El niño y la garza puede verse en salas comerciales y Cinemateca
Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Espectáculos y Cultura > CINE

El niño y la garza: emoción y fascinación para toda la familia en la ¿última? obra maestra de un ícono

La nueva película del japonés Hayao Miyazaki se estrenó en Uruguay y es una de las mejores opciones en la cartelera del verano
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16 de enero de 2024 a las 05:04

Al cineasta japonés Hayao Miyazaki es bastante difícil clasificarlo. En su rol como director y cofundador de uno de los estudios de animación más influyentes del mundo, Studio Ghibli, se lo suele comparar con Walt Disney, pero sus obras están lejos de ser solamente destinadas al público infantil, sino que se pueden disfrutar a cualquier edad.

Y si bien buena parte de su producción puede ser etiquetada como infantil, sus historias suelen ser muy distintas a lo que marca la tradición occidental: aventuras protagonizadas generalmente por personajes femeninos fuertes, donde la línea entre buenos y malos no suele ser tan firme, y donde la voz del autor está muy presente.

Miyazaki además es uno de los principales responsables de que la animación japonesa tenga la popularidad y la difusión que tiene ahora, donde ya dejó de ser una rareza solo consumida por un público específico, generalmente asociado a estereotipos como un acento neutro de dibujo animado, olor a sudor y poca propensión a la luz solar, y pasó a ser un plato más en el menú del consumo cultural, como las telenovelas coreanas o las series israelíes, españolas o nórdicas.

En 2001, con El viaje de Chihiro, Miyazaki y su estudio Ghibli ganaron el premio Oscar a Mejor película animada, algo que ahora perfectamente pueden repetir con su nueva obra, El niño y la garza, una historia emotiva y alucinante, que amaga con ser la despedida de su creador y que toma algunos elementos autobiográficos como punto de partida para una historia sobre la pérdida, el duelo, la maduración y la aceptación.

Miyazaki tuvo a lo largo de su carrera más despedidas y retornos que Los Olimareños. Pero en 2013, después de estrenar El viento se levanta (se puede ver en Netflix, junto a buena parte del catálogo de Ghibli), dijo que ahora sí, que se iba para no volver. Que ya estaba veterano. Pero al tiempo estrenó un nuevo cortometraje. Y en 2016, anunció un nuevo largometraje, este que en Uruguay se puede ver en salas comerciales y en Cinemateca, y es una de las gemas de la extensa trayectoria del japonés de 83 años. Que cambió la tonada y ahora dice que no se retira nada.

No te vayas mamá

Una sirena nos da la bienvenida a esta historia. Una sirena que anuncia el enésimo bombardeo estadounidense sobre Tokio. La segunda guerra mundial está en su punto álgido y la capital imperial duerme a oscuras para no presentar un blanco tan fácil. Pero las bombas caen igual, y una impacta contra un hospital. En las llamas muere la madre de nuestro protagonista, un niño llamado Mahito.

Al tiempo, la pérdida, la guerra y el trabajo de su padre, un próspero fabricante de partes para los aviones de guerra nipones, llevan a Mahito a mudarse a la enorme mansión de su tía, Natsuko, que es la nueva pareja de su padre y está embarazada de su medio hermano.

Al lado de esa gigantesca casona rural, hay una torre misteriosa, que el niño termina explorando incitado por la garza del título, la versión alada del conejo blanco de Alicia que lo convoca pegando donde más duele. El pájaro le dice que en esa torre está su madre, viva. Aunque al principio ignora el llamado, la desaparición de Natsuko lo obliga a entrar al edificio y empezar una aventura maravillosa.

Miyazaki se toma su tiempo para establecer las circunstancias en las que Mahito se sumerge en el mundo fantástico por el que termina vagando en busca de su progenitora, la primera de tantas formas en las que la película tuerce las convenciones narrativas que aprendimos a esperar de este tipo de historias.

Y en ese proceso de anticipación al viaje, también hay un guiño a la inspiración detrás de esta película, la novela ¿Cómo vives? – que es además el título original en japonés de esta película – un libro que la madre de Mahito le regala, lo mismo que le sucedió a Miyazaki durante su infancia, solo que su madre vivió hasta la vejez.

De todas formas, hay en esta película unos cuantos toques autobiográficos, además de ese regalo literario. La madre del director no murió, pero las enfermedades la convirtieron en una figura casi ausente durante su niñez; Miyazaki padre también se dedicaba a la fabricación de piezas aeronáuticas y le dio un buen pasar a la familia, y la guerra llevó a la familia a abandonar la capital japonesa.

Y también hay en los vínculos de Mahito con algunos de los personajes que van apareciendo en su recorrido –como la propia garza– trasuntos de las relaciones del director con colegas y mentores.

Pero conocer estos detalles no es necesario para deleitarse con el festival visual que es esta película, y el lado emocional de una historia que también puede ser disfrutada por niños o adultos de la edad que sea.

Mahito en el país de las maravillas

El niño y la garza

Con todo el crédito acumulado a lo largo de su carrera, y con la doble impunidad que da ser jefe y además, octogenario, Miyazaki hace lo que quiere en esta película. Y así confecciona una particular mezcla de inspiraciones que va desde el surrealismo hasta la Divina Comedia y la ya mencionada Alicia de Lewis Carroll, pasados por el tamiz de la cultura japonesa y la mezcla de melancolía, nostalgia y encanto de un veterano mirando hacia su propia infancia sin dejar de hacerse preguntas sobre su legado, el mundo que deja y la voluntad de seguir creando hasta el final.

De ese caldo emerge una mezcla sabrosa y fascinante, que se mueve a un ritmo peculiar y donde la sorpresa y el encanto no remiten, poblada por una galería de personajes y criaturas memorables de las que ya a esta altura son marca de la casa, todo destacado debidamente por una animación superlativa, fluida y de un detalle sublime.

Todas las piezas, incluyendo también la banda sonora del colaborador habitual de Miyazaki en ese rubro, Joe Hisaishi conforman una gema que deja también una cuantas preguntas y reflexiones sobre la maldad que todos llevamos dentro, la aceptación de las pérdidas y la necesidad de tratar de ponerle un poco de bondad y amor a un mundo que suele parecer oscuro y autodestructivo.

Eso hace que El niño y la garza logre caminar sin tambalearse por el pretil entre lo más cerebral y filosófico y lo conmovedor. Un doble impacto que la convierte en una película difícil de olvidar, y en caso que así la biología lo disponga, una maravillosa despedida para un autor fundamental e influyente no solo del cine animado, sino del cine y punto.  

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