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8 de diciembre 2025 - 5:05hs
Embed - La torpeza verbal de Yamandú Orsi y el riesgo de una metamorfosis imposible

Hay una evidencia que rompe los ojos o más bien los oídos. Yamandú Orsi es un anodino comunicador, una persona de esas que no tienen la habilidad de decir, con las mejores palabras, aquello que piensan. Y esto le ocurre a cualquiera. El problema es que Orsi es el presidente de la República y sus dichos pueden generar hechos, sensaciones, estados de ánimo o confusiones que involucran a todos los uruguayos. Pero más allá del evidente poder de las palabras, hay otras cosas que rodean a Orsi y que trascienden su debilidad discursiva. Las burlas acerca de la pachorra y el balbuceo de Orsi abundaron durante la campaña electoral y ya se vio cuál fue el resultado.

Orsi no ha cambiado. Casi nadie puede decir que ese hombre que manda desde la Torre Ejecutiva es distinto al que votó. Y por tanto, el abuso de los cuestionamientos a una característica que a la mayoría de los votantes no les resultó reprobable, puede rebotarles en la cara a los críticos.

Además, se sabe que históricamente el Frente Amplio acostumbra a abroquelarse mejor cuando más duro son los ataques contra uno de los suyos.

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El último resbalón verbal de Orsi es bien conocido. En un desayuno con el semanario Búsqueda Orsi habló, entre otras cosas, de seguridad pública y dijo que el caso del salvadoreño Nayib Bukele y sus políticas represivas son “un ejemplo para analizar”. Se le preguntó claramente si era un "ejemplo positivo o negativo” y Orsi insistió: “ejemplo para analizar”.

El aparente bukelismo de Orsi repercutió rápidamente, tanto que el presidente tuvo que llamar al programa radial Fácil Desviarse para aclarar que lo que quiso decir era que le llamaba la atención el apoyo que recibe en El Salvador ese tipo de actitud represiva, pero dijo que ese modelo en Uruguay “es imposible e inaceptable”. Pero la confusión ya estaba sembrada y le dio razón a aquellos que señalan que el mandatario es un peligro declarando.

Según informó Galleta de Campaña, en el gobierno se proponen cambiar algunos aspectos de la relación de Orsi con los medios de comunicación. Pero difícilmente esas medidas logren que las palabras del mandatario suenen del todo afinadas.

Porque no es que Orsi no piense con claridad; sucede que muchas veces no se hace entender cuando le acercan un micrófono, y entonces cada declaración es una ruleta y cada entrevista un riesgo.

En verdad, Orsi habla como habló siempre y como seguramente seguirá hablando. El problema es que la palabra presidencial es un instrumento delicado: ordena, marca prioridades, abre o cierra debates. Y cuando no es clara, resulta dificultoso reparar lo que se quebró en cinco segundos de cámara.

Esos son los riesgos de una actitud donde la sinceridad termina pareciéndose a la torpeza. Pero hay otras dimensiones en la gestión de un presidente que trascienden su palabra y lo que ella provoca en el microclima político. Es así que, por ejemplo, la directora de la consultora Cifra, Mariana Pomies, dijo que ese estilo impreciso e informal no necesariamente impacta en forma negativa en la opinión pública. “Orsi no es una persona clara en sus dichos, pero es espontáneo. De repente se espera de un candidato o de un presidente una mayor formalidad. Un modo más preciso en la comunicación con el fin de transmitir. Sin embargo, sigue teniendo un nivel de aceptación y de simpatía muy alto. Por lo tanto, el estilo indudablemente tiene aceptación en la gente”, dijo Pomiés a El País.

Por eso, detenerse demasiado tiempo en la capacidad o incapacidad de comunicación de Orsi puede resultar un error. Porque además de la palabra está la gestión, la capacidad de generar acuerdos y la honestidad.

Y más allá de sus evidentes torpezas discursivas, la honestidad del presidente no está en discusión, su estilo es mayormente componedor y habrá que esperar un poco más para saber cuál será el legado de su mandato.

Por otro lado, la oposición no necesariamente sale ganando al golpear una y otra vez contra el flanco de la debilidad discursiva. Cuando se insiste demasiado en un defecto del adversario se corre el riesgo de que la crítica empiece desgastarse o, peor aún para los intereses del que cuestiona, que el castigado empiece a ser percibido como una víctima.

“Cuidado no hagamos (de Orsi) un mártir. A veces (a la oposición) se le va la mano y lo pueden convertir en mártir”, dijo el exintendente nacionalista de Durazno Carmelo Vidalín en el programa La fórmula.

En el Partido Colorado y en el Nacional hay quienes sostienen que, en todo caso, hay que dejar que Orsi resbale solo sin necesidad de andar empujándolo. “Por ahora es un problema de ellos. Sus errores de comunicación son evidentes y no hay necesidad de andar marcándolos”, dijo a El Observador un operador de los blancos

Además, el Frente Amplio tiene la costumbre de abroquelarse cada vez que desde la vereda de enfrente las críticas arrecian. Cuanto más le pegan, mejor se defiende. Y eso corre para los dirigentes pero también para los militantes. Aunque desencantados por la escasa eficacia de los primeros meses de gestión de la izquierda, y así lo han hecho saber en el ámbito de los comité de base, el núcleo duro frenteamplista suele crisparse cuando blancos y colorados se meten con un compañero.

Se podrá decir que Orsi debería prestar más atención cuando declara para tratar de corregir sus defectos verbales. Pero difícilmente la incapacidad para poder decir lo que se piensa se arregle con un curso acelerado de oratoria.

Y la solución a ese defecto tampoco pasa por “esconder” al presidente, restringiéndole sus apariciones públicas para evitar que tropiece. Ese Orsi alejado de la gente y silencioso con los medios de comunicación representaría una metamorfosis demasiado evidente y artificial.

Al final, las palabras de Orsi tendrán el valor de su gestión. Si las cosas salen bien, nadie se detendrá demasiado en una idea explicada con desaliño.

Si los resultados no convencen, es probable que se lo condene hasta por esa inofensiva frase que le salió medio torcida.

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Yamandú Orsi

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