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28 de septiembre 2025 - 5:00hs

En la Loma de la Muerte es probable que Perniel Valdes se haya jurado nunca más hacer aquella travesía. El jean en el que guardaba unos dólares en un falso dobladillo, para que los coyotes no le quitaran todo, pesaba el triple luego de haberse empapado en al agua sucia del río. La pendiente se fue haciendo cada vez más pronunciada, el camino más angosto y a los costados empezaba a verse ropa tirada o restos humanos de aquellos migrantes que no lo lograron.

El tapón del Darién —esa hermética vegetación a mitad de camino entre Colombia y Panamá— por momentos “huele a muerte”.

A su amigo “El Gordo” Sandro se le entumecieron las piernas. Ya habían superado los 1.700 metros de altura. Con un palo hubo que improvisar una maniobra de rescate. Un animal salvaje, de esos que jamás había visto en Cuba ni en Uruguay, miraba a lo lejos. Y lo peor —el hambre, la prisión en el ingreso a Estados Unidos, la estafa en el sur de México— ni siquiera había comenzado. Para eso faltaban días de caminatas, coimas en los puestos migratorios, el destrato de quien lo deja todo por el “sueño americano”.

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Montevideo, tres años y medio después. Perniel atiende el teléfono. Lo llaman por una oferta laboral en la Unidad Agroalimentaria Metropolitana. Se tiene que presentar a las tres de la mañana para trabajar de estibador. Pero sus 47 años y el marcapasos que lleva hace otros tantos, no le permiten cargar tamaña cantidad de cajas de frutas y verduras.

Es entonces que este profesor de Informática, figura clave en la actualización de los radares que captan los ciclones y huracanes en el occidente cubano, recordó aquella travesía por el Darién:

—¿Si tuve miedo? Mucho, demasiado. Pero lo volvería a hacer.

Uruguay ya le había abierto las puertas en 2018, cuando acompaño a un familiar que quería dejar una Cuba cada vez más golpeada por la escasez, los apagones, y la falta de una democracia plena que va asfixiando a cualquiera que no es “cómplice” del régimen.

—Es un país lindo, hermoso, con libertad y gente bella. Pero el acceso a la documentación, la reválida de títulos para quienes venimos de un país donde el gobierno se niega al apostillado y conseguir un trabajo digno se hace cuesta arriba… como la Loma de la Muerte.

A este “país lindo” retornó luego de autodeportarse desde Estados Unidos a Cuba, juntar a su familia, el dinero para los pasajes y cobijarse en la casa de un amigo próximo al shopping Montevideo.

Los técnicos le llaman “migración inversa” a su caso, como al de otras centenas de inmigrantes que habían vivido en Uruguay, se fueron al norte y volvieron a Uruguay tras el endurecimiento de las políticas en Estados Unidos.

No hay cifras fiables para saber la magnitud del fenómeno en Uruguay. A Cancillería le llegaron más de 60 consultas en las oficinas consulares del exterior. Karla Mateluna, quien trabaja en la frontera con Brasil a la altura de Rocha para la ONG Agenda de Derechos, recibió más de 200 llamados (78 solo el último mes) de inmigrantes que retornan y está preocupados por el empleo o la documentación. La Institución Nacional de Derechos Humanos hizo un oficio para tratar de entender el impacto sobe una población que, por los flujos internacionales, entienden “creciente y cada vez más vulnerable”.

De todas partes vienen

Abel Tersek (31) ni siquiera llegó a Estados Unidos. Este chef internacional había resistido en su Venezuela incluso cuando la harina de maíz, una materia prima básica en la cocina caribeña, se había convertido en un bien de lujo. Vio irse a familiares y amigos. Pero él, “emprendedor por naturaleza”, lo siguió intentando hasta julio de 2024.

Hay fechas que se convierten en símbolos. El 11 S (los atentados a las Torres Gemelas), el 11 M (los ataques en Atocha, Madrid) y para los venezolanos las elecciones del julio del año pasado.

—Cualquier esperanza que guardaba se vino a pique aquella fecha: en Venezuela ya no vivíamos, sino que sobrevivíamos y aquel julio tomamos consciencia que (desde lo político) nada iba a cambiar.

Abel podía haber elegido Colombia, Brasil (donde había colaborado con restaurantes), pero prefirió Uruguay. Fue luego de un “pequeña investigación”:

—¿Cómo es el trato al migrante? ¿Cuáles son las facilidades de acceso a la educación y la salud de calidad? ¿En qué medida sus hijos iban a criarse en un ambiente libre, democrático? Y en muchas de estas respuestas fui encontrando que, pese al paso del tiempo, Uruguay sigue teniendo mucho de la Suiza de América.

Aprendió a hacer milanesas “al estilo uruguayo” en El Club de la Papa Frita. Comprobó la “nobleza y calidad” de los cortes de carne de vaca en las carnicerías en las que dejó saber aquel oficio que había heredado de su padre. Y comprobó que “existe el mejor dulce de leche del mundo”.

Abel Tersek

Hasta que llegó la insistencia de su hermano. Un hermano que había migrado a Estados Unidos con una autorización humanitaria y lo tentó para que se sumara en esa aventura de “un futuro más próspero”.

Fue así que sacó un pasaje desde Montevideo a Venezuela, con la intención de despedirse del resto de la familia a quien sabía que no volvería a ver por años, y entonces sucedió lo que no estaba en los planes.

Donald Trump anuncia nuevas restricciones para los inmigrantes e inician las redadas.

