Por Carla Colman y Silvana Fernández
Ir a la cancha es como una terapia para los hinchas. Es alentar de cerca a sus ídolos, cantar a toda garganta para revertir el resultado y agitar banderas para animar el partido.
La pasión de ir a la cancha no se puede describir, coinciden muchos.
Este domingo se vivió un clásico histórico en Uruguay. Peñarol y Nacional se enfrentaron con tribunas vacías en el Estadio Centenario, como indica el protocolo sanitario que se estableció por la pandemia del coronavirus. Los hinchas solo pudieron verlo por televisión y alentar desde sus casas.
Rodrigo Soto es el socio nº 46.513 de Nacional, colecciona camisetas blancas del club y el día después de su casamiento se fue con resaca a ver el clásico antes de viajar esa misma noche por su luna de miel.
No tiene problema en ir solo a la cancha y prefiere ver los partidos sin mucha compañía. Se reconoce "calentón" y el humor de su semana es consecuencia del resultado del partido de su club.
El fanatismo lo heredó de su padre, quien lo hizo hincha de niño cuando le regaló la camiseta de los tricolores, el modelo de la Libertadores 1988. Y aunque su mujer es de Peñarol, Soto no dudó en asociar a sus hijos a Nacional horas después de haber nacido.
El clásico de este domingo lo esperaba hace muchas semanas, pero le fue difícil imaginarse cómo iba a desarrollarse: "No hubo clima de clásico", comenta el fanático que siempre comienza la "semana clásica" arengando.
Para la previa con su grupo de amigos (con quienes compró un palco en el Gran Parque Central que aún está pendiente de entrega) organizaron un asado junto a sus familias, con el acuerdo de que al comenzar el juego los dejaran solos y tranquilos.
"Había mucha expectativa y la verdad que fue un desastre, no se veía nada los primeros 20 minutos", comentó luego del partido. "Caliente con el resultado y el planteo del técnico", concluyó.
Mayte Álvarez tiene sangre aurinegra. Como muchos hinchas carboneros el fanatismo lo heredó de su familia y reconoce que para ella Peñarol es un "estilo de vida".
Cuando tenía ocho años le dijo a su padre que quería acompañarlo a la cancha con sus hermanos y desde aquel partido contra Tacuarembó no dejó de alentar a su cuadro. "Yo organizo mi semana en función a Peñarol", cuenta Álvarez y explica que si no hay fútbol van con sus amigas a ver partidos de vóleibol, fútbol sala o básquetbol; siempre atrás del amarillo y negro.
Álvarez integró la selección juvenil uruguaya de handball que disputó el Campeonato Panamericano de Camboriú 2010 y posteriormente el Mundial de República Dominicana ese mismo año.
A Ximena Badetto y Romina Larrama las conoció jugando al handball con Peñarol (fueron campeonas en 2018 de la tercera divisional de la liga ACB, un torneo social que se juega por fuera de la federación), desde entonces van a todos los partidos juntas, son butaquistas y después de una mala racha se tatuaron una icónica frase aurinegra.
"Hace tres días que no duermo", cuenta con ansiedad antes de que dar comienzo a un clásico donde la tensión fue protagonista. Entre la alegría del regreso del fútbol uruguayo y la tristeza de no poder ir a la cancha reconoce que preferiría hacerse un hisopado antes de cada partido para poder ir a alentar a Peñarol.
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