Embed - El narcotráfico le perdió el miedo al Estado y no hay palabras que lo detengan
Al principio fue la palabra. Frases dichas en voz baja dentro de una celda, advertencias que parecían parte de criminales exóticos importados desde otras tierras. En mayo de 2016, cuando el narco mexicano Gerardo González Valencia -uno de los líderes del cartel de Los Cuinis- amenazó desde la cárcel con colgar al entonces ministro del Interior, Eduardo Bonomi, del puente más alto del país, Uruguay todavía podía creer que aquello era folclore narco. Una sobreactuación.
Después vinieron los detalles del plan para liberar al mismo González Valencia, que incluía secuestrar a la familia del entonces ministro del Interior, Jorge Larrañaga. Pero, aun así, seguía siendo terreno de las amenazas. Graves, pesadas, pero amenazas al fin.
Y un día las palabras pasaron a los hechos. Hechos que eran pan de cada día en los barrios marginales, pero que se detenían al sur de avenida Italia y que nunca habían tocado a las autoridades.
En 2020 una más que explícita granada fue lanzada contra la sede de la Brigada Antidrogas del Prado en tanto que la fiscal de Estupefacientes Mónica Ferrero recibía un mensaje con amenazas de muerte.
En diciembre de 2024 la emprendieron a tiros contra la sede del Instituto Nacional de Rehabilitación (INR), en setiembre de 2025 le tiraron una granada y una tanda de disparos a la ahora fiscal de Corte, Mónica Ferrero, y por último, el domingo 16 otra vez la sede la INR recibió las balas de algún grupo narco.
Las palabras amenazantes quedaron atrás. Ahora es cuestión de puntería, o de ganas nomás de llevarse puesta la vida de un jerarca. “Demostraron que cuando quieren llegar a alguien, llegan. Si hubieran querido matarla (a Ferrero) la hubieran matado. Fue un ensayo”, dijo a Búsqueda el presidente de la Suprema Corte de Justicia, John Pérez Brignani.
Pero el Estado reacciona mayormente con palabras, con solidaridades del todo inservibles ante las víctimas. Como si los narcos reconocieran estas solemnidades institucionales.
Se habla de “ir hasta el hueso”. Pero, ¿hasta el hueso de quién? Se habla de responsabilidades del ministro del Interior, Carlos Negro. "Ya no es una cuestión de inseguridad por robo o narcotráfico, es gente atacando la institucionalidad, están yendo contra el sistema. El ministro no termina de darse cuenta de que hay un lío grande”, dijo el senador colorado Pedro Bordaberry a canal 10. Cuesta creer que Negro no se de cuenta de lo que está pasando, pero en todo caso, ¿qué hacer?
“El ministro del Interior y las autoridades de la policía tienen todo nuestro respaldo para poner la sexta a fondo”, dijo por su lado el senador nacionalista Sebastián Da Silva. Pero, ¿de qué se trata “la sexta a fondo”?, ¿los militares en las calles?, ¿la metralla a mansalva aplicada en las favelas brasileras? ¿el bukelismo represor de El Salvador?
Generalmente estas respuestas groseras surgen como reacción al discurso políticamente correcto que señala lo obvio e importante –atacar las causas del delito, el abordaje integral del tema, etc- pero no atiende lo urgente.
No parece haber una idea más o menos común de hacia dónde ir. Incluso dentro del Partido Nacional hay quienes, más allá de las declaraciones, admiten que una interpelación al ministro Negro en las actuales circunstancias significaría pedirle explicaciones sobre hechos que trascienden largamente a la actual administración. “Son respuestas que nosotros tampoco supimos dar”, dijo un dirigente blanco a El Observador.
Mientras tanto, desde el gobierno se consuelan pensando que las acciones violentas contra instituciones del Estado son una muestra del éxito de los operativos contra la delincuencia.
Por ejemplo, este jueves fue detenido en Argentina el narcotraficante Luis Fernández Albín, y el ministro Negro pasó el aviso a los que lo critican por su gestión -"seguimos en la senda de pegarle a las organizaciones criminales y pegarle donde más les duele, en los bienes y en el dinero"- y auguró nuevas represalias de los narcos: “Esto seguramente tiene las consecuencias que todos sabemos, pero estamos dispuestos a afrontarlas", dijo Negro.
Pero lo cierto es que el sistema político uruguayo responde en diferido porque llegó tarde al conflicto con el crimen organizado. Pero cuando uno llega tarde, no puede darse el lujo de ir lento. El narcotráfico se le anima al Estado porque ya no lo teme y, si ya no lo teme, es porque dejó de imponer respeto.
Eso, en cualquier caso, marca el principio de algo. O de su final.