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9 de agosto 2025 - 5:00hs

Lucía Topolansky estaba en pleno festejo frenteamplista en Durazno. Era 26 de marzo, día de fundación, y se había pasado junto con José Mujica en actividades en los barrios. Entonces la frenó un comerciante. Estaba contento: con la gente que llegaba al departamento últimamente había podido abrir un bar. Llegaban, porque había abierto la Universidad Tecnológica. La UTEC en el corazón del país trajo a estudiantes de pueblos recónditos —para la mirada montevideana—, pero muy cercanos a otros centros urbanos. Eso, también, trajo estadías más largas de los visitantes, necesidad de más consumo —dónde dormir, dónde comer, dónde pasear— y dio margen para que el comercio también floreciera.

—¡Eso era el derrame! —exclama varios años después Topolansky, sentada en la mesa de su cocina, mientras explica cómo la teoría, que tantas veces había esbozado con su esposo Mujica, empezaba a mostrarse en la práctica. Hablaba de la segunda universidad del país, hermana menor de la Udelar, esa “hija” que nació en el gobierno de líder emepepista, no sin antes haber pasado por severos dolores de parto.

El derrame era eso: abrías una institución, se beneficiaban los que iban, pero también los que la rodeaban. Llegaba la educación, los estudiantes se quedaban en sus lugares de origen, se profesionalizaban, el entorno se movía, se abrían nuevos servicios, el barrio crecía.

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—El derrame de la economía es muy relativo, son migajas que a veces caen y muchas veces ni caen. El derrame de la cultura es el que genera un centro —insiste Topolansky en entrevista con El Observador.

El efecto parecía repetirse. Departamento que pisaban con sus esposo, departamento en el que le reclamaban que llegara la universidad. La Udelar, única en la formación pública por 160 años, no había logrado despegarse demasiado de la centralidad montevideana. La idea estaba, el tema era cómo hacerlo.

No es para cualquiera

En Isla Patrulla, un pueblo que mide ocho cuadras de largo y tres de ancho, el destino le marcaba a Johany González una única —y sacrificada— posibilidad. Sus primeros recuerdos son ordeñando, ayudando a su mamá, que apenas alcanzó a terminar la escuela. Su padre, que había hecho hasta tercero de liceo, arrendaba un campo para trabajarlo. Y las tres hijas —Johany, la del medio— contribuían con lo que el tamaño de sus manos y la fuerza de sus brazos les permitía: clavar un poste, cosechar la papa, cortar maíz, vacunar, juntar el ganado. Primero acompañando en un mismo caballo; después montando los suyos.

—Lo primero, gurisas, el título —les repetía siempre la madre, sabiendo que era la única posibilidad de torcer el destino.

Pero a dónde, cómo, a qué costo.

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Si querías estudiar siendo de Isla Patrulla, había que poner un poco más de empeño y creatividad. En el pueblo está la escuela rural Rubén Lena, pero ya para la secundaria había que tomar decisiones, porque implicaba irse. Así fue que Johany entró en la escuela agraria de Vergara, a más de 90 kilómetros de Isla Patrulla, donde hacía una semana de internado y a la siguiente se quedaba en su casa. Cuando la intendencia empezó a ofrecer traslados hasta la ciudad de Treinta y Tres, el liceo pasó a quedarle a mitad de camino. Salía del campo en moto, recorría siete kilómetros hasta el paraje por donde pasaba el ómnibus, dejaba la moto en un almacén, y viajaba 40 kilómetros más hasta el liceo en la ciudad departamental. A la vuelta, lo mismo: ómnibus, buscar la moto en el almacén, siete kilómetros más hasta volver a casa. Afortunada, que pudo hacerlo.

Cuando terminó el liceo, la mudanza a Montevideo era ineludible.

Pero estaba lo otro: la ciudad capital no era para cualquiera. La gente en el interior, dice ella, le tiene miedo a Montevideo.

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Johany, que le gustaba el dibujo, se mudó con una amiga de Isla Patrulla para un monoambiente atrás de la facultad de Arquitectura. Pagaban $ 15 mil entre las dos — sin contar gastos comunes— al principio con la plata que enviaban sus padres desde el pueblo. Al segundo año empezó a trabajar en una empresa que hacía cortes láser. Cuando ya iba siete años en Montevideo, no aguantó más. Por $ 6.000 en Treinta y Tres podía alquilarse algo de dos habitaciones cerca de la terminal.

