Al chico se le movió el piso cuando su técnico lo miró a los ojos y le ordenó que se pusiera la camiseta. Las viejas paredes del estadio Charrúa, aquellas que estaban sostenidas por pilotes para evitar que se siguieran agrandando las grietas. Era domingo 15 de octubre de 1995.
Unas horas antes, en el Parlamento uruguayo, un hombre alto y de larga barba expresaba: “Cada vez hay más pobres, más desempleados. Se trata de un problema no resuelto. La mayoría de los problemas están por resolverse y se agravan. Al defender a Cuba y a la revolución, al defender la independencia, hemos estado defendiendo los intereses de América Latina”. El hombre que hablaba era ni más ni menos que Fidel Castro.
Jamás imaginó Richard Javier Pellejero que su debut en Primera coincidiría con la visita de 37 horas de Fidel a Uruguay. Y mucho menos que con los años también defendería una causa: la de los jugadores de fútbol.
De aquella tarde del debut, donde Saddam Hussein se enojaba con su hijo Odai porque había prendido fuego a un garaje destruyendo la colección de un centenar de automóviles de lujos, pasaron 24 años.
Y después de un largo peregrinaje, Richard decidió que es tiempo de parar la máquina. Se baja. A los 43 años. Dice que bien físicamente pero agotado psicológicamente por andar peleando por los sueldos de sus compañeros y reivindicaciones de sus colegas futbolistas.
“Me voy por muchos motivos… Primero que no es común a mi edad, pese a que me siento bien físicamente, pero cuesta más la recuperación. Y después que estoy cansado psicológicamente de cargar la mochila con todos los problemas del fútbol a los cuales no les veo solución. Cada vez vamos más para atrás”, dijo en charla con Referí.
Richard no fue jugador de selección. Tampoco jugó en Europa. Levantó la única copa de Cerro en su historia. Pero acaso el legado más importante que deja es el reconocimiento. Mirar a los ojos y dormir tranquilo dice que es suficiente y más importante que cualquier campeonato.
Richard utilizó zapatos gastados de los jugadores de Primera. Cargó los palos del Tróccoli hasta la Ruta. Rascó el bolsillo para darle plata a algún compañero que la necesitaba. Acomodó mercadería en un supermercado cuando el club estuvo siete sin pagar. Repartió tortas. Y defendió a sus compañeros, siempre.
La Cuarta división de Cerro era la sensación del campeonato Uruguayo de 1995. Bajo la conducción de Juan Jacinto Rodríguez el equipo jugaba de memoria con el Porteño Artigas, Germán Pérez, Álvaro Pintos, Marito Regueiro, Alejandro Loffiego. Estaba en plena pelea por el campeonato cuando Gerardo Pelusso dejó el primer equipo. Y los dirigentes recurrieron a Juan Jacinto.
“Yo acepté pero con la condición de seguir dirigiendo a la Cuarta porque, la verdad, no los quería dejar abandonados. Y mi primer partido en Primera fue contra River en el Charrúa. Y cité a cuatro jugadores de la Cuarta. En el entretiempo lo llamé a Richard Pellejero y debutó en Primera”, narró Rodríguez a Referí.
“¡Cómo no me voy a acordar! Yo lo conocía a Richard, era el cerebro de mi equipo de Cuarta, jugaba de doble 5. No era el capitán, pero era el que manejaba el grupo junto con el Porteño Artigas. Aquel grupo fue inolvidable”, acotó Juan Jacinto con un dejo de nostalgia.
Justamente Artigas reveló a Referí que para todos aquellos jóvenes que fueron ascendidos era cumplir el anhelo de llegar juntos al primer equipo.
“Con Richard vivimos un montón de cosas. Desde salir a laburar cuando no cobrábamos a llegar juntos a Primera. Siempre fue nuestro capitán”, expresó Artigas.
El actual asistente técnico en Defensor acotó que bajo la conducción de Juan Jacinto Rodríguez aprendieron a priorizar el grupo por encima del bien común, tirar todos para el mismo lado y estar unidos ante la adversidad.
Cerro vivía problemas económicos que llevaban a los jugadores a realizar sacrificios para poder jugar.
El técnico Rodríguez no olvida que Pelusso les prestaba algunas pelotas para entrenar a los juveniles. “Richard y Artigas cargaban los fierros de los arcos y los trasladaban a la Ruta Uno donde entrenábamos”.
Algunos salieron a hacer feria por el Cerro, otros vendieron diarios, Artigas fue cartero y Pellejero empleado en un supermercado.
“Había que salir a laburar porque cuenta te llegan las cuentas, la luz y el agua no te esperan. Entonces fui a acomodar góndolas a un supermercado. Después trabajé en una confitería repartiendo tortas”, contó el propio Pellejero a Referí.
“Fue durísima”, definió el jugador. Y acotó que al vivir con sus padres muchas cosas se le facilitaban. “Comprar los zapatos o alimentarse bien fue gracias a los viejos”, admitió.
Después entró en la cola de jugadores del club que heredaban los zapatos de los mayores. “Juntaban zapatos y el utilero decía hay 15 o 10 pares y muchas veces agarraba los que servían y los utilizaba. De eso no hay que olvidarse. Hoy nos toca a nosotros regalar zapatos”, admitió el capitán de Cerro.
Uno de los que vivió esa situación fue el juvenil golero Rodrigo Formento.
“Pah, para mi Richard es un grande. Me tocó subir con 16 años y él ya estaba ahí para ayudarme y lo sigue haciendo hasta el día de hoy para adaptarme y acomodarme al fútbol. Para solucionar cosas que por falta de experiencia uno no puede resolver”, dijo el chico en charla con Referí.
