Jaime Roos en el Estadio Centenario
Nicolás Tabárez

Nicolás Tabárez

Periodista de cultura y espectáculos

Espectáculos y Cultura > MEDIOSIGLO

Volvió entero: así fue el épico y emotivo regreso de Jaime Roos a los escenarios

El espectáculo Mediosiglo tuvo una épica cinematográfica y reflejó la contundencia, profundidad y peso cultural del repertorio de Roos
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18 de diciembre de 2021 a las 12:29

La vida de Jaime Roos bien merece una película. Si algún día eso sucede, una opción trillada pero eficaz para su inicio sería algo así: créditos iniciales, mientras suena su canción Bienvenido de fondo, y una primera escena que lo muestra saliendo a escena en la noche del 17 de diciembre de 2021 ante una tribuna Olímpica del Estadio Centenario llena, que lo recibe de pie en el que es su primer show luego de siete años abajo del tablado, y en el que festeja sus 50 años de carrera. Antes de empezar a cantar, Jaime empieza a recordar su vida, corte a flashback, y la cosa sigue. Pero sería difícil, si esa película se hace, ignorar el espectáculo del Centenario, que tuvo una épica y una emotividad cinematográfica. Que fue una de esas películas memorables de las que nos acordamos el resto de la vida. De esas que en cualquier momento regresan a la mente y nos reconfortan.

La vuelta de Roos se hizo desear. Como el mismo artista bromeó en la noche del viernes, es difícil encontrar otra presentación que haya sufrido tantas postergaciones hasta concretarse, con casi dos años de espera entre la salida a la venta de las entradas y la realización del espectáculo. Pero, cuando se apagaron las luces, y la voz de Jaime atronó por los parlantes recitando la formación de la banda que lo acompañó, La Banda Completa, como antes de un partido de fútbol mientras sonaba Bienvenido de fondo; luego, cuando cantó Los Olímpicos, con su arranque relativo a las fiestas de fin de año; y un poco antes que eso, cuando sonó Las luces del Estadio, previo encendido de una serie de luces sobre la Torre de los Homenajes, quedó la sensación de que más allá de que estuvo vinculado a una tragedia devastadora y muy dolorosa, este show tenía que ser en esa fecha y en ese lugar.

El escenario de Mediosiglo sobre la Tribuna Olímpica

La vinculación de la música de Roos con el fútbol, la tapa de Mediocampo, esa última canción mencionada, la majestuosidad, el simbolismo y la épica del Estadio hacían que se sintiera como el escenario ideal para esta vuelta, más allá de que seguramente sería igual de maravillosa en el Auditorio del Sodre o en el Teatro de Verano. Pero el tono monumental del Centenario le dio otro gusto, y la fecha permitió terminar el año con una fecha histórica, y con un choque de felicidad como esos que provocan los zapatazos de afuera del área que van al ángulo cuando estamos en tiempo de descuentos y el partido está empatado.

Si hay que encontrarle un defecto al espectáculo, lo único que se puede achacarle es algo que fue lateral, en un sentido bastante literal: las pantallas gigantes que estaban a los costados del escenario, que no estuvieron a la altura del resto del evento por la calidad de imagen, además de un desfase con lo que estaba sucediendo en escena. Más allá de eso, fue una presentación sin fisuras: en el repertorio, en lo que se vio y sonó en el escenario y en el impacto emotivo que tuvo.

Roos junto a su coro murguero, Los Reyes del Tablado

Confeccionar una lista de canciones para un show que repasa medio siglo debe ser complicadísimo, y Roos había comentado en la previa que era uno de los aspectos más difíciles de la preparación de su regreso. Sin embargo, a la selección no se le podía achacar nada. Por supuesto, con una lista de veinticinco canciones es imposible no dejar afuera clásicos, y seguro hubo parte del público que se fue con la espinita de que no sonó la canción que esperaban (La hermana de la coneja, Hermano te estoy hablando, Una vez más o Luces en el Calabró, por nombrar algunas), pero las imprescindibles sonaron, y hasta algunas de esas las menos conocidas lograron, porque Roos las presentó con una anécdota entrañable, o por la forma en la que fueron interpretadas, que se sintiera que cada canción del repertorio tenía su razón de ser y de estar ahí.

