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Del podio al ocaso: el vicepresidente que vive en un sanatorio

Gonzalo Aguirre enfrenta la vejez en una habitación de la Asociación Española; con visitas esporádicas y llamadas pintorescas, busca ganarle la pulseada al hastío
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28 de noviembre de 2020 a las 05:01

No tiene casa. Ya no recibe aplausos ni sale en la tele. Pasa solo y aburrido unos días opacos que parecen interminables. Postrado en una cama de sanatorio, con un pijama verde y un Parkinson que lo dejó inválido, maldice la pandemia que hizo que quedara más abandonado de lo que ya estaba. El exvicepresidente de la República Gonzalo Aguirre vive desde marzo de 2019 en una habitación del quinto piso de la Asociación Española. Y en esa cama, olvidado por muchos, enfrenta la vida como puede.

El histórico dirigente del Partido Nacional dice que vive una especie de “purgatorio en vida”. Está seguro de que su corazón seguirá bombeando por diez años más y lo mantendrá en su situación actual de  “aburrimiento espantoso” que no pasa nunca. Recién después, cree, llegará la muerte. 

Con 80 años, la única enfermedad que padece es el Parkinson: los músculos están tensos y contraídos, generando una rigidez que lo mantiene inmóvil. El resto de sus órganos están completamente sanos. Hasta el hígado: un milagro para Aguirre porque reconoce que en su vida se tomó sus “buenos whiskys”, aunque aclara que jamás incumplió una obligación por haber tomado.

La vitalidad de su cerebro destaca sobre cualquier otra cosa. Su memoria prodigiosa recuerda párrafos y párrafos de editoriales de diarios del siglo XX y su intelecto refinado lo mantiene al tanto de cada detalle de la actualidad política nacional e internacional. Sobre su cama, diarios abiertos. Y enfrente, decenas de libros que devoró más de una vez: desde una colección sobre Artigas escrita por Ana Ribeiro hasta la autobiografía de Mahatma Gandhi.

 

Es jueves 12 de noviembre y está a la espera de que le llegue el semanario Búsqueda. Otra vez aparece su nombre. Desde hace años escribe cartas al director de temas variados. El año pasado escribió una como despedida, en agradecimiento a sus referentes.

"Deseo dejar constancia de mi gratitud sin fisuras hacia todas las personas que me han ayudado en mi trayectoria política y las que me han apoyado últimamente a capear el temporal", expresó en aquel momento, como si le quedaran horas de vida.

Ahora espera leer la que escribió sobre Donald Trump, el presidente de Estados Unidos, y su comportamiento frente a la derrota en las elecciones presidenciales.

En verdad Aguirre no las escribe, las dicta. Su exsecretaria, Beatriz Braga, se encarga de escuchar por teléfono la voz apagada del exvicepresidente y convertirla en texto. Ese trabajo también lo hace, a veces, un grupo de extaquígrafos del Senado, con los que generó buena relación cuando pasó por la cámara alta (fue senador entre 1985 y 1990) y fue presidente de la Asamblea General (entre 1990 y 1995). 

Aguirre respira política. Cada uno de los cuentos que hace sobre Pivel Devoto, lo que guarda en su memoria como militante, los libros sobre leyes que lo acompañan en su habitación de hospital, los programas que mira en la tele, lo que lee en el diario El País que tiene sobre su falda, la foto que tiene encuadrada junto a Wilson Ferreira Aldunate. Todo es política. Todo lo mira bajo los cristales de las leyes y del Partido Nacional.

Y aunque pasan los años, su mirada analítica de la realidad uruguaya continúa. No deja tema sin tocar. Habla sobre cada ministro, dirigente, intendente. Oficialistas y opositores. 

Dice que Carolina Cosse es “intelectualmente bien dotada” pero “poco audaz”. Que Álvaro Delgado es “un gran comunicador” pero que eso no basta para ser presidente. Que Javier García y Jorge Larrañaga son los ministros que están haciendo mejor su trabajo en Defensa e Interior, respectivamente. Que la salida de Ernesto Talvi se comentó “cómo si hubiera sido José Batlle y Ordóñez”. Que el Frente Amplio “no se ha adaptado” a ser oposición y ya “no tiene líderes” por “lógica de edad”. Que la gestión del nuevo gobierno es “excelente”. 

