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Miguel Arregui

Miguel Arregui

Milongas y Obsesiones > MILONGAS Y OBSESIONES/ MIGUEL ARREGUI

Debate ideológico sobre la moneda, mientras Mauá se tambalea

Una historia del dinero en Uruguay (VII)
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22 de noviembre de 2017 a las 05:00

Venancio Flores, caudillo del Partido Colorado alzado en armas en 1863, derrotó al gobierno de los "fusionistas" blancos Bernardo P. Berro y Atanasio Cruz Aguirre e ingresó triunfante a Montevideo en febrero de 1865.

Esa guerra civil, que incluyó la intervención directa de tropas brasileñas, en parte respondió a maniobras del presidente argentino Bartolomé Mitre y de la corte de Rio de Janeiro. Y fue un preámbulo de la Guerra de la Triple Alianza contra Paraguay.

Tras la desastrosa rebelión de Venancio Flores y la sangrienta guerra civil, el barón de Mauá, un industrial y financista brasileño que en 1857 abrió el primer banco de Montevideo, estaba perdiendo la confianza en el país. "Nadie me saca hoy de la cabeza que no hay medios para evitar que un gaucho cualquiera [...] pueda, de un día para otro, a la cabeza de algunos hombres montados en buenos caballos, afrontar los elementos de orden de esta República", le escribió en octubre de 1865 a su amigo Andrés Lamas, un personaje tan brillante como sinuoso que oficiaba de embajador uruguayo ante la corte en Rio de Janeiro. "Es pues el Estado Oriental, en mi opinión, de aquí en más, un país para escapar quien tenga algo que perder, salvando del mejor modo lo que pueda de sus intereses".

El primer reglamento de bancos

Flores, quien asumió como "gobernador provisorio" de Uruguay, retuvo a Tomás Villalba, el presidente interino que le entregó el poder, y lo designó contador general del Estado y comisario general de Bancos.

El 23 de marzo de 1865 se restableció la convertibilidad de los billetes bancarios y ese mismo mes Villalba hizo aprobar un decreto-ley que fue el primer reglamento orgánico de bancos de Uruguay, conocido como "ley Villalba".

Ese reglamento liberó la instalación de entidades financieras en tanto cumplieran ciertas condiciones: ya no dependerían de un privilegio concedido por el gobierno sino de una ley objetiva; los gobiernos no podrían imponerles préstamos forzosos; podrían emitir papel moneda al portador, y sus billetes, por un mínimo de diez pesos, podrían ser canjeables por oro (convertibilidad, según las reglas del patrón oro); podrían emitir hasta el triple de su capital efectivo, y, en caso de quiebra, tendría preferencia el canje de billetes por oro antes que otros acreedores. La falta de pago de un solo billete presentado en ventanilla significaría la suspensión y liquidación del banco emisor.

El Banco Mauá se tambalea

La guerra de la Triple Alianza contra Paraguay, iniciada en 1865, significó un gran auge económico en Montevideo, centro crucial de abastecimientos para la flotilla brasileña y las tropas uruguayas. Sin embargo la campaña permanecía postrada desde el inicio en 1863 de la revolución de Venancio Flores y la posterior intervención de tropas brasileñas. Cualquier caudillejo robaba y arreaba ganado, o se servía de él para alimentar a su tropa y para hacer finanzas mediante grandes corambres.

El Banco Mauá estaba en una situación sin salida. Sus créditos al gobierno uruguayo eran cada vez más grandes, pues también financiaba la guerra contra Paraguay —y esos créditos eran cada vez más incobrables.

Uruguay estaba metido de cabeza en una de sus primeras crisis de crecimiento integrado al mundo. Caía el precio de sus exportaciones, en tanto el Estado permanecía exhausto debido a las guerras perpetuas. Entonces "el 11 de mayo de 1866 se produjo en Inglaterra una fuerte crisis bancaria (el viernes negro) que determinó el quiebre de varias instituciones (en particular el gigante Overend, Gurney & Company) y repercutió en todo el mundo", reseñó Lincoln Maiztegui en su serie "Orientales". "Al saberse la noticia en Montevideo, durante el mes de junio, hubo una corrida hacia los bancos; todo el mundo quería convertir sus billetes en monedas de oro. Para evitar la quiebra general, el gobierno decretó el 20 de junio de ese mismo 1866 el curso forzoso, vale decir, la autorización a los bancos de no convertir su moneda en metal y la obligación forzosa de aceptar estos billetes por los particulares; la medida fue adoptada por seis meses. Fue resistida por los importadores, que se veían sin recursos para comerciar con el extranjero, y por el Banco Comercial, que la consideraba injusta porque decía tener respaldo para todos los billetes que emitiera. La medida se mantuvo hasta el 1º de diciembre de 1866, cuando se decretó la reconversión; pero la crisis no cayó en saco roto, y algunas casas bancarias comenzaron a sacar cantidades de oro al exterior. La crisis de 1868 estaba servida".

