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9 de septiembre 2025 - 5:00hs

Chacho camina la ciudad y la cámara lo sigue. Se desliza Pérez Castellano hacia abajo, la Aduana se abre como una boca de dientes a los que ya le conoce el filo, cambia el rumbo, el diablo lo vigila de lejos, pero ese día no: ese día no lo atrapa. Chacho sigue. La cámara sigue. En primer plano, sonríe. Recupera el aliento y el camino enfila hacia el otro mundo. El nuevo mundo. El mundo del cine.

Chacho se llama Juan Correa y es el protagonista de Señor, si usted existe, por qué no me saca de este infierno, el documental con el mejor y más largo título en años para el cine uruguayo. Su director es Jorge Fierro, y asegura que así como pasó con el mismísimo protagonista, con el título fue casi un enamoramiento a primer oído.

“Me encanta el título. No es irónico. No es cínico. No es provocador. Entiendo que puede ser sensacionalista, y que puede tener el problema de que te pinte una película que no es, porque no es una película de golpes bajos. Pero fue parte de un enamoramiento y es un mito de origen para Chacho”, cuenta en entrevista con El Observador este escritor —su libro Mal aliento ganó el Premio Nacional de Literatura en la categoría ópera prima en 2022— y realizador —su primera película fue La caída de las campanas— de 38 años.

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“Chacho cuenta esa anécdota muchas veces y de la misma forma:yo estaba muy mal después de muchas noches en la calle en el peor momento, y un día me pongo al sol a escuchar la radio religiosa y le pregunto: señor, si usted realmente existe, ¿por qué no me saca de este infierno? Y aparece una mujer que me ofrece lavarme la ropa y después a llevarme un refugio’. Y ese es el punto de salida para él. Toca fondo pero logra salir de la Aduana y descubre otro mundo de Pérez Castellano para afuera”.

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Jorge Fierro

Jorge Fierro

Ese descubrimiento se produce antes del comienzo del rodaje de este documental que actualmente se puede ver en Cinemateca y la sala B del Auditorio Nelly Goitiño, y también antes de conocer a Fierro. Porque para este hombre curtido por la vida en la calle, encontrar el cine fue también fue parte de la salvación.

Chacho y Fierro se conocieron en 2015, cuando el primero llegó a los talleres de cine para personas en situación de calle que el segundo imparte en el centro cultural Urbano desde 2012. Para Fierro, hay un antes y un después en esa aparición.

“Llegó un día de lluvia. Él estaba en la calle, alguien le dijo para tomar un café y ver una película para hacer tiempo para entrar al refugio. El primer día creo que ya actuó en un corto. Empezó a ir muy seguido después de eso y a recontra coparse. Él tiene mucha sensibilidad artística, toca el tambor, le encanta actuar y escribe poesía. Y tiene una labia tremenda.”

En efecto, la personalidad del protagonista del documental es expansiva. La película misma lo define como un “pícaro” de la Ciudad Vieja y el mote es ideal. Correa es una máquina de positivismo, cabeza levantada y golpes amortiguados. Sus demonios están a la vista, pero el documental cuida de que, cuando lo dominan, cuando “lo atrapa el diablo”, no destruyan su personaje. Y lo logra.

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“Una persona tan alegre, viviendo esos dramas que se viven en la calle, es muy interesante, muy atractivo”, explica el cineasta, con quien a esta altura está unido a Chacho por algo más que una película; los años en el taller los acercaron, pero la mudanza del realizador a la calle Pérez Castellanos en 2018 y el contacto casi a diario entre ellos los terminó de sellar como un tándem.

En su película, Fierro acompaña a Chacho en la búsqueda de mejorar su vida. Al principio el espectador lo conoce como lo conoció el realizador: un hombre que de día trilla la calle y de noche duerme en refugios. Un hombre que pelea con sus oscuridades y contra las que lo rodean. A medida que la historia avanza, Chacho persigue trabajos, nuevos techos, experimenta la vida en comunidad y trata de seguir la línea de sus aspiraciones.

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“La idea”, asegura Fierro, “fue tratar de construir un imaginario diferente para las personas, de cortar con los prejuicios, los estigmas, de esa idea de personas que están carentes de todo, que no tienen casa, educación, lenguaje, ideas, producción artística. Toda mi línea de trabajo va por ese lado. Y la película tenía que reproducir el espíritu de este tipo, que es alegre, bromista, pícaro, muy preocupado por su imagen, por su facha, por contagiar alegría, por dar esperanza.”

