María Arocena, exjueza de básquetbol

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Arocena, primera jueza de básquetbol en 1982, le ganó a la indiferencia en un mundo de hombres

María Arocena fue oficial de mesa, delegada de Auriblanco y en 1981 se inició en un mundo 100% de hombres, el arbitraje de básquetbol; derribó tabúes, dirigió 16 años y abrió el camino a sus colegas
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07 de marzo de 2021 a las 05:02

Año 1982. Una mujer en el deporte, en un mundo 100% de hombres, se presentaba como un ejercicio irrealizable. Era impensado. Sin embargo, María Arocena, aquella joven de 25 años, que se desempeñaba como oficial de mesa y delegada de Auriblanco (en donde también tuvo que derribar tabúes), hija de un juez de fútbol, avanzó en el desafío de transformarse en árbitro de básquetbol. En esa época no estaba incorporado ni el término árbitra.

Derribó mitos. Le ganó a la indiferencia, primero. A los prejuicios, después. Durante 16 años se desempeñó como jueza de básquetbol y llegó hasta segunda categoría.

Aquellos primeros pasos de Arocena, que ya tienen cuatro décadas, fueron los que abrieron el camino para la mujer en el referato en Uruguay.

María comenzó el curso en 1981 e ingresó al plantel de jueces de la Federación Uruguaya de Básquetbol al año siguiente, el 18 de agosto de 1982. Fue la primera jueza. No recuerda si había árbitras en otras disciplinas, pero se anima a decir que en fútbol y básquetbol no existían, y si había en otros deportes, se contaban con los dedos de la mano.

Se retiró en 1998. En el medio transcurrió una vida donde fue ganando su lugar en un mundo de los hombres.

“El primer año fue muy difícil, no por los insultos, porque nadie me insultaba ni me protestaban los fallos. Me veían con indiferencia, fue como si no existiera, lo que se hace sentir peor que el insulto. Por esa razón, en ese momento sentí que me planteaba un desafío muy importante por todo eso que sucedía, porque entendí que, con esa actitud de ignorarme, me decían: ‘Andate, no existís’. Eso me impulsó a seguir, y al segundo año ya era una más y me trataban como a cualquiera de mis colegas”, recuerda Arocena a Referí.

María Arocena, exjueza de básquetbol

Fue la única mujer en el cuadro referil de la FUBB durante tres temporadas, recuerda. Luego se sumaron Ana Surra, Brenda Fernández, Adriana Araújo, y la lista se amplió en los años siguientes.

Valora que en su entorno familiar siempre la apoyaron, porque su padre Luis Alberto era juez de fútbol y sabía de que se trataba el camino que había elegido en el deporte.

Su vínculo con el básquetbol nació a través de su hermano. “Mucho antes de ser jueza me vinculé al deporte. Tenía 16 años, en 1970, cuando mi hermano empezó a jugar al básquetbol en un club de barrio, que como hasta hoy siguen siendo familiares. Allá íbamos a todos los partidos con mi familia. Un día Auriblanco se quedó sin oficial de mesa. Yo llevaba una planilla afuera, para mí, anotaba los puntos y las faltas de los jugadores, y como veían que hacía eso porque me gustaba y me entretenía, me ofrecieron un lugar como oficial de mesa. Luego, en 1980 me eligieron para ser delegada del club ante la Federación. Aquello fue todo un paso adelante, porque era la única mujer en la Federación”.

Auriblanco estaba en Cuarta de Ascenso, el último nivel del básquetbol uruguayo en esa época.

Su vínculo con este deporte se extendió un año después al mundo del arbitraje y en paralelo continúo como oficial de mesa.

Recuerda con particular cariño ese 1981, porque empezó el curso de árbitra y porque tuvo “la felicidad de estar con la selección uruguaya de básquetbol” cuando la eligieron para integrar el plantel de oficiales de mesa en el Sudamericano de 1981, que se jugó en el Cilindro Municipal.

A la hora de hablar de su vida en el deporte, dice que su vocación fue oficial de mesa, en donde llegó a ser coordinadora del grupo que trabajó en el Sudamericano de Montevideo 1995, también en el Cilindro, en el que Uruguay logró el último título continental de local.

El arbitraje complementó su vínculo con el deporte. Como jueza debutó en 1982, en la cancha de Albatros, en dos partidos, uno de minis y otro de cadetes (las dos categorías formativas más chicas en esa época), entre Albatros y Miramar.