El Observador, en su sede de Estados Unidos, lo contó: “El miedo a la deportación crece entre los latinos: más del 40% teme su expulsión o la de alguien cercano por las políticas de Trump”. Lo dijo en base a un estudio del Pew Research Center y explicaba cómo muchos latinos cambiaron sus rutinas ante ese temor.

Abel esperó unos meses en Venezuela a ver si esa política de “mano dura” daba el brazo a torcer. Pero no. El Observador lo volvió a contar: fin del parole humanitario que dejaba a miles de cubanos atrapados en un limbo legal, luego los aviones con los primeros “autodeportados” a Honduras y Colombia, y la semana pasada la administración Trump pidió a la Corte Suprema revocar la protección temporal legal para 300.000 venezolanos.

Ya compró pasajes desde Venezuela y el 31 de octubre retorna a Uruguay. Ahora sí: para quedarse.

Más dudas, más costos

La seguridad se paga. La inseguridad, también. En la desesperación por retornar o emprender la ruta desde el norte al sur (el flujo inverso), muchos migrantes terminan cayendo en la (des)protección de coyotes y grupos criminales que acaban cobrándoles más de lo previsto. Y la vuelta en avión no siempre es la más sencilla dado los problemas de documentación.

Al menos 10.375 migrantes cruzaron de manera irregular desde Panamá hasta Colombia (en esos flujos de retorno) en solo siete meses. Es un escenario de mínima de aquello que la Organización Internacional para la Migración (OIM) pudo contabilizar en su puesto de Necoclí, el poblado casi perdido que se enriqueció gracias al pasaje de quienes cruzan el tapón del Darién.

Eso tiene su costo, incluso cuando (o porque) los Estados intentan ponerse más rectos: “Los controles más estrictos en Nicaragua, Ecuador y Perú desviaron el movimiento hacia rutas menos visibles, donde los migrantes enfrentaban riesgos constantes de extorsión, robo y violencia, además de problemas de salud como enfermedades respiratorias y sarampión. En los principales centros de tránsito y zonas fronterizas, persistieron las necesidades de alojamiento, alimentación, transporte y atención médica”, dice el informe de la OIM.

Ese dinero que se esfuma en el camino hace que muchos migrantes están varados en terceros países. O mismo del otro lado de una frontera con la incertidumbre de cómo pasar a su destino.

A Karla le suena el teléfono. Es un matrimonio que venía retornando a Uruguay. Una pareja de adultos mayores, que excedían con creces la edad mínima para jubilarse, y tenían más dudas que certezas: ¿cómo iban a sobrevivir? ¿Les aceptarán su “vieja” documentación uruguaya?

Uruguay mantiene —al menos desde el discurso del gobierno actual y los anteriores— la idea de abrirles las puertas a los inmigrantes. Mucho más después de que las proyecciones del último censo confirmaron la necesidad de atraer población ante una caída de habitantes. Pero el problema, notan desde la sociedad civil, es “la falta de directivas claras de cómo orientar a la gente y cómo solucionar los problemas de manera eficaz”.

Por ejemplo: muchos cubanos que habían venido hace años a Uruguay lo hicieron solicitando un refugio. El haberse ido no les quita ese estatus, salvo que haya una resolución de que le fue denegado el trámite. Y para saber si puede volver a entrar como solicitantes de refugio, deben comunicarse con la Comisión para los Refugiados (CORE).

Otra opción es viajar con cédula uruguaya si la mantienen vigente. O pedir la visa en casos de cubanos si es que cuentan con los recursos. El asunto no va tanto en qué papel se necesita, sino en que en la frontera y en los puestos migratorios haya una idea clara de cómo asistir a los retornados.

El cubano Perniel dice que, viendo otras realidades, tuvo suerte. Después de haber estado en las celdas para inmigrantes en Estados Unidos, le hicieron una entrevista con una sola pregunta: ¿tiene tatuajes? Dijo que no. Lo clasificaron dentro de una bolsa de recién llegados que tenía el derecho a discutir su caso ante la Corte.

Cubano autodeportado 2

Pero por un tiempo eso le dio un status para trabajar de manera regular, manejar camiones en Nebraska y juntar algo de dinero. Cuando su caso quedó en un limbo por los cambios migratorios, se autodeportó.

Soy un autodeportado cubano —, así se presentó la primera vez.

Fue a Cuba solo a buscar a la familia antes de venirse a Uruguay, donde espera conseguir un trabajo que no sea cargar cajas en la madrugada.

A su familia, dice, no la abandona por nada. La cuida, no les contó al detalle cada paso cuando fue a Estados Unidos, jamás narra cómo pasó escondido en la frontera de Bolivia y Perú, el miedo en los botes que cruzaban “repletos” de migrantes y cómo vio partirse uno delante de ellos, los ahogados, los gritos. Las estafas en México. La vez que lo querían subir a una avioneta para facilitarle el tránsito a cambio de que cargase droga y él se negó. Pero no la abandona.

Eso también lo aprendió en la travesía, en la Loma de la Muerte.

—Nos cruzamos con dos ancianos que lloraban, sentados, abrazados. Uno se había quebrado. No les daba la fuerza para seguir el trayecto. Ninguno de los guías (esos que contratan los coyotes) se ofreció a cargarlos siquiera pagando lo impagable. Estaban solos, esperando la muerte porque sus hijos, viendo que acompañarlos también era morirse, los dejaron a la deriva. Se fueron. ¡Qué hijos de puta!

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