En un vínculo que se fundó a partir de la cámara, Fierro tuvo que aprender sobre la marcha en el rodaje a identificar aquellos momentos donde debía apagarla y retirarse. Indica que por momentos fue algo tácito y en otros directamente explícito.

Hubo, sí, un acuerdo desde el principio: “Yo no quería filmarlo consumiendo y él no quería que lo filmara consumiendo. Pero él me decía que él consumo de alguna forma tenía que estar, porque sino no era su vida y lo estábamos romantizando. Fue un pequeño desafío que el consumo esté latente, pero que no se muestre. La película, al final, es sobre lo que él decide contarme. El control del discurso lo tiene él y está bueno que así sea.”

Lo que se aprende afuera

Cuando Fierro empezó con los talleres de cine para personas en situación de calle, en 2012, los planificó como a los demás: historia del cine, lenguaje cinematográfico, montaje, teorías. Eso, en realidad, fue lo que le dijeron que hiciera. Sin embargo, rápidamente entendió que aquello no tenía sentido y que el acercamiento debía ser diferente, y por eso optó por cambiar de modalidad y empezar a filmar cortos espontáneos, fugaces, que se armaban sobre la marcha y donde todos colaboraban en simultáneo. Allí encontró que había algo que primaba por encima de lo demás: la oportunidad que ese trabajo le daba a los asistentes al taller de poder verse bajo una mirada diferente, más amable y menos violenta.

“Hay algo de verse a sí mismos, y de devolverse una imagen de sí mismos que tiene algún tipo de filtro de autoestima. Imaginate a personas que están bastante derrotadas, caídas, deprimidas, con los rostros rotos, sin dientes, que de repente se ven y que les gusta algo de sí mismos. Incluso alguien los felicita, o las exhibiciones terminan en aplausos. Sucede algo misterioso y mágico ahí”, cuenta Fierro.

Dar durante más de diez años estos talleres, además de haberse embarcado en la filmación de Señor, si usted existe…, le dio al realizador una perspectiva más amplia sobre las necesidades de las personas con las que trabaja unas cuantas horas durante cada semana. Para él, hay cuestiones como la importancia del cuarto propio o la posibilidad de que las lógicas de trabajo no sean tan rígidas que afectan directamente a la posibilidad de la inclusión y la mejoría de la calidad de vida, en un contexto donde el número de personas en situación de calle no parece disminuir, sino lo contrario.

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Por otro lado, estos años le sirvieron para comprobar una de las hipótesis que más lamenta: que Montevideo está “en guerra” con las personas que habitan sus calles.

“Una manera de darte cuenta es la arquitectura defensiva. Esos pinchos por los que ya murió una persona, esas bolas de cemento que ponen debajo de los edificios para que la gente no duerma allí. Las propias instituciones del Estado son radicalmente expulsivas con las personas en situación de calle. En el taller les mostré la película Carlos, de Mario Handler, y les impactó mucho que en los años 60 alguien en situación de calle sí pudiera entrar a un bar. Hoy en día no les dejan entrar a ningún lado. A veces para dejarlos entrar al baño es más democrático un McDonald's que la Universidad de la República”, dice.

“La ciudad es hostil con ellos. Hay mucho miedo también, y lo entiendo. Yo a veces también lo tengo. Porque es muy violento vivir en la calle, y es muy difícil vincularte con una persona que padeció tanta violencia. Ellos tienen naturalizado vivir y ver esa violencia. Al mismo tiempo, somos una fábrica de producir gente en situación de calle. El Estado no solo no resuelve ese problema, en el que tiene la responsabilidad, sino que además lo produce. Lo produce desde la cárcel, desde la salud mental y desde el Inau. Son tres instituciones que constantemente dejan gente en situación de calle. Y a la vez, dentro del Estado hay cada vez más dispositivos que entendieron cómo hay que trabajar, pero son todas políticas precarizadas, con pocos funcionarios haciendo malabares, con sueldos magros. Y al mismo tiempo hay muchos colectivos, como el grupo Trayectorias. Y está esta película, y hay tres películas más que se van a estrenar sobre esta temática. Hay retrocesos y avances al mismo tiempo. Conviven”, concluye.

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