En la década de 1980 vivió la etapa en la que los jueces ascendían de categoría después de permanecer una determinada cantidad de años en cada nivel, y luego, cuando comenzaron a ascender y descender por puntajes obtenidos en pruebas físicas, escritas y en cancha. En 1991 ascendió a Segunda, y actuó hasta el fin de su ciclo en el arbitraje. Por delante quedaron primera e internacional, dos niveles que superaron quienes vinieron después de Arocena, que abrió el camino para el género femenino.

“Recuerdo con mucho cariño mi etapa en el arbitraje. Íbamos todos los jueves a buscar las designaciones a la Federación, donde nos daban aquel papelito que te decía en qué cancha y qué partido arbitrabas, y el Pato Cardozo, César Zanini, Ichi Glass, te preguntaban dónde tenías. Y allí acordábamos en qué lugar nos encontraríamos después de los partidos para compartir un refresco. Eran los tiempos en que íbamos 15 o 20 jueces, todos juntos a ver el mejor partido, y de ahí a comer algo, y en la mesa analizábamos el partido, y le decíamos lo que pensábamos a quienes habían arbitrado esa noche, en qué se habían equivocado, partiendo de la base que desde afuera es muy fácil decir lo que está bien o mal”.

“En aquellos tiempos no tenías forma de ver los partidos, entonces lo mejor era grabarlos en tu cabeza y al llegar a tu casa repasabas las jugadas”.

En sus 16 años en el referato, tuvo dos profes que los entrenaban: De los Santos y Tom Borrás. “Era la época en que nos cambiábamos en el Velódromo y salíamos a hacer fondo. Cuando entrenábamos existía una regla de oro: había un baño con cuatro duchas que era para mi sola. Los varones tenían que esperar que me bañara, luego lo utilizaban ellos”.

¿Cómo se bañaba en canchas donde existía un solo vestuario para los jueces? “En los partidos por lo general no me bañaba, porque forzaba a mi colega a que se bañara después o a que tuviera que esperarlo, cuando también era regla siempre salir juntos de la cancha. Ningún árbitro se iba solo. En Bohemios había vestuarios masculinos y femenino. Me adapté a vivir en un mundo de hombres y ellos se adaptaron a tener una mujer en el grupo de hombres”.

Recuerda con especial cariño el día que la homenajearon en la cancha de Aguada. “Fui a arbitrar un partido de minis y cadetes, y cuando terminó el segundo encuentro Ricardo Russi, quien hoy no está entre nosotros y en ese momento trabajaba con el Ruso Grudnicki, hizo que los jugadores me entregaran un ramo de flores. Fue emotivo. Fue de esos momentos que recordás para siempre. Ocurrió en 1986 o 1987”.

Dice que “mil veces” le dijeron “andá para tu casa, andá a cocinar, andá a lavar los platos”, pero nunca se molestó. "Cuando vos entrás a una cancha de básquetbol con un silbato sabés a lo que estás expuesto. Después no vale quejarse. Eso sí, no es aceptable el insulto grosero, pero si te decían ‘andá para tu casa’, ‘andá a lavar los platos’, no podías decir nada”.

María Arocena, exjueza de básquetbol

Una vez quedó en medio de una gresca. Nunca le pegaron, dice, pero esa vez vivió una situación incómoda y graciosa a la vez. “En la cancha de Reducto, en un partido de menores, Reducto-Welcome, quedé en medio de un lío y ocurrió que el gurí al que le querían pegar se escondía atrás mío. Al final no pasó nada”.

Reconoce que no fue madre porque eligió el deporte.

“Cuando empecé a crecer tuve que elegir si realizarme como persona y como mujer en lo que a mi me gustaba o tener un hijo. Si tenía un hijo me iba a forzar a dejar de hacer cosas que me gustaban, y no porque el niño te obligara a ello sino porque una como madre debería tener ese deber. Y probablemente hubiera sido una mujer frustrada y mi hijo posiblemente no hubiera recibido lo que merecía, porque si sos frustrada volcás esa sensación en ellos. Y eso no está bueno. Porque la vida en el deporte para la mujer en ese momento te exigía muchas horas. Cuando venían los torneos internacionales, iba a mediodía al Cilindro y salía a medianoche”.

A sus 67 años y cuando la mujer tiene un lugar muy diferente en el deporte, un camino que ella empezó a desandar hace 40 años, María Arocena mira para atrás y reflexiona. “Fui la primera mujer en el arbitraje uruguayo, elegir entrar y quedarme, aunque mi vocación verdadera fue como oficial de mesa, actividad en la que alcancé el cargo de coordinadora en un torneo internacional, en un Sudamericano. En un mundo del deporte dominado por hombres, la lucha fue siempre conmigo, con nadie más. Ser mejor. Superarme. Siempre fue un desafío superarme”.

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