Aunque escéptico, el barón de Mauá acarreó oro de todos sus negocios en Brasil y Argentina y logró sobrevivir en 1866 tras el regreso a la convertibilidad, la devolución de billetes y el retiro de depósitos.

Mauá, llamado Irineu Evangelista de Sousa, nacido en cuna humilde en Rio Grande do Sul, era un genio de la industria y los negocios, y también un tipo duro, habituado a un trato inclemente tanto en Brasil como en Uruguay. "El desprecio por las ideas y por las propuestas de Mauá, y el torpedeamiento continuo de sus proyectos por los políticos fieles al emperador (Pedro II), fueron uno de los más lamentables episodios de la historia económica del Brasil", sostuvo el periodista Eduardo Bueno en su libro "Brasil – Uma História".

Debate sobre la moneda y su respaldo

La opinión pública oriental más calificada comenzó a dividirse entre partidarios del curso forzoso de los billetes, o "cursistas", y quienes deseaban mantener la convertibilidad de los billetes en oro, u "oristas", que sostenían que todo banco que no pudiera respaldar sus billetes debía cerrar.

La opinión "cursista" se expresaba a través del diario La Tribuna y los "oristas" por medio del diario El Siglo, inicialmente dirigido por Elbio Fernández, una trinchera de jóvenes universitarios y liberales "principistas".

Los "cursistas" creían que el curso forzoso —una expansión monetaria sin mayor respaldo, salvo la confianza— fomentaría la banca, el crédito y la reducción de las tasas de interés. Desde la instalación de los bancos, a costa de la decadencia relativa de los prestamistas, las tasas de interés promedio habían caído mucho, pero aún rondaban el 18% anual, según el cliente. Uruguay era un país de alto riesgo político y económico.

Por su parte los "oristas" sostenían que la fiducia o curso forzoso era el camino hacia la irresponsabilidad, el privilegio de los banqueros, el envilecimiento de la moneda y la bancarrota del sistema. Creer que el desarrollo dependía de la emisión y del crédito fácil era una ingenuidad. Si los comerciantes comunes quebraban cuando hacían las cosas mal, ¿por qué no deberían quebrar los bancos? Los bancos debían mirar a quiénes y cuánto prestaban, y los depositantes cuidarse de dónde depositaban y no fijarse sólo en la mejor tasa de interés.

Venancio Flores, quien presidía como dictador, y su joven secretario Julio Herrera y Obes, quien cumpliría un papel notable durante las siguientes tres décadas, eran "oristas": partidarios de la convertibilidad de los billetes.

La avidez gubernamental por el crédito

Las primeras crisis bancarias y de credibilidad en el papel moneda se debían al abuso del crédito por parte del gobierno, a la concesión de préstamos inconvenientes a empresas inviables y a la emisión excesiva de papel, en especial por Mauá y otros bancos menores.

Uruguay, un país pequeño, primario y joven, estaba haciendo a los tirones sus primeras experiencias en el capitalismo y la modernidad.

Eduardo Acevedo, un historiador de la economía uruguaya, resumió la situación hacia fines de la década de 1860: "Suba general de precios, inversión de gruesos capitales en tierras y construcciones, fuerte excedente de las importaciones, extrema difusión del crédito, oleada de papeles y títulos de todo género".

En grandes rasgos, el país pasaba por una etapa de prosperidad y optimismo. Junto a oleadas de inmigrantes llegaban también capitales y los servicios propios de la Revolución Industrial, desde el telégrafo internacional a los ferrocarriles. Pero en 1867, en medio de una incipiente recesión, muchos agentes comenzaron a rechazar los billetes impresos por Mauá.

En diciembre el gobierno decretó nuevamente el curso forzoso del papel moneda emitido por los bancos Mauá, Comercial y de Londres hasta el 30 de mayo de 1868. El principal deudor, como siempre, era el Estado uruguayo, que no tenía un peso para devolver.

Tomás Villalba, el comisario de las finanzas, hizo un severo diagnóstico de la situación de entonces y propuso, entre otras medidas, que los gobiernos sólo pudieran tomar crédito bancario con permiso del Parlamento, narró Juan Pivel Devoto en "Los bancos".

Próxima nota: El gobierno de Lorenzo Batlle, epidemia de fiebre amarilla, corrida bancaria y quiebra del Banco Mauá

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