidas cautelares que considere, en orden de prioridad: a un familiar biológico con quien el niño haya generado un vínculo significativo, a una familia del Registro Único de Adoptantes, la inserción provisoria en una familia de acogida, y, en última instancia, la internación en un centro 24 horas del INAU.
En la mayoría de los casos, el INAU, mandatado por la Justicia —que a la vez está mandatado por el derecho de los niños a tener vínculo con los lazos sanguíneos— busca hasta última instancia un familiar biológico que pueda hacerse cargo de los bebés, antes de que pasen a ser adoptados. Porque, además, la adopción es definitiva: una vez que se otorga, no hay vuelta atrás.
Quienes cuestionan esta decisión, sin embargo, dirán que hay problema de interpretación en la letra fría de la ley: ¿qué vínculo significativo puede tener un bebé que acaba de nacer con un familiar biológica que nunca vio, y cuando su madre ha decidido desvincularse de él?
Rehenes de estas decisiones quedan los bebés que nacen. Entre oficios judiciales que viajan de una dependencia del Estado a otra, el INAU que busca qué hacer mientras tanto y sin hogares adecuados para dar atención, los recién nacidos terminan quedándose en hospitales mucho más tiempo del que cualquiera podría aguantar.
A estos niños, a los que nadie visita, que pasan de enfermera en enfermera, de cuidadora en cuidadora, y que apenas ven la luz del sol, se les llama niños sociales. Son los internados que no deberían estarlo.
La cantidad de niños que están en estas condiciones viene en aumento en los últimos tres años. En el Hospital Pereira Rossell, el centro pediátrico de referencia a nivel país, hubo 119 bebés en cuidados neonatales con internación social. Al año siguiente, fueron 135. El año pasado, en 2024, fueron 189.
Solo esta semana, son cuatro y Joaquín es uno de ellos. Nació en plena tarde, hace dos semanas, después de 37 semanas de gestación. Es, en realidad, de un departamento del interior. Su mamá, de 32 años, presenta déficit intelectual y, además, hay dos expedientes en la Justicia por violencia de género contra el padre del bebé. Joaquín llegó después de un embarazo no controlado y ahora pasó a cuidado de la Fundación Canguro, que le dará atención mientras la Justicia decide qué hacer con él.
Aaron es otro de los bebés sociales del Pereira Rossell. Llegó en plena noche, hace tres semanas, después de un embarazo que recibió su primer control después de la semana 23. Su mamá, de 28 años, transitó durante la gestación una infección, tampoco tratada.
Si bien el bebé tuvo contacto piel a piel con su mamá, la Justicia determinó que se desvincularan: ella es consumidora de cocaína. La abuela de Aaron ya tiene la tenencia de otra nieta y se niega a hacerse cargo de él. Pasará a la Fundación Canguro una vez que haya disponibilidad. Mientras tanto, espera internado en el hospital.
Luna llegó al mediodía, después de un embarazo a término y una cesárea. Su mamá, de 26 años, lleva a cuestas un trastorno border de personalidad, tres abortos, y otros dos hijos que no están a su cargo. Se controló el embarazo de Luna por primera vez cuando iba en la semana 32 de gestación. A los 7 minutos de vida, la bebé tuvo dificultades para respirar. A los 13 minutos, siguió; y a los 45; y a los 90 minutos. Directo a Cuidados Intensivos.
Camila, parecido. Tiene tres semanas de nacida. Su mamá, de 29 años, sufre abstinencia desde hace unos meses. Apenas terminó la escuela y es ama de casa. Tuvo cinco partos, un aborto. El hijo de un año y medio está a cargo de su padre desde el primer mes de vida. Sus otros tres hijos, en seguimiento con el INAU por negligencia y posible consumo de drogas, según ha declarado su hija mayor. Camila fue un embarazo no deseado, detectado en la semana 12, mal controlado. Su mamá quiso abortar, pero no siguió el proceso médico para hacerlo. Está en Cuidados Moderados, a la espera de una resolución judicial.
Nicolás, Lucía, Mateo, Joaquín, Aaron, Luna, Camila, Juana. No están solos.
Hubo más. Hay más niños.
En el Hospital de Las Piedras, por ejemplo, recuerdan el caso de Diego, que había sido trasladado desde el Pereira Rossell y tuvo una estadía de más de cinco meses internado sin motivo de salud desde su nacimiento. Recuerdan también, la mujer que tuvo a su bebé en el baño de ese hospital y lo tiró a la papelera, pensando que había nacido muerto. Ese bebé terminó bajo el cuidado de su abuelo. Recuerdan a Bautista, que estuvo seis meses como internado social, hasta que fue adoptado.
Y hay más.
Y, si todo sigue igual, seguirá habiendo más bebés que esperan.
*Los nombres de los bebés son ficticios, para preservar sus identidades.