Formento reveló que Pellejero no solo lo ayudó en aspectos de la cancha sino en situaciones de vida.
“Me pasaron cosas y le he preguntado cómo resolver porque por la corta edad uno no sabe cómo resolver y siempre está para una palabra de aliento y el consejo justo”, reconoció.
José Tancredi, con quien Pellejero va sentado en el ómnibus a todos lados tomando mate, reveló a Referí un gesto del capitán de Cerro.
“Richard había faltado a un partido por acumular cinco amarillas y Núñez que es un pibe de 20 años fue designado como capitán. Al otro partido Richard estaba habilitado, se suponía que volvía ser el dueño del brazalete. ¿Saben lo que hizo Pellejero cuando entró al vestuario? Fue y le entregó la cinta de capitán al pibe”.
Su lucha por el grupo
Más allá de la cinta de capitán Richard fue el destinatario de todos los problemas. De pronto estaba en su casa con su familia y le sonaba el teléfono. Era un compañero que le avisaba que no había cobrado el salario.
“A la hora de pelear un sueldo o el premio es por el bien común. No es de Pellejero, es por los 30 del vestuario y uno como referente y capitán es el que tiene que ir a poner la cara”, admitió el volante.
El golero Formento dijo que Pellejero hace cuatro años que está peleando y chocando con los dirigentes por los compañeros. “Si tiene que sacar plata del bolsillo para darle a un compañero no tiene problemas en hacerlo”, reconoció.
Ser la cara visible en la defensa del plantel le valió dolores de cabeza. Se expuso. Lo tenía claro. No le importó al margen de creer que en alguna oportunidad le pasaron factura. “Si tengo que jugar 10 años más y exponerme otra vez lo haría con gusto”, se limitó a decir.
En la Mutual de Futbolistas le reconocen su lucha por los derechos de los profesionales.
“Pellejero es un tipo fundamental defendiendo los derechos y las obligaciones. Pero no se queda en eso sino que se destaca por buscar soluciones. No se centra en los problemas sino en cómo resolverlos”, admitió el presidente de la gremial de futbolistas, Michael Etulain a Referí.
Etulain le reconoció a Pellejero su compromiso. De hecho salió a la calle cuando los jugadores se movilizaron en la puerta de la Mutual reclamando la salida de Enrique Saravia de la presidencia de la gremial.
“Me voy en paz”, dice Pellejero cuya humildad lo lleva a decir que no se considera un símbolo de Cerro. “Es que cuando me dicen capitán, yo digo que soy un jugador más. Tengo claro que fui tocado por la varita mágica porque el único torneo oficial que el club está mi cara levantando la copa. No jugué en la selección, no jugué en Europa, pero me voy en paz conmigo mismo”.
Y asume: “Me queda la alegría y la felicidad de haber hecho lo que me gustó. Recuerdo lo que me costó decirle a mis padres que iba a dejar el estudio por el fútbol. Hoy no los tengo, pero antes de que se fueran les pude agradecer todo lo que hicieron por mi”.
Pellejero concluyó contando una historia. Vivía en un complejo de viviendas por lo que su barra de amigos era grande. Cuando arrancó el sueño coincidía con los cumpleaños de 15. Richard se vestía y cuando estaba para salir su padre le preguntaba: “¿A dónde vas?”. A un cumpleaños, respondía. “Usted eligió el fútbol, no puede ir al cumpleaños”, le decía su padre. Y Richard se iba a dormir con bronca. A los pocos minutos caían sus amigos a tocar timbre. “Richard está durmiendo”, decía su padre. Con el tiempo lo entendió.
Sandro Franco. “Hace mucho tiempo que no lo veo. Cuando estaba haciendo el curso de técnico en Canelones preguntaba por él y sabía que estaba trabajando”.
Cafú. “Lo he visto más seguido, supe que estaba en Bella Vista y ahora anda con el equipo de la Mutual”.
Marcelo Velazco. “Con Marcelo fui a jugar a Aucas en el año 2007 donde me llevó Rodríguez Riolfo. Y recuerdo el suegro de Marcelo era el presidente del club. Íbamos a comer a su casa. Fue el último contacto que tuve con él”.
Marcelo Bártora. “Imaginate que cuando subí estaba Marcelo Bártora en el equipo y después lo tuve como ayudante técnico de Culaca en Cerro”.
Pallante. “Es curioso porque jugué con dos Pallante. El del debut era un lateral y el otro, con el que obtuvimos el ascenso, lo último que supe es que estaba de chofer en una línea de ómnibus”.
Daniel De los Santos. “A Dodó lo veo más seguido, aparte jugué con él y luego con el hijo Guillermo entonces tenía más contacto y lo veo acá en el barrio”.
Álvaro González. “Es entrenador y vive en Cipolletti. Hablé hace poco por intermedio de una radio que lo llamaron por un aniversario y me llamaron como capitán de Cerro”.
Diego Viera. “Era muy amigo con Homann y hasta donde supe estaba radicado en el exterior pero nunca más tuve contacto”.
Henry Homann. “Es entrenador y vive en Cipolletti. Hablé hace poco por intermedio de una radio que lo llamaron por un aniversario y me llamaron como capitán de Cerro”.
Ruben Acosta. “Del Pocho hace muchos años que no sé nada de él. Era uno de los jugadores ídolos de Cerro cuando subí a Primera. Una humildad bárbara. Y unas condiciones brutales”.
Arsenio Luzardo. “El Tola era un tipo consagrado y yo lo miraba como le pegaba a la pelota. No podía creer cómo le pegaba. Hacía todo tan sencillo”.
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