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Fracturas silenciosas: el terror del maltrato psicológico contado en la historia de Carmen

De las más de 30.000 denuncias por violencia doméstica entre enero y octubre de 2019, casi la mitad fueron atribuidas al maltrato psicológico
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17 de febrero de 2020 a las 05:04

Por Ramiro Pisabarro*

"Yo tenía 21 años cuando conocí a este señor. Era un hombre agradable, atento, bien”. 

Ahora, más de veinte años después, Carmen Díaz toma mate en el porche de su casa en el barrio La Blanqueada. Cada tanto enciende un cigarro, y el olor a tabaco se impone sobre el de la yerba caliente y la humedad de la tarde lluviosa. El rugido de los chaparrones interrumpe de a ratos a la que arranca como una historia clásica de amor.

La primera vez que se vieron fue en un cumpleaños. A pesar de que le doblaba la edad, la invitó a bailar. Esa noche llegó a contarle que era viudo, y que tenía cuatro hijos de su anterior relación. 

Lo que no contó fue que enviudar le había costado dos años en el ex Comcar, hoy penal de Santiago Vázquez. Pero aún faltaba para que Carmen escuchara algo sobre esa historia.

Ella trabajaba en una panadería, y durante la semana recibió su llamada, con la invitación a cenar con sus hijos. Fue una buena velada. Ella llevó las masitas para el postre.

Bastó con seis meses de noviazgo para que se juntaran y alquilaran una casa juntos. A sus padres les costó digerir la noticia, debido a la diferencia de edad entre ambos. Aún así comenzaba a consolidarse la relación. 

Con ella vino el primer embarazo, el de Mónica, quien hoy tiene 23 años.

Y también llegó la primera señal, en la forma de un cinchón de pelo y una patada a las canillas.

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El cuerpo humano está compuesto principalmente por agua. Buena parte de nuestro peso es por ella. Integra las células, baña los tejidos y corre por la sangre. 

“La violencia psicológica o emocional es como el agua”, dirá la psicóloga Yanella Lima, con vasta experiencia en tratamientos a víctimas y victimarios. El daño a la psiquis está impregnado en cada manifestación violenta, desde un susurro hasta una trompada.

Entre enero y octubre hubo 32.721 denuncias por violencia doméstica, según datos presentados por el Ministerio del Interior. Casi la mitad de ellas —48,8%— fueron por causa de violencia psicológica. Quiere decir que cada 26 minutos que pasan, alguien da a conocer un caso de este tipo a la policía. Esto la convierte en el motivo mayoritario de denuncias por maltrato en el hogar, más aún que la violencia física —45,9%—, y bastante más que el resto de sus expresiones —sexual, patrimonial y por identidad sexual—.

La Ley 17.514, llamada de Erradicación de Violencia Doméstica, fue la encargada tras su aprobación en el año 2002 de reconocer dichas formas de agresión. En lo referido a la psicológica, la define como todo aquello que atente contra “la conducta, el comportamiento, las creencias o las decisiones de una persona”, ya sea “mediante la humillación, intimidación, aislamiento o cualquier otro medio que afecte la estabilidad emocional”. 

Desde diciembre de 2017, la Ley 19.580 —llamada de Violencia hacia las Mujeres basada en Género— pasó a ser la que rige cuando tal maltrato es ejercido sobre una mujer.

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Él había cocinado la cena y a Carmen no le gustó la comida. “¡Vos qué te pensás!” fue la respuesta que vino acompañada de un tirón en el pelo y una patada a la pierna. Tras el episodio, ella le recriminó su reacción. No había necesidad de tratarla así. Él entró en razón, se disculpó y prometió no volver a hacerlo.

“Cuando yo me enojaba con él me iba para lo de mi mamá. A las horas allá aparecía él, el gran actor. ‘¡Ay, Cholita! La nena se me enoja y viene a quedarse contigo. Vamos a tomar unos mates así la nena vuelve a casa’”, cuenta Carmen.

Sin embargo los roces comenzaron a intensificarse. “La violencia era más seguida. Me celaba, me empezaba a abrir de mi núcleo familiar. Él era un control remoto que tenía que controlar todo. Hasta por mis hijos me celaba”, recuerda. 

