Repatriado significa “devuelto a la patria”. En Uruguay, es una palabra que se utilizaba habitualmente en el fútbol para denominar a los futbolistas que actuaban en clubes del exterior y que eran llamados para defender a la selección, pero que desapareció entrada la década de 1990 en medio de una batalla feroz que involucró, por un lado a los más importantes jugadores de la época (Enzo Francescoli, Ruben Sosa, Carlos Aguilera, Daniel Fonseca), al representante de ellos (Francisco Casal) y a los periodistas aliados a ese grupo, y por el otro, al técnico Luis Cubilla, a los dirigentes de la AUF y a los periodistas aliados de ellos. En el medio, la gloriosa camiseta celeste perdió una vez más y, como un jirón de su grandeza, apenas concurrió al Mundial de Estados Unidos Obdulio Varela, invitado por la FIFA.
El momento que hoy nos ocupa es el último tramo de esa interna fratricida, las Eliminatorias de 1993. Pero para entender el desenlace, es bueno remontarse al 30 de octubre de 1990, cuando Cubilla –aún no era el técnico del seleccionado– declaró en Últimas Noticias: “Yo no puedo convocar a un jugador que gana US$ 20 mil por mes, que tiene las mejores ropas, el mejor auto y que viene para hacerles creer a sus compañeros que es bueno, pero en realidad les hace daño porque les dice: ‘Si no nos pagan US$ 1.000, no vamos a jugar con la celeste, porque en el fútbol se gana mucha plata y eso hay que explotarlo’. Eso es mentira, le está haciendo daño al tipo que vive acá adentro. Ese no es buena persona. Como él está bien, es fácil parar, hacer huelga, enfrentamientos y cosas... Entonces a mí me dicen repatriados y yo digo futbolistas uruguayos que quieran estar con la celeste”.
El 13 de marzo de 1991 asumió Hugo Batalla como presidente de la AUF y con él Cubilla llegó a la selección. Y aquellas declaraciones fueron desenterradas por los periodistas cofrades de Casal y sus jugadores. Fue la mecha que finalmente explotó la bomba.
Uruguay participó en la Copa América de 1991 sin jugadores del exterior. Luego hubo reuniones que intentaron inútilmente el acercamiento entre las partes. Cubilla citó a los fenómenos para un amistoso contra México, pero no aceptaron. En junio de 1992, en la sede de la Mutual, Francescoli leyó 12 carillas de un escrito que condenaba a Cubilla. Y hay quienes creen que la huelga de futbolistas de fines de 1992 fue para desestabilizar el gobierno de Batalla y con él hundir a Cubilla.
Llegó la Copa América de 1993 y el técnico convocó entre los 22 futbolistas a José Herrera, Enzo Francescoli (ambos de Cágliari) y a Ruben Sosa (Inter), pero no concurrieron y aceptaron participar de las Eliminatorias, donde Uruguay integraba la serie B, junto a Brasil, Ecuador, Venezuela y Bolivia. Los dos primeros iban al Mundial.
La misión Estados Unidos 1994 comenzó el 25 de julio de 1993 con un triunfo apretado frente a Venezuela en San Cristóbal. Siguió con un empate sin goles en el Centenario ante Ecuador. Fonseca y Sosa, que habían llegado de prolongados períodos de licencia, fueron una sombra.
El siguiente mazazo sucedió en la altura de La Paz. Bolivia ganó 3- 1 y el hilo que sostenía a Cubilla se desgastaba cada vez más. El ambiente del plantel era tóxico y el técnico había dejado de hablar con la prensa. Así, llegó Brasil al Centenario y el empate 1-1 acabó con el entrenador. La sensación de que los repatriados le hicieron la cama, fue la que sobrevoló durante años. Si es cierto, también se la hicieron a la selección.
Como sucesor de Cubilla asumió Ildo Maneiro, entonces DT de Danubio. La misión no era fácil. Uruguay ocupaba la tercera ubicación, a cuatro puntos de Brasil y dos de Bolivia. En esa época el ganador sumaba dos unidades. Con 10 días de trabajo, a Maneiro le alcanzó para armar un equipo que goleó a Venezuela en el Centenario. Después venció a Ecuador en Guayaquil. En la penúltima fecha derrotó a los bolivianos y Brasil tuvo libre, entonces los tres equipos quedaron arriba con 10 puntos. Para conseguir el milagro, la celeste necesitaba otro Maracanazo.
Pero el que mal anda, mal acaba, dice el refrán. El 19 de setiembre de 1993 los celestes no pasaron la mitad de la cancha en el Maracaná y los dos goles de Romario terminaron con el mito. Y también con esa mala palabra.
LA RENUNCIA
Luego del partido con Brasil, Marcelo Saralegui renunció a la selección porque se sintió desplazado, después de haber sido una de las figuras de Uruguay en la Copa América de 1993.
MONTERO NO QUISO VENIR
Después del partido con Venezuela, Maneiro convocó a Paolo Montero, de Atalanta, para sustituir a Carlos Soca, quien se desgarró durante ese encuentro. Montero comunicó que no quería jugar de lateral izquierdo y el técnico convocó a José Batista, de Deportivo Español.
Este artículo formó parte de la serie "Campañas" que semanalmente, entre el 27 de marzo de 2006 y 1° de marzo 2010, publicó El Observador en su edición impresa y que en estos tiempos de encierro permitirán recordar las mejores actuaciones de equipos e individuales en todos los deportes en Uruguay
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