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19 de julio 2024 - 5:00hs

A la hora en que el último martes de mayo daba paso al miércoles, los vecinos de Punta de Rieles escucharon uno, dos, 10 disparos. A la mañana siguiente supieron por el informativo que habían asesinado a un joven de 26 años, con antecedentes de rapiña, receptación y lesiones personales. Nunca se le encontró porte de drogas. Lo mató un conocido.

Medio día antes, otro joven de 36 años había ingresado al novel hospital del Cerro con una tobillera electrónica puesta y varios orificios de bala. Un conocido le había disparado en plena calle. Al rato murió.

Y unas horas antes, otro joven entró al mismo hospital después de que un conocido lo baleara cuando caminaba hacia el almacén. No llevaba drogas, pero sí una historia de antecedentes criminales.

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Víctimas con antecedentes penales, pero sin portación de estupefacientes. Asesinados por amigos o conocidos, entre el mediodía y la madrugada. Liquidados por varios disparos de arma de fuego, en la vía pública, en ese cinturón imaginario que cruza Montevideo del suroeste al noreste… desde Pajas Blancas hasta los bañados de Carrasco. Los homicidios en Uruguay no ceden. Las características de los mismos, tampoco.

En Uruguay hay, en promedio, un homicidio por día. La película corta muestra que, salvo oscilaciones mínimas, la cifra acumulada cada semestre está en una meseta desde que acabó la emergencia sanitaria por covid-19. Así lo reconoció el ministro del Interior, Nicolás Martinelli. La película más larga, en cambio, evidencia que la tasa de homicidios viene en incremento (en Montevideo, por ejemplo, se duplica en solo tres décadas). Y revela que, con el paso del tiempo, también se asientan los rasgos que describen a esas víctimas y victimarios.

El cinturón de homicidios

El refrán podría ser así: dime por dónde andas y te diré las chances de que ocurra un homicidio cerca de ti. Montevideo se divide en 24 seccionales policiales. Pero en la jurisdicción de cinco de ellas se concentran más de seis de cada 10 homicidios consumados en la capital, y cuatro de cada diez a escala país.

Homicidios

A ese eje imaginario que cruza la ciudad desde suroeste a noreste (pasando por el centro), el investigador Gabriel Tenenbaum lo llamó “el cinturón de homicidios”. Eso incluye en la región suroeste los barrios Casabó, Pajas Blancas, La Paloma, Tomkinson, Cerro, Nuevo París y Tres Ombúes; en la zona centro-norte, los barrios Peñarol, Casavalle y Las Acacias; y en la región noreste, los barrios Manga, Piedras Blancas, Jardines del Hipódromo, Punta de Rieles, Bella Italia y Villa García.

El sociólogos Ignacio Salamano, tutoreado por Tenenbaum, comprobó que los llamados “ajuste de cuentas” tienen una correlación casi directa con ese cinturón de homicidios. Pero ese eje se desdibuja cuando se pasa a los homicidios por rapiña o la violencia doméstica.

El Ministerio del Interior se debate cuál es la mejor manera de clasificar los homicidios. Más de la mitad de los homicidios ocurridos en el primer semestre de este 2024 fueron “ajuste de cuentas”. Esa tipología, sin embargo, cambiará para fin de año. Un estudio liderado por Emiliano Rojido —que no convenció al Observatorio que lleva las cifras, pero sí a las autoridades ministeriales— reveló que más de la mitad de los homicidios por “ajuste de cuentas” tienen, en realidad, un motivo desconocido.

Y parte de su principal conclusión es que, a priori, no puede atribuirse el nivel de homicidios al narcotráfico (no dice que no lo sea, sino que no puede saberse en base a los datos disponibles). En ese sentido, El Observador procesó los datos sobre víctimas de homicidios dolosos consumados del último semestre y vio un patrón marcado: la mayoría de víctimas tiene antecedentes violentos, no violentos o de los dos tipos. Pero casi ninguna tiene antecedentes de portación de estupefacientes.

Eso no quita que pueda haber entre víctima y victimario algún tipo de vínculo. Por ejemplo: en el 68% de los casos en que se conoce el vínculo, el agresor es amigo o conocido del asesinado. La mayoría de las veces se trata de una venganza o represalia, aunque no queda claro si es por armas, drogas, dinero o cualquier otra hipótesis.

Jóvenes con antecedentes

El niño estaba jugando en el patio. Una bala rozó, y lastimó, su brazo derecho. Fue este jueves feriado en el barrio Maracaná. Allí mismo, hace unas semanas, hubo un cuádruple homicidio. Entre las víctimas había otro niño. Ellos, los más pequeños, también están quedando en medio del fuego cruzado. Pero son la excepción (nueve en 180 ocurridos en el primer semestre de este año).

Si la estadística fuese un predictor de los homicidios que ocurrirán, podría decirse que más de la mitad de los próximos asesinados serán jóvenes (el 54% tiene entre 18 y 35 años). En seis de cada diez casos la víctima tiene antecedentes. En siete de cada diez fue asesinada por balazos (con arma de fuego). En seis de cada diez estaba en la calle… no muy lejos de su casa.

Antes —léase antes del incremento paulatino de los homicidios—, los asesinatos eran más frecuentes durante los fines de semana. Ahora, sin embargo, no hay un patrón temporal tan claro. Lo único que puede decirse es que en las primeras horas de luz y hasta pasado el mediodía —cuando pareciera que el crimen duerme— desciende las chances de que suceda un homicidio.

La tan marcada caracterización de los homicidios en Uruguay tiene una ventaja y una desventaja. La estrategia dual de prevención y represión que plantea Interior podría estar atada a las chances de que ocurra esta violencia letal según zona, edad, antecedentes y tipos de armas. Pero, a la vez, las autoridades políticas podrían recaer en el discurso simplista de que “se matan entre ellos”, entre conocidos.

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