Cierto día invitó a la madre de él a comer. Si bien ya se conocían, tenían hasta entonces un vínculo algo distante, limitado a los cordiales “buenos días” y “buenas tardes”. Al aparecerse en su casa, reparó en su matera. Además de termo y mate, traía con ella un cuchillo. Carmen consultó a su suegra al respecto, pues cubiertos para comer no faltaban.

—Mirá que él mató a su mujer anterior. Ojo vos, m´hija. Cuidate— fue la respuesta que obtuvo.

—Dejá, no. Esa loca se mató sola— fue la respuesta de él, cuando más tarde lo cuestionó intrigada.

Resulta que su pareja había estado dos años preso en el penal de Santiago Vázquez. Según le argumentó él, fue liberado tras no comprobarse su culpabilidad.

Al cabo de los años llegó la tercera hija, Sofía, quien hoy tiene nueve años.

Con cada golpe, insulto o arrebato de furia de parte de él, venían las disculpas.

—Siempre venía el lamento. “No lo voy a hacer más, disculpame”. Y una apostaba: es el papá de tus hijos.

—¿Cómo se disculpaba?

—Llorando. Un gran actor. Se arrodillaba, se tiraba en el piso.

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El trabajador social Juan José Vique estuvo en los orígenes del programa Comuna Mujer, antes de su inauguración en 1996. Ya en 1992 se había creado en Montevideo la primera línea telefónica de atención a mujeres víctimas de violencia doméstica —antecedente de la línea 0800, que rige hoy a nivel nacional y depende del Instituto Nacional de las Mujeres—. En aquellos tiempos las llamadas eran hechas desde los teléfonos fijos de los hogares, lo que exponía a quien las realizaba. Las interacciones dejaban un registro que podía ser fácilmente revisado. Más aún cuando según Vique, los varones violentos tienden a ser muy controladores. Trabajaba entonces en el centro comunal de Colón, y permitía a aquellas víctimas acercarse al Área Social de la comuna para hacer la llamada desde allí, protegidas del celo de los agresores.

“En el año 1999 una señora víctima de violencia que yo atendía, se va de su casa en riesgo de vida. Le deja una nota al marido diciéndole que el que tenía problemas era él, y que hablara conmigo que capaz lo podía ayudar. Obviamente este señor pensaba que yo lo iba a ayudar trayéndole a la mujer. Ahí fue mi primer desafío ético de qué hacer con los varones violentos. Ya me venía formando en masculinidades, y creamos un servicio en la comuna de atención a varones que ejercieran violencia basada en género que pidieran ayuda”, recuerda Vique.

Hoy día trabaja en la atención a víctimas y victimarios a nivel privado. Es especialista en masculinidades y hombres violentos. El título de su tesis de doctorado en Ciencias Sociales aprobada hace cuatro años basta como ejemplo: “Ser macho lastima”.

“El problema de la violencia de género no es un problema de algunos varones. Es un problema de la sociedad patriarcal. Los que ejercen violencia no viven en la isla de Robinson Crusoe”, sostiene Vique, que asegura que una compleja estructura patriarcal valida la opresión del hombre hacia la mujer. Casi como si hiciera la vista gorda. “Curiosamente el 95% de varones que piden ayuda lo hacen porque se lo sugiere una mujer. La pareja, la madre, una tía, vecina, una abogada”, sostiene.

El psicólogo define la violencia de género como la “dominación masculina que busca imponer su punto de vista como verdad única”, y se basa en conductas de abuso de poder. Sus entendimientos de la realidad hallan fundamentos en autores consagrados como Pierre Bourdieu, Michel Foucault y Max Weber. Habla por ejemplo del poder, presente por naturaleza en cada vínculo humano, y cómo se torna en abuso cuando es ejercido solamente en una dirección y no de manera recíproca.

“No es sencillo trabajar con varones violentos porque hay una negación por más que pidan ayuda. Para que realmente se pueda desaprender la violencia es necesario revisar la historia personal y social en la que uno se fue construyendo como varón”, expresa.

Comunas Mujer

Comuna Mujer es un programa de la IM dedicado a brindar servicios de asesoramiento jurídico y acompañamiento psicosocial a mujeres en situación de violencia doméstica. 