Como dice la canción, fue una noche de recuerdos. Hubo homenajes para José Carbajal, para Dino, para el Canario Luna y hasta un recordatorio para Alberto Sonsol antes de Cuando juega Uruguay. Roos contó historias vinculadas a los orígenes de varias de sus canciones, una anécdota impresionante sobre el origen del apodo de Freddy “Zurdo” Bessio (uno de los que más se lució y fue ovacionado de la Banda Completa, junto a Nicolás Ibarburu) y reiteró una y otra vez sus gracias al público, por la paciencia para esperarlo y por el calor con el que lo recibió, al punto que la primera ovación de pie fue incluso antes que empezara el espectáculo, cuando fue avistado yendo del backstage al escenario.

El show de Roos tuvo 25 canciones y repasó toda su obra

Y después vinieron los recuerdos para cada uno. Cada persona debe haber tenido anoche en algún momento su flashback personal al living de su casa, a un viejo carnaval, a un asado, a la perilla de una radio subiendo el volumen, al abrazo de algún padre o abuelo, al golpe del vaso en la mesa del bar.

El muy heterogéneo público que pobló la Olímpica demostró la penetración y el alcance de la obra de Roos: uno de los pocos artistas uruguayos que ha logrado llegar a sectores etarios, sociales, culturales y geográficos tan dispares. Todos, absolutamente todos los que estaban ayer en el Estadio se sabían de memoria al menos una canción. Seguro más, pero ninguna de las canciones de ayer sonó sin que alguien en la tribuna las entonara acompañando a Roos. Es el que nos junta a todos. El que hace que la abuela haga bailar a la nieta, el que hace que la cincuentona se abrace a sus amigas, el que hace que la pareja joven se bese con ternura, el que hace que los pibes veinteañeros se vayan del estadio cantando a gritos Colombina. El que hizo llorar a miles de personas.

La música de Jaime es la banda sonora de Montevideo, sí, y por eso también que su vuelta fuera en el Centenario tuvo una carga adicional. Volvió entero en un símbolo de la ciudad. Y es también la banda sonora de un montón de vidas, que ayer fue interpretada por una banda contundente, que sonó como una aplanadora y que también se divirtió. La frutilla de la torta de la noche fue ver la sonrisa dibujada en la cara de Roos y de sus músicos. Las miradas cómplices, los gestos, los guiños. Se notaba que querían estar ahí, que lo necesitaban. Que ese es su lugar.

La Banda Completa

En la entrevista que concedió a El Observador hace algunas semanas, Roos dijo que concibe a sus canciones como “un mundo cerrado en sí mismo, es un cortometraje pero con la profundidad de un largometraje”. Y el show Mediosiglo fue una demostración patente de eso. Como buen director técnico, Roos supo administrar y alterar la formación de la Banda Completa para darle a cada pieza del repertorio los tonos y los colores justos, para confeccionar un recorrido comprensivo de su obra publicada hasta el momento, y para llevar al público por un viaje por sus memorias, por un cancionero impresionante por su calidad, por su cantidad de hits y por lo potente (aunque las murgas, claramente, son las más populares, las que hicieron que la gente saltara de sus asientos), y por una trayectoria de un artista fundamental para entender la música uruguaya actual, y que más allá de su popularidad, fue un innovador y pionero.

Freddy "Zurdo" Bessio, uno de los más aplaudidos de la noche

Fueron casi dos horas, como una película. Una función conmovedora, especial, memorable. Imborrable. Una noche de película en la que Roos, una vez más, demostró ser el tejido conector de la sensibilidad uruguaya, y el peso de la obra construida durante este medio siglo.

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