Tuve la suerte, en mi niñez, de vivir en una casa con fondo y de crecer en un hogar en el que a mis mayores les gustaban las plantas. Y en ese hogar de mi niñez cada tanto, venía un jardinero muy peculiar. Sus raíces en los pueblos originarios eran evidente. Muy parecido al protagonista de la película Dersu Uzala, don Rivero tenía los ojos achinados, la cara regordeta, la tez cobriza y las pocas palabras que me enseñaban en la escuela tenían los “indígenas”.
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