Hay 14 comunas en Montevideo, a cargo de la División de Asesoría para la Igualdad de Género. Funcionan en convenio con ONG, y las que actualmente están vinculadas con el programa son: Casa de la Mujer, Instituto Mujer y Sociedad, y Plenario de las Mujeres. 

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Sofía está sentada en la cabecera de la mesa. Con nueve años ya está habituada a escuchar las historias de su mamá, recuerdos de marcas en la piel, maltratos, reconciliaciones, silencios y ataques. Para Carmen es necesario que escuche, la está educando para salir a la vida con más que solo un escarbadientes.

Una noche de julio de 2013, los niños se fueron a acostar tras la cena. Los grandes se quedaron conversando en la sobremesa. Se aproximaba el cumpleaños de 15 de Mónica, y la madre estaba empeñada en hacerle una fiesta. Él estaba negado. La discusión subió de tono y ella no aguantó: sugirió que se tomaran un tiempo.

Todo pasó en menos de lo que dura un parpadeo.

Él tomó un martillo y se lo lanzó. Le erró y la pesada herramienta se estrelló contra el freezer. Carmen, desesperada, intentó escapar. Él la alcanzó en la puerta y la inmovilizó. La ahorcó. La mordió.

“Era la hora de mi muerte. Como pude entré y pedí auxilio. Mi hija [Mónica] me oyó desde el fondo. Logró tirarsele arriba y sacarlo. Le dijo: ‘Guacho, a vos te voy a degollar’”, recuerda Carmen.

Desde su cuarto marcó 9-1-1. El patrullero fue ágil y a los 5 minutos estaba en la puerta de su casa. Él estaba “como si nada” y alegaba que fue ella quien se alteró. Según Carmen, bastó con que vieran su estado para que los policías se lo llevaran. Fue formalizado y encarcelado. Ya tenía antecedentes. Fue a parar tres meses en el módulo 4 del ex Comcar.

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—Es complicado.

—Es complejo.

—Hablar puede remover cosas.

—Es una revictimización innecesaria.

—Es una situación horrible.

Las respuestas provienen de distintos activistas, al intentar dar con algún testimonio que haya padecido la violencia en carne propia.

Gabriela Ferrón, técnica en psicología social e integrante de Casa de la Mujer de La Unión, es una de esas activistas. En un papel de no más de 10 x 10 centímetros, retrata la violencia psicológica con un dibujo. Es el mismo que le hace a las víctimas cuando las atiende en la organización.


 Retrato de un cerebro violentado hecho por Gabriela Ferrón

 “En el proceso de la violencia psicológica se produce como una parasitación psíquica, de la psiquis del varón sobre la de la mujer”, sostiene. Por un lado dibuja una figura circular, que representa un cerebro. Dentro de él presiona el extremo de la birome, dejando una pequeña mancha de tinta azul. 

“Cuando se conocen y dicen que es el más lindo, el más amoroso, que no van a encontrar a otro igual, él ocupa una pequeña parte de sus cerebros. El resto es relleno, las actividades de su vida: amigos, familia, deporte, trabajo, gustos”.

Junto a este cerebro, dibuja otro de igual tamaño. El que solo era un punto de tinta ahora es un globo que devora como una bestia hambrienta casi toda la figura. Se trata del cerebro de la víctima cuando el vínculo con el violento es muy avanzado. “Es lo que ocupa él. Por eso ellas dicen lo que ellos dicen. Y este es el resto de sus vidas. El trabajo nuestro es volver a desinflar este globo dentro de su psiquis”, asegura Ferrón.  Por esta razón, considera tan difícil cortar la relación y escapar al ciclo de violencia, cada vez más tóxico y peligroso. También lo representa con un dibujo en la hoja. Tiene forma de espiral y consiste en tres fases que se repiten y continúan hasta que se corta de raíz el proceso. 

O llega a un fatal desenlace. 

Arranca por la luna de miel. El agresor pide disculpas por sus conductas, promete cambiar, busca seducir a la víctima. Tras esta etapa de dulzura comienza a acumularse la tensión, hasta que estalla en lo que se conoce como episodio crítico. Puede ser un insulto, un empujón o una puñalada. 