Teme estar “poniéndose viejo” al decirlo, pero lo dice igual: cree que todo tiempo pasado fue mejor. Por eso, cuando empieza a hablar del Parlamento, comienza a levantar su voz indignado. Se molesta cuando piensa que varios legisladores no saben ni cómo armar una ley. Cuenta que siguió por televisión la discusión del Presupuesto y fue “interminable”. 

Entonces, arranca con una lista larguísima de nombres de legisladores que, dice, sí eran buenos. Por nombrar solo algunos: Jorge Batlle y Luis Alberto Lacalle, Dardo Ortíz (“un legislador sobresaliente”), Francisco Rodríguez Camusso (“como orador era el mejor de todos”), Carlos Cigliutti (“era notable hablando de las personas que acababan de morir”), Hugo Batalla, Carlos Julio Pereyra (“por su peso político, cuando hablaba se hacía silencio”), Alberto Zumarán, Eduardo Paz Aguirre (“era ágil e inteligente en el debate político”). Y la lista sigue. 

Luego vuelve al presente y hace una excepción. “El que era muy bueno era Pedro Bordaberry: sabía de Derecho, presentaba proyectos de ley. Es inteligente”. 

Hace unas semanas, en una de sus cartas a Búsqueda, Aguirre escribió sobre el retiro simultáneo de los expresidentes Julio María Sanguinetti y José Mujica del Senado. Al colorado lo elogió y al frenteamplista le dio “duro y parejo” porque “se lo merece”. 

Unas horas después de haber sido publicada sonó el teléfono fijo que también tiene sobre su falda, al lado de los diarios. 

Era Sanguinetti.

–Sus neuronas siguen funcionando, eso es lo fundamental –destacó el histórico batllista, después de que Aguirre le hablara de todas sus limitaciones actuales. 

–Sí, las neuronas siguen funcionando, pero si no me funcionaran las neuronas, lo único que me falta es la lepra y el sida.

***

El exvicepresidente llegó el año pasado a la Asociación Española, ya debilitado por el Parkinson pero también deshidratado y con una infección urinaria. La mutualista de la que es socio lo atendió y le brindó, de forma honoraria, una habitación en el quinto piso para que pase allí el último tramo de su vida.

Aunque fue legislador y tuvo una larga carrera como abogado, su situación económica actual no es buena. No explica mucho por qué. Prefiere hablar de otras cosas.

La esposa de Aguirre, Marga Sosa, falleció hace cinco años de cáncer. Sus dos hijos, Gonzalo y Lucas, no tienen mucho contacto con él. Sobre Gonzalo no llega a hablar –quiere arrancar a decir algo pero enseguida hace silencio– y de Lucas dice que a veces lo visita pero “vive un poco lejos”.

De sus tres hermanos, el mayor está enfermo de cáncer. El del medio, Fernando, es el que más lo va a visitar, con sus 76 años. Y del menor no dice nada.

Algún domingo recibía la visita del cardenal Daniel Sturla. Pero, según cree Aguirre, la pandemia hizo que sus visitas a la mutualista se suspendieran.

Luis Alberto Lacalle, su compañero de fórmula presidencial y de buena parte de su trayectoria como nacionalista, también era uno de los que aparecía seguido en la habitación durante el 2019. Hasta lo llevó a votar, en noviembre, cuando el liderazgo del país se disputaba entre el hijo de Lacalle –el actual presidente– y el socialista Daniel Martínez.

 

Pero desde que llegó el coronavirus a Uruguay, el expresidente dejó de visitarlo con la misma frecuencia. Antes iba todas las semanas, ahora va de vez en cuando.

Cuando Aguirre habla de Lacalle le cambia la cara. Dice que siempre fue muy cariñoso con él. Que fue un “gran presidente”.

