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22 de noviembre 2025 - 5:00hs

Las chances de tener un hijo varón o una hija mujer son casi las mismas. Cada año —sin importar el año— nacen en Uruguay apenas más hombres que mujeres. Pero la suerte futura de ellos y ellas no sigue esa misma igualdad de probabilidades. Los estereotipos de género y la cultura dominante —por más “revolución feminista”— pesan tanto que, incluso en el siglo XXI, el solo hecho de ser una niña que tiene un hermano varón más chico es casi una condena para sus ingresos futuros. Lo dice la economía.

A partir de los 30 años —“a mitad de camino de nuestra vida”, como le llamó el escritor Dante Alighieri— puede hacerse una idea de cuál será el ingreso futuro de las personas. Es ese momento en que la especie de letra “U” invertida que dibuja el salario empieza a tomar forma. Pero, ¿cuánto influye el hogar de nacimiento en esos ingresos permanentes (o perfil de ingresos)? Esa era la pregunta que intentaron responderse Martín Leites y Joan Vilá, del Instituto de Economía de la Universidad de la República.

Parte de la respuesta la habían encontrado en trabajos anteriores. Quienes más se capacitan, luego suelen tener mejores ingresos. Quienes tienen hijos más tarde, también. Pero, ¿acaso estarán pesando las normas sociales que, queriendo o no, los padres les trasmiten a sus hijos?

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Siguieron una metodología refinada —de hecho su trabajo está en vías de publicación en una revista académica auditada por pares— y después de cruzar decenas de miles de datos administrativos del Banco de Previsión Social, el Ministerio de Trabajo y los estudios en la Universidad de la República, los investigadores llegaron a un conclusión: las mujeres primogénitas que tienen un hermano varón más chico ven reducido sus ingresos permanentes, en promedio, un 2%. A la “mitad del camino de sus vidas” ese impacto empieza a notarse.

“No solo es un porcentaje significativo desde lo estadístico, sino desde lo económico”, señala Leites, quien ahora pasó a dirigir el Departamento de Economía de la principal universidad pública. Ese efecto no se nota cuando, comparado con un hogar de características similares, la hermana más chica también es una mujer. O cuando el primogénito es varón.

Solo ese dato —sencillo de decir, pero difícil de calcular— les dio a entender a los economistas que “en los hogares uruguayos pasa algo que se transmite entre generaciones y que va más allá del ingreso”. O dicho de otro modo: el ingreso de los padres pesa, porque las generaciones siguientes suelen estar condicionadas por esos ingresos iniciales de sus adultos responsables. Pero hay algo más allá del ingreso que también parece influir. La nueva pregunta es: ¿qué?

Las investigaciones en Ciencias Económicas vienen confirmando —desde hace casi tres décadas— que los padres toman decisiones que a la larga repercuten en su descendencia. A veces son explícitas: cuando se le deja el negocio al varón en lugar de a la mujer, cuando en él invierten más dinero que en ella para estudiar, cuando ella tiene que quedarse a cuidar a los hermanos más pequeños o al abuelo enfermo. Otras veces son más invisibles: el padre es el proveedor y la madre cumple con tareas no remuneradas en el hogar y eso lo heredan sus hijos.

¿Será así en Uruguay? ¿Los padres tendrán preferencias por sus hijos varones sobre las mujeres? Los datos con los que trabajaron los economistas no les permiten esas afirmaciones. Pero sí les daba la chance de ver el resultado de elecciones: ¿esas hermanas mayores tienen hijos más temprano? ¿Abandonan antes el sistema educativo? ¿Trabajan menos horas pagas? Las respuestas fueron contundentes: “no necesariamente, no necesariamente, no necesariamente”.

Hasta ahí los investigadores sabían dos cosas: tener un hermano varón menor afecta los ingresos futuros de las hermanas mayores, y (con los ejercicios hechos hasta ese momento) no hay una explicación clara sobre por qué pasa eso en promedio.

Fue entonces que hicieron una nueva apuesta. Dividieron a los hogares entre tradicionales y no tradicionales. Los primeros son aquellos en que el padre varón es el proveedor, en que más del 50% de los ingresos los aporta él, en que se emplea en áreas más masculinizadas y roles de más jerarquía. En los segundos, en cambio, las madres son las que ocupan puestos que antes parecían relegados a los hombres, o tienen más formación o…

Ahora sí el resultado cambiaba. “En los hogares tradicionales el efecto de reducción del ingreso permanente de las mujeres primogénitas era todavía más significativo”, dice Leites. ¿Cuándo? Casi que se triplica e implica una pérdida cercana al 6%.

“En los hogares tradicionales el efecto de reducción del ingreso permanente de las mujeres primogénitas era todavía más significativo” “En los hogares tradicionales el efecto de reducción del ingreso permanente de las mujeres primogénitas era todavía más significativo”

Al observar las trayectorias de esas mujeres, hijas de hogares tradicionales que veían resentidos todavía más sus ingresos, había puntos en común: ellas tenían menos chances de convertirse en universitarias, menos probabilidades de estar empleadas en las áreas de ciencia y tecnología, integran con más frecuencia empresas con menores salarios y para puestos de menor jerarquía, y trabajan de manera remunerada menos días al año.

“En los hogares, y sobre todo en los hogares tradicionales, se toman algunas decisiones a edades muy tempranas de los hijos que afecta en sus ingresos futuros. Un poco puede estar vinculado a las preferencias de dónde se pone el dinero, y otro tanto parece estar más anclado a las normas sociales”, confirma el actual director del Departamento de Economía (DE).

Muchas de esas normas tienen consecuencias en un corto plazo.

Haciendo números

Hasta el quinto nivel de la educación inicial, previo al ingreso a Primaria, las niñas y los niños uruguayos obtienen un desempeño similar en matemáticas. Ellos son un poco mejor en los ejercicios simbólicos —esos que requieren de representaciones con símbolos como las operaciones básicas—, pero ellas emparejan en las pruebas no simbólicas —esa intuición que los humanos traen desde la nacimiento—.

Pero ya sobre el final de año, y sobre todo en primer grado de escuela, los varones empiezan a despegarse y les empieza a ir mejor. La psicóloga Nathalia San Román descubrió, en su tesis de grado en la Universidad de la República, que a partir de que los alumnos tienen seis años y tres meses, en promedio, la brecha de desempeño comienza a marcarse y al término del primer año de Primaria los varones logran diez puntos más en las pruebas de matemática (una distancia significativa teniendo en cuenta que en estas pruebas puede obtenerse, como máximo, 156 puntos).

La ciencia —al menos la evidencia disponible hasta el momento— sugiere que los varones y las mujeres son, desde lo biológico, iguales para el desarrollo de su capacidad lógica y matemática. La psicóloga Elizabeth Spelke, doctora honoris causa de la Udelar, había dicho a El Observador que "los bebés saben de números y geometría antes de los dos días de vida", una capacidad común a niños y niñas, y que “la razón por la que luego se ven diferencias en resultados es por las experiencias culturales y no por las habilidades innatas”.

Todo apunta —y la tesis de San Román lo deja entrever— que cerca de los seis años de vida, en el pasaje a la escuela, las niñas empiezan a cargar con los estereotipos de género. Algunos estudios internacionales demostraron que, ante un mismo rendimiento, las maestras les ponen a los varones mejores puntajes en matemática y eso los estimula a sentirse buenos (“servís para esto”). Otra investigación en escuelas estadounidenses reveló que los docentes les dan más la palabra a los niños cuando resuelven ejercicios matemáticos, mientras a las niñas se las asigna para las letras. Y un documento que en pocos días difundirá en una revista científica el francés Stanislas Dehaene, que estudió el desempeño de 2.000.000 de niños franceses, confirma que “probablemente” los estereotipos de género que imponen las maestras, son los que hacen que a los varones les vaya mejor.

Recalculando

Los economistas Leites y Vilá dieron un paso más yendo a las consecuencias a largo plazo. No se propusieron juzgar qué es lo correcto o qué no, sino por qué pasa lo que pasa.

“Los hogares enfrentan restricciones y toman decisiones. Cuando los hermanos son del mismo sexo, por ejemplo, suelen compartir la misma ropa que uno hereda del otro. Pero cuando son de distinto y hay poco dinero, los padres tienen que optar”. Leites dice que por eso su investigación (y la de su colega) encuentra que en los hogares más pobres (quintil 1 de ingresos) es donde más se nota el efecto de los hermanos varones menores.

Cuando los hermanos son del mismo sexo, por ejemplo, suelen compartir la misma ropa que uno hereda del otro. Pero cuando son de distinto y hay poco dinero, los padres tienen que optar Cuando los hermanos son del mismo sexo, por ejemplo, suelen compartir la misma ropa que uno hereda del otro. Pero cuando son de distinto y hay poco dinero, los padres tienen que optar

Los hallazgos fueron presentados en la última jornada de la Red Sobre Desigualdad y Pobreza de América Latina. Ese mismo día, en ese mismo lugar, otras tres economistas (Alejandra Marroig, Luciana Méndez y Agustina Queijo) adelantaron los resultados preliminares de un estudio emparentado: “cuanto más progresistas son las jóvenes, más probable es que accedan a la educación superior”.

¿A qué refieren? Las jóvenes que están completamente en desacuerdo con la afirmación "las mujeres deben elegir carreras que no interfieran con un plan futuro para una familia" tienen un 51,7% más de probabilidad de alcanzar la educación superior en comparación con aquellas con una actitud de roles de género muy tradicional. Y esas chances se van reduciendo, de manera escalonada, acorde se está más de acuerdo con la afirmación.

Este segundo estudio de economistas indica que existe un proceso de transmisión intergeneracional, de madres a hijas, de las actitudes de roles de género. “Encontramos que cuando la cohorte de madres estaba más en desacuerdo con la afirmación: ‘cuando los trabajos son escasos, los hombres tienen más derecho a un trabajo que las mujeres’, las jóvenes tienen más probabilidades de tener una actitud muy progresista”.

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