Puede ser incluso un golpe a la pared. Ferrón explica que la mujer lo recibe como si fuera a su propio cuerpo. Y hasta allí, no hubo agresión física. “Hay algo en su psiquis que se transformó de tanto recibir violencia”. 

El hombre aísla a su pareja del resto de sus vínculos. Cuanto más la aleja, más a su merced queda. Escapar implica muchas veces, por tanto, reinventarse.

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La pareja de Carmen salió libre a los tres meses. No tardó en llegar una citación del juzgado. Su ex-pareja reclamaba la tenencia de sus hijos. Ella se negó rotundamente a cederlos, ni siquiera para unas pocas horas de visitas por semana. “Él es un gran manipulador y los nenes son fáciles de manipular”.

Junto con su abogada negociaron visitas vigiladas, en un centro ubicado en Ciudad Vieja. Allí él podía ver a sus hijos bajo la custodia de psicólogos y técnicos.

En una ocasión se cruzaron a la salida del lugar. A pesar de tener medidas cautelares de no acercamiento dictadas por el juez, él la increpó por todo lo sucedido.

Tras tres meses de visitas, él ya no volvió a aparecer. Era como si se lo hubiera tragado la tierra.

Hasta que de nuevo lo vio, esta vez en su pantalla. Era el protagonista de la publicidad de una marca, cuyo nombre Carmen no revela para no identificar al hombre públicamente. Se le aparecía en las pantallas, en las vitrinas y en los supermercados.

Fue así que dio con el colectivo de Mujeres de Negro, en un “momento desesperante”. Allí fue recibida con contención. Lo primero que hizo, respaldada por la organización, fue movilizarse para que bajaran su imagen. Su rostro, que había asomado en tantas pantallas, fue bajado de todos lados de inmediato, según cuenta Carmen. “Desde ahí, las Mujeres de Negro son mi familia. Unidas en esta gran lucha por las mujeres que no quisieron alzar su voz y por la que quizás sí pueden hacerlo pero no se animan”, dice. 

Diecisiete años estuvo en pareja. Tuvo que “volver a hacerse sola”, pues antes todo lo compartía con él. Lo cortó de raíz. Llegó incluso a cambiar su número de teléfono. Por dos años cerró las persianas y temió encender la radio. En el silencio de su hogar quedaba alerta a que no se le apareciera en la puerta, o saltando por el techo. Hasta el día de hoy un bocinazo en la calle le pone los nervios de punta. “La violencia psicológica es la peor. Cuando te pegan te deja marca, la ves. Pero la psicológica te deja daños colaterales para toda la vida. Te queda todo acá”, asegura.

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“Toda la atención está puesta ahí. Empieza a funcionar el cerebro de forma distinta. Significa que está activada la alerta, no te preocupás por nada más que por eso. Uno capaz que no se da cuenta porque no le pasa, pero vos en el día pensás diez mil cosas, no estás pensando que alguien te va atacar. Llega alguien a tu casa y no pensás en cómo vendrá hoy. Qué mínima cosa va a desatar la furia. Como el cerebro quiere anticiparse a eso, se pasa todo el día pensando. El deterioro que eso genera es hasta físico. Muchas mujeres nos hablan de eso después de salir: de arreglarse, dedicarse… de la paz. Eso de sentir que se está en paz. Saliste de la zona de peligro”.

Las palabras son de Raquel Galeotti, quien comenta sobre el retrato de la violencia psicológica esbozado por Gabriela Ferrón. La mujer está sentada del lado incorrecto del escritorio. Los peritos como ella deberían ubicarse en la silla, mientras que el banco fijo al suelo se reserva para los entrevistados. Se trata simplemente de una precaución, aunque la razón para que esté clavado en el piso sea evitar que alguien pueda tirárselo por la cabeza. 

Pero en este caso ella no es quien entrevista.

La oficina luce unas paredes pálidas de color marfil. No hay más que el escritorio, la silla, el asiento inamovible y una computadora. La puerta presenta un rectángulo de vidrio transparente que permite ojear para adentro y observar por si acaso lo que acontece. Según explica Galeotti, en general no es necesario. Cuando más puede llegar a requerirse que un policía los custodie es si la pericia es psiquiátrica, pues se corre riesgo de que el entrevistado reaccione de manera impredecible en caso de estar descompensado. 