Lacalle le devuelve los elogios en conversación telefónica con El Observador. Lo define como un “alma buena”, con una inteligencia inigualable y una pluma que pocos tienen. Cuenta de algunas visitas que Aguirre recibió en este tiempo – Sanguinetti, Ignacio de Posadas, Gonzalo Mesera, Carlos Rodríguez Labruna– y destaca la compañía desinteresada del director de la Agencia Nacional de Vivienda, Gustavo Borsari: “Ha sido el ángel guardián de Gonzalo”.

El expresidente habla de su compañero de fórmula con ternura. Y revela alguna de las conversaciones que han tenido en los últimos días.

–Luis Alberto, mirá que el día que me muera, tenés que hablar solo tú –le pidió dos veces Aguirre.

–No se apure, Gonzalo, quizá usted hable antes. 

***

Es agosto de 2019. Suena el teléfono y atiende la empleada de la casa. Aguirre es quien llama y pide para hablar con Conrado Hughes. El contador y exdirector de la OPP no se lo esperaba. Hacía años que no sabía nada de “El Oso”.

–Conrado, estoy internado en La Española. ¿No me querés venir a visitar? –le pidió el exvicepresidente, con una voz casi inentendible por el Parkinson y los medicamentos que tiene que tomar.

Hughes fue y se impresionó. Le impactó verlo así luego de haber disfrutado su vigor como político. No podía creerlo.

La llamada se vuelve a repetir meses después. Es 25 de enero y Aguirre quiere celebrar sus 80 años. Lo invita a pasar por la mutualista. 

Esa vez en la habitación había más personas y el exvicepresidente se encontraba mejor. Juntos, a capela, terminaron cantando todos los tangos de Gardel que el cumpleañero sabía de memoria. El que llevaba la batuta era Raúl “Ciruja” Montero, un cantante de ópera que siempre estuvo cerca de Aguirre y que no deja de llamarlo, dos veces a la semana, para cantarle por teléfono los tangos que el histórico nacionalista pide. 

Hasta ahí, el exvicepresidente y Hughes no eran amigos. Eran correligionarios que se apreciaban. Dirigentes blancos que compartían ideales y que, ahora, la vida los había vuelto a unir. 

Pero internet generó entre ellos, en los últimos meses, una amistad que no esperaban. En una de las llamadas posteriores a su cumpleaños, Aguirre, con su desconocimiento sobre lo digital, quedó absolutamente admirado por las explicaciones de Hughes sobre la cantidad de información que se podía encontrar en el mundo web.

Entonces, hicieron un trato. 

Para el día siguiente, Aguirre debería pensar y anotarse mentalmente el nombre de cinco caballos de carrera. Hughes, del otro lado del teléfono, le iba a decir toda la información sobre ellos, con la ayuda de Google.

Y así fue. Aguirre quedó maravillado con las respuestas de su nuevo amigo frente a cada pregunta y aprovechó para poner a prueba su memoria. Se sabía todos los detalles de los ganadores del Gran Premio José Pedro Ramírez del año que fuera, cuenta Hughes, ahora, impresionado. 

De ahí en más, las llamadas se volvieron regulares y trascendieron a la hípica. El exdirector de la OPP se convirtió en una especie de “asesor en internet” de Aguirre. Y él, desde su cama de sanatorio, descubrió un nuevo mundo sin tener que subirse a un avión. 

Hughes sabe que, cuando suena el teléfono fijo de su casa, la llamada es del exvicepresidente. Si la voz está muy afectada por los medicamentos, el contador le dice que lo llame de nuevo, porque “no se le entiende un carajo”. Después sí, se ponen a charlar sobre turf, boxeo y hasta de las discusiones que protagoniza Hughes en Todas las voces.  

Se terminan los cuentos. Aguirre queda en silencio. De fondo apenas se escucha el sonido de la televisión. Su mirada abstraída se pierde entre los libros que tiene enfrente. Suspira. 

–Como estoy tan aburrido, una de las cosas que más me agrada es cuando llega el desayuno y la merienda. Me dan unas tostadas con manteca y mermelada, que me resultan muy ricas.

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