Cuando Ademir Travieso le propuso a su esposa e hijos donar una parte de su producción de leche, para que Conaprole la transforme en leche en polvo y ese alimento integre las canastas que el Instituto Nacional de Alimentación (INDA) distribuye a familias de bajos recursos, nadie lo dudó. Así, en marzo esta familia donó 50 litros, porque fue un mes de baja producción, pero ya en abril duplicaron el aporte.
Walter Frisch, presidente de la Asociación Nacional de Productores de Leche (ANPL), destacó a El Observador que el caso de Travieso es un ejemplo de la actitud que tiene la familia tambera, de expresar su solidaridad más allá de la cantidad que se pueda donar y pese a que haya que hacerlo en un momento desfavorable para las cuentas en las empresas lecheras, muchas de las cuales tienen números en rojo en los balances.
Hubo un caso de un productor que cedió 25 mil litros que permiten elaborar 2 mil kilos de leche en polvo. Otros aportaron unas pocas decenas y estos últimos casos son especialmente valiosos, considerando que el sector lleva varios años sin que se pueda lograr en buena parte de las empresas un margen de rentabilidad adecuado al esfuerzo diario.
“En el sector lechero hay como una gimnasia de estar listos para ayudar cuando surgen este tipo de dificultades”, remarcó Frisch, quien recordó casos de ayudas cuando hubo adversidades climáticas, por ejemplo.
A propósito de un escenario con impactos adversos dada la propagación local del covid-19 (coronavirus) no solo en lo sanitario, Travieso resaltó a El Observador que se siente afortunado porque él y su familia pueden seguir con buena salud y trabajando cada día, y en el medio rural.
“Hay mucha gente que quiere trabajar y no puede, nosotros sí, por eso con mucha alegría donamos lo que podemos”, reflexionó.
Tal vez para algunos la mención del monto donado en estos primeros dos meses, 150 litros, dé una idea de un volumen bajo. Pero para este tambero y su familia es mucho. Porque los costos son altos, porque a veces los $ 11,40 que recibe por litro no dan para cubrirlos y porque se vive con lo justo para poder cumplir con todas las obligaciones, por ejemplo el pago de una cuota para cubrir el valor de un galpón que Mevir le construyó hace casi 10 años, el espacio donde ordeña.
Travieso es el productor más pequeño de los que integran la directiva de la ANPL. Hace cinco años decidió vincularse a la actividad gremial, algo que lo entusiasma y tiene un porqué: entiende que quedarse encerrado en el tambo sería un error, que la actividad gremial permite captar conocimientos, conocer otras experiencias y también colaborar. Fue en una reunión de directiva, precisamente, donde fue parte de la decisión gremial de invitar a los productores a donar leche.
“Ser tambero, lo aprendimos, es muy sacrificado, la vaca se ordeña todos los días del año, no hay vacaciones, no hay emergencia sanitaria que puede cambiar eso. Pero es un orgullo, nos apasiona y nos gustaría que la importancia del tambero como productor de un alimento tan importante sea más reconocida”, expresó..
El tambo de Ademir, como pasa con muchos emprendimientos de porte familiar en el sector, no tiene un nombre que lo identifique. Se trata de un sistema productivo con base en 19 hectáreas propias y otras 16 arrendadas, en la zona de Punta de Valdez –San José–, a la altura del km 59,5 de la ruta 1.
Allí se ordeñan 40 vacas, algunas de la raza Holando y otras son Kiwi, que es la denominación de vacas que resultan de la combinación genética de Holando con Jersey, lo que reporta al rodeo animales un poco más pequeños que el Holando y más grandes que el Jersey, aprovechando el volumen productivo que destaca a la primera raza y la capacidad de producir leche con más sólidos (grasa y proteína) de la segunda.
En este tambo trabaja Travieso su señora Marisabel y dan una mano dos de sus tres hijos. Diego está casado y trabaja aparte, en labores agrícolas. Los otros dos, como muchos por estos días, se capacitan a distancia. Daniel estudia administración de empresas y Daisy, publicidad en la Facultad de Información y Comunicación.
El vínculo de Travieso con la actividad tambera no es el que sucede en la mayoría de las empresas lecheras. Sus padres eran paperos, allí en San José, y con base en esa actividad criaron a este productor y a sus ocho hermanos.
Cuando su padre se jubiló, él siguió en ese negocio granjero, hasta que una tremenda inundación a inicios de la década de 1990, cuando llovió 700 mm solo en febrero, le destrozó la producción de siete hectáreas y lo arruinó. Entonces, tenía alguna ternera y apostó al cambio: con seis vacas propias y cuatro prestadas arrancó la historia de su tambo.
Desde el su tambo en este otoño cada día se remiten a Conaprole, la industria con la que trabaja desde 2011, unos 760 litros de leche. En cada labor diaria se extremaron las medidas de prevención aconsejadas para los predios productivos, como incrementar la higiene y el distanciamiento social. Pero la producción ni la actitud solidaria pararon.
“Esto lo hacemos con alegría y orgullo por saber que hay gente muy humilde que gracias a esto puede incluir la leche en su alimentación”, concluyó.
Un lindo gesto que algún día, estima, le dará orgullo también a Jairo, Kiara y Clarisa, sus tres nietos.
Ademir Travieso lamentó que muchas veces –incluso le ha sucedido con algún familiar– se desconoce el esfuerzo y conocimiento de la cadena agroindustrial lechera para que en una góndola haya bolsas con leche fresca a un costo menor al de un boleto.
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