Como este salón hay otros seis en el piso 1 del Juzgado de Menores de la calle Bartolomé Mitre, Ciudad Vieja. Se trata de una rama del Instituto Técnico Forense, que opera bajo la órbita del Poder Judicial y agrupa disciplinas tan diversas entre sí como la antropología, caligrafía y fotografía. En este piso en concreto se realizan pericias psicológicas y psiquiátricas. Trabajan al servicio de las solicitudes de Fiscalía para sus respectivas investigaciones penales. Las pericias sirven como insumo para los juicios.

Por sus pasillos es imperioso evitar que víctima y denunciado se crucen. Tanta cautela se tiene al respecto que hasta se busca evitar que asistan el mismo día, incluso si uno fuera de mañana y el otro por la tarde. Para Galeotti es un “especial cuidado”.

El modus operandi de los peritos de esta área es la realización de entrevistas. En general duran hora y media con cada persona, tanto con las víctimas como con los ofensores. En promedio son necesarias dos entrevistas para que la pericia pueda ser considerada completa. Pero esto es relativo y los casos más complejos pueden requerir hasta cuatro. En especial cuando el trauma es grande cuesta obtener toda la información.

Se comienza por los antecedentes personales, para evaluar lo que Galeotti denomina “piso de vulnerabilidad”. Las preguntas nunca pueden ser inducidas. Son abiertas, y de ser necesario se va afinando en busca de detalles específicos. “Cómo fue su infancia, su relación con sus padres; hay algún evento que considere problemático”.

Lo siguiente es saber sobre la pareja. “Cómo se conocieron, dónde, cuándo empezaron a haber cambios, qué le decía, si tiene hijos, por qué denunció”.

Lo último es preguntar sobre el apoyo que ha recibido desde que hizo la denuncia. Es necesario conocer si se siente segura. Se indaga además sobre la valoración que tiene la víctima de su propia vida, para anticiparse por ejemplo a un intento de suicidio.

El diálogo con los ofensores discurre bajo la misma lógica. En su caso se agrega un análisis acerca de sus concepciones de género: “Cómo conocen a las mujeres. Qué entienden que tienen que ser y hacer las mujeres. Qué diferencias hay entre ellas y los varones”. El consumo de drogas es otro de los elementos a tener en cuenta por el perito. 

Tras tanto tiempo dedicada a este oficio, Raquel Galeotti ha desarrollado una coraza muy dura ante las verdades conmovedoras. “Yo tengo veinte años de trabajo y ya he generado una especie de… nosotros le llamamos disociación instrumental. Puedo tener al perfecto asesino delante mío y no estoy en contacto con eso. Trato de desarrollar mi trabajo y sé lo que tengo que preguntar”.

Investigaciones penales
Cuando hay una denuncia de violencia doméstica, quienes primero actúan son los Juzgados de Familia Especializada en Violencia Doméstica. Allí se hacen evaluaciones de riesgo y, de requerirse, los jueces interponen medidas cautelares, que pueden consistir, por ejemplo en no acercamiento. Si se evalúa que el caso debe ser derivado a penal, quien toma cartas en el asunto es la Fiscalía, encargada de llevar a cabo la investigación. Las pericias son uno de los insumos que tiene los fiscales para desarrollarla. 

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Carmen nunca imaginó salir a contar su historia a los medios de comunicación. Menos aún hubiera predicho que el 25 de noviembre del año pasado sería quien liderara la marcha por el Día Internacional contra la Violencia de Género, al frente de una multitud de miles de manifestantes por 18 de Julio.

La pequeña Sofía se ruboriza cuando se encuentra a sí misma en las fotos. La familia entera ha asumido la exposición pública como un precio a pagar por el testimonio de Carmen, quien sabe que con su relato puede ayudar a otras. Insiste en que deben tomar coraje y animarse a romper el silencio.

Y en que alcen su voz. 

Los nombres de Carmen y sus hijos, así como su barrio de residencia, fueron modificados a los efectos narrativos de su historia. Se procuró así no exponer a la familia.

*El reportaje fue presentado en la materia Géneros Periodísticos II de la Universidad ORT. 

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