Viajó para Navidad a Isla Patrulla y se quedó. Le había escapado al campo y ya no quería escaparle más. Ese verano, su madre le trajo una nueva opción de la que se enteró de rebote.

—En la radio están pasando que va haber un curso sobre agua —le dijo.

—¡Qué raro eso! —respondió ella.

Ingeniería en Agua, una carrera universitaria con buena parte de la carga en clases online, con prueba presenciales en Treinta y Tres, con traslados para prácticas en varios puntos del país. En la UTEC.

—¿UTEC? ¡¿Qué es eso?! —le preguntan conocidos cada vez que Johany cuenta sobre sus estudios.

Aunque ya tiene una década desde su primera sede —en La Paz, Colonia, el 1° de julio de 2015—, la propuesta no ha llegado a oídos de todos. En su generación, donde ya lograron el título de tecnólogos en Agua y van por el de ingeniería, son 10 alumnos: tres de Treinta y Tres, y el resto de Cerro Largo, Salto y Durazno. Después de ellos, sin embargo, nadie más se anotó a la carrera.

—No hay generación nueva. Nadie se ha inscripto —dice ella.

La mayor, “celosa” con la nueva hermana

Cuando se inauguró la sede de la UTEC de Durazno, en el Hospital Viejo, los organizadores invitaron a la partera María Aldao, que había trabajado desde 1941 allí y eso le valió hasta el nombre de una calle en el departamento. En esta nueva etapa, que se iniciaba en 2017, la invitaban para el nacimiento de la universidad en el departamento.

Ya la primera piedra que cimentó a la UTEC había mostrado resistencias. Sobre todo, por cómo debía ser esa universidad tecnológica, con fuerte arraigo en el territorio. La opción de ser parte de la Universidad de la República no estaba sobre la mesa, porque eso implicaba adherir a procesos, tiempos y discusiones que ya tenían su dinámica. La primera idea de Mujica era que fuera una evolución de la UTU, que siguiera el camino de la educación media de oficios, pero ese plan tampoco prosperó. Adquirió su forma convirtiéndola en una institución independiente, de cero, como un nuevo ente autónomo.

¿Qué implicaba ese nuevo modelo? Oferta de estudio en función de las necesidades del territorio —lechería para la cuenca lechera, especializaciones en riego para la zona de cultivo de arroz, ingeniería hidráulica para departamentos con represas, licenciatura en música creativa para la ciudad del jazz— participación de los estudiantes, los docentes y los empresarios locales en la toma de decisiones. Porque, al terminar los estudios, los nuevos licenciados o ingenieros tenían que poder conseguir trabajos en sus ciudades, en aquellos puestos en donde se necesitaba formación y para eso iba a ser necesario saber qué demandaban los contratantes.

Los gobiernos frenteamplistas ya habían tenido la experiencia creando nuevos organismos, como pasó con la Agencia Nacional de Investigación e Innovación, en 2006, o el Plan Ceibal, al año siguiente.

Mujica UTEC Presidencia
Inauguración de la UTEC en Fray Bentos, en 2016, con el entonces presidente Tabaré Vázquez y el expresidente José Mujiica.

Inauguración de la UTEC en Fray Bentos, en 2016, con el entonces presidente Tabaré Vázquez y el expresidente José Mujiica.

A la Universidad de la República no le cayó nada bien esto de la UTEC. En la cúpula sostenían que se estaba haciendo “a las apuradas”, que dejaba “agujeros negros” y que abría la incertidumbre con respecto a qué iba a pasar con los recursos del Estado para la universidad pionera. Un artículo del semanario Búsqueda de 2013 decía que en el primer Consejo Directivo Central de la Udelar de ese año buena parte de la discusión de los consejeros versó sobre este tema, en el que aparecieron fuertes cuestionamientos contra la incipiente institución. La llegada de la nueva universidad obligaba a la "mayor" a replantearse cómo avanzar en el interior. El entonces decano de Humanidades, Álvaro Rico, le había declarado al semanario que la UTEC tenía un “objetivo político y no académico”, que eran las elecciones del año siguiente. “Critico que estos consejeros designados por el poder político (en referencia a los designados para la nueva universidad) hagan marketing sobre la Utec a costa de las dificultades o de los errores que tiene el sistema nacional de la educación pública”, cuestionó entonces.

José Carlos Mahía era diputado en esa época, y atribuía las críticas a la UTEC el hecho de que, por primera vez en más de 150 años, perdiera su exclusividad. Estas “aprehensiones” de la Udelar son “lógicas porque es una hermana mayor que se pone celosa. Son las crisis de crecimiento ante una propuesta alternativa que no nace del cerno universitario, que es distinta y transformadora, vinculada más hacia la educación media y con un fuerte consenso político”, dijo a Búsqueda hace 12 años el hoy ministro de Educación y Cultura, que acaba de enviar al Parlamento un nuevo proyecto de universidad, esta vez, de la educación.

En 2014 empezaron 40 estudiantes, en dos carreras. Los frutos llegaron en 2020, con los primeros seis licenciados en Tecnologías de la Información, una carrera que empezó primero en Durazno y después también en Fray Bentos, con la mayoría de su carga horaria virtual.

En 2024, la UTEC alcanzó presencia en 11 departamentos, con 3.536 estudiantes matriculados de 252 localidades diferentes. Ofreció 26 carreras, ocho posgrados, y otros 14 programas en conjunto con universidades del exterior, como el MIT de Massachusetts o el Tecnológico de Monterrey. Desde su fundación, 1.555 estudiantes lograron el título de la UTEC, y más de la cuarta parte lo hicieron en el último año.

Según su rendición de cuentas del último año, ejecutó un presupuesto de más de un millón y medio de dólares, del que el 67% se fue para pagar salarios; el 18,7% se fue en gastos de funcionamiento y el 13,6% se destinó a inversiones.

Aquello que había empezado como una relación conflictiva, pronto se superó. Hoy la Udelar, la UTU y la UTEC se complementan en las carreras, comparten programas y hasta conviven en los mismos espacios, lo que ha hecho más eficiente el uso de recursos.

El 90% de los estudiantes trabajan de lo que se graduaron.

Johany, por ejemplo, ya obtuvo el título de tecnóloga y va por el de ingeniera, trabaja en una empresa privada local realizando muestras de agua, haciendo informes sobre el estado de represas, monitoreando la nivelación de canales.

Sin título

La deuda de la descentralización

Las virtudes de la UTEC se evidencian para todos los que participan de alguna forma en ella, incluso para el sindicato de trabajadores, que se conformó en 2018 y que no deja de reconocer las fortalezas y potencialidades que tiene el modelo.

Aún así, para el gremio, que nuclea a más de 150 afiliados, algunas cosas no han funcionado como se esperaba y apunta al modelo de gestión.

Diez años después de haber inaugurado su primer centro, la UTEC no ha logrado tener un consejo directivo central definitivo. Las autoridades siempre fueron provisorias, aunque se extendieran a lo largo del tiempo, y nunca fue conformado como lo establecía su ley de nacimiento: cogobierno de trabajadores, docentes, estudiantes y empresarios. Nunca se llegó a reglamentar y en 2023 se eliminó el cogobierno, lo que sigue siendo, hasta hoy, un reclamo del sindicato.

“Hasta ahora había sido un modelo vinculado a lo autoritario”, dice a El Observador la presidenta del sindicato, Melody García. Lo comenta, sobre todo, por la verticalidad en las decisiones y la falta de intercambio que entiende que mantuvieron con las viejas autoridades. Apenas hubo una primera reunión bipartita en 2018 y después no hubo más. “El Código de Ética se dio a conocer de manera inconsulta, y aspectos como valores, faltas o disciplina quedaban bajo el criterio de los jefes. En ningún caso se aborda la libertad de pensamiento o la libertad de cátedra. No deja claro qué es la actividad proselitista. Hay una línea delgada entre lo que se puede y lo que no se puede. Hay artículos a revisar”, ejemplifica. Lo mismo, remarca, pasó con la ley de negociación colectiva. Tampoco lograron un protocolo de acoso que incluyera las recomendaciones de la Institución Nacional de Derechos Humanos y de la comisión laboral y de salud ocupacional.

“Hubo situaciones de acoso que han llevado a licencias médicas, justamente por hostigamiento. Entre 2020 y 2021 se llevaron cinco casos a la Inddhh, después hubo más. Algunas causas siguen abiertas”, dice García.

Con la designación de las nuevas autoridades en julio de este año, el sindicato tiene expectativa de poder avanzar en sus reclamos.

¿Y ahora qué?

El plan estratégico de UTEC para 2030 pone como objetivo alcanzar los 10 mil estudiantes, duplicar la cantidad de egresados y tener presencia física en 15 departamentos. También se propone posicionarse como un actor clave en investigación en todo el país, y no solo en el centro-sur, donde se ha hecho fuerte en esa materia.

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José Mujica UTEC